domingo, 15 de diciembre de 2013

ALMACENES DE ADOLESCENCIAS


Cocheras destartaladas, almacenes abandonados, pisos vacíos con demasiados achaques, algún bajo sin comercio: éstos son los lugares donde prolifera lo que en numerosas ciudades y pueblos españoles se suele llamar local, club o cualquier eufemismo parecido. Menos ambigua, más cercana a la realidad, es la denominación popular que recibe en la zona norte de Murcia y sur de Albacete, que es la que adoptaremos.
Hablamos de garuto, vocablo tradicional y común en la zona aunque no aparece en el recopilatorio Palabra de calle, de Emiliano Hernández, editado por la Academia de Alfonso X El Sabio. El término surge de la corrupción de la palabra garito, usado éste último para designar un lugar de mala reputación o de juego ilegal, un local de ocio destartalado o sitios similares. Así pues, ya desde su origen, los garutos llevan a cuestas ese aire lumpen y barriobajero que los adolescentes utilizan para nombrar locales autogestionados como pequeñas asociaciones de ocio, aunque las generaciones anteriores también la usaron para definir casas pobres y de mala construcción. En la España de los tres millones y medio de viviendas vacías, el garuto hace fortuna entre los más jóvenes.
Usualmente, los pocos muebles de que disponen son préstamos a fondo perdido de alguna abuela, o hurtos a contenedores de escombros, o precarias creaciones a partir de restos de otros muebles; parece que la sensación de abandono tiene que ser ley. Aunque las circunstancias difieren, según hablemos de cocheras o de pisos prestados ya amueblados. El garuto es por definición un antro sumergido, oculto, y cuando uno pregunta a los adolescentes, suelen esquivar de principio la cuestión. Los datos van surgiendo a través de la confianza, y resultan sorprendentes. Un chico afirma que en Jumilla hay más de veinte garutos alquilados por adolescentes entre los once y los diecisiete años. Con la mayoría de edad, el fenómeno se esfuma. Otra chica confiesa que es socia en un piso amueblado situado en la periferia. Una cochera, afirma otro, puede albergar hasta treinta adolescentes, que van y vienen, entran y salen, pasándose un reducido número de llaves y pagando un alquiler abusivo de trescientos euros mensuales. Por supuesto, siempre hay una madre o padre como firmante. Las distintas circunstancias de estos clubs semiclandestinos nos recuerdan a las que dieron lugar a algunos de los movimientos musicales más afamados del siglo XX, desde el underground neoyorquino a las movidas españolas.
Las razones de la proliferación de esta especie de clubs menesterosos es obvia. En las capitales pequeñas o en los pueblos medianos y grandes, hoy por hoy, los locales dedicados a adolescentes sencillamente no existen. En el pasado, nacieron ciertos espacios públicos al calor de la Transición, unas veces bajo la protección de las llamadas Casas de la Juventud, otras a través de asociaciones vecinales; con el tiempo y la presión de las empresas del ocio privado, han desaparecido. Hace décadas, los garutos tenían su razón de ser para la organización de fiestas en fechas señaladas, como las navideñas; hoy, su vida útil se extiende a todo el año. En el mundo rural, en cambio, no han sido necesarios, porque las calles de las aldeas no han perecido todavía bajo el hielo nihilista de nuestros neones.
Un chico me contaba una razón evidente mientras miraba fuera de campo, a un horizonte inexistente, como un jubilado, exactamente como un jubilado: “Es que en invierno en la calle hace mucho frío”.
Los garutos suelen ser considerados como escuela de cínicos o de desalmados, a veces opino que es justo lo contrario; son la alternativa, rudimentaria, pobre, a las burbujas de internet, a los paraísos de amistad incierta en los que los adolescentes se encierran, escondidos tras la muleta de una pantalla. Muchos de estos solitarios vagan por las calles, las frías calles, ignorando el entorno. El garuto protege de esa soledad metálica de los adolescentes, rodeada de un mobiliario urbano inmisericorde, de las luces lejanas e inalcanzables de un ocio que les está vedado. En el garuto prolifera una humanidad menesterosa, una amistad seca, casi helada, que poco a poco va desgranado scherzos amorosos. Los garutos son también los úteros de la triste inmensidad de los despropósitos, de hazañas en precario, de historias que contar en los ratos muertos de los recreos.
Nuestros adolescentes, alejados del caleidoscopio de vulgaridades de los adultos, sobreviven malamente dentro de estos antros medio abandonados, pero extienden su horizonte, aprenden formas de vida que quizá, si nadie lo remedia, y quién sino ellos lo puede ya remediar, marcarán un futuro desolado del que la generación de sus padres es responsable.

Dejemos, por tanto,  que se abran paso a la vida en los garutos de nuestros suburbios.

sábado, 30 de noviembre de 2013

NIHILISMO MERCANTIL


Terminamos con esta entrada una serie de tres sobre la paulatina transformación de la metafísica occidental en puro culto al capital. En artículos anteriores relatamos de manera sucinta el proceso que desde Grecia ha llevado a esta extenuante apoteosis (que puede ser entendida también como decadencia, pues su momento estelar podría coincidir precisamente con el principio de su desaparición). Vimos como las nobles Ideas de Platón derivaron pronto en la vulgarización del mundo de los arquetipos, sustituido por la idea excluyente de un Dios único. Vimos también como los Universales (y entre ellos los relativos a la idea misma de Hombre y sus derechos) caían en descrédito tras la crisis de la Modernidad, precisamente porque se dejaba de creer en ellos al fallar la base del mundo real en lo que Heidegger llamara “olvido del Ser”. Vimos también como en la fase de la mal llamada Postmodernidad, todos aquellos “metarrelatos” que sostenían una civilización renovada en la época de la Ilustración terminaban por desmoronarse dejando como único legado la preponderancia del Capital sobre cualquier contenido de saber humanista, una suerte de Nihilismo Mercantil.
Vivimos en las cenizas, en los escombros de aquellas viejas construcciones, lo que ocurre es que todavía no nos hemos dado cuenta, puesto que las estructuras funcionan –como he sugerido en otras ocasiones- a modo de artefactos zombies: Estado, libertades del individuo, Leyes Universales. Se llama artefacto, a uno o más pixels corruptos o carentes de datos dentro de una imagen digital; bien, pues a ese tipo de artefactos me refiero, simulacros de información, apariencias vacías de verdad o de sentido. Puede el lector bucear en la idea leyendo la entrada http://jumilla-amalgama.blogspot.com.es/2012/11/zombis-vampiros-y-otros-simulacros.html.
La conversión del Valor de Cambio en un ente autónomo separado de toda realidad física es un hecho, un momento fundamental en la victoria del Nihilismo en occidente. Las enormes convulsiones que han afectado al sistema financiero mundial no son sino algunas de las consecuencias, cuyo análisis sucinto ensayé en http://jumilla-amalgama.blogspot.com.es/2012/06/hijos-de-goldman-sachs.html.
Las manifestaciones de esta apoteosis de la metafísica no sólo se observan en la creciente ventaja del mundo digital –o virtual- sobre el real (proceso sobre el que han corrido tantos ríos de tinta negra o flujo de datos en pantallas que no pasaré de la cita); o en la burocratización infinita de los Estados -totalitarios o no-; o en la conversión paulatina de las relaciones humanas en procesos de intercambio de datos en redes sociales, circunstancia sobre la que llama la atención Dolors Reig en una reciente y muy interesante tertulia en el programa, impagable programa de La 2, Torres y Reyes, cuando dice que las redes sociales son muy atractivas al ser humano, pues el hombre es comunicativo por naturaleza, ver http://www.rtve.es/alacarta/videos/torres-y-reyes/torres-reyes-homo-interruptus/2180330/
No, las pruebas de esta fase avanzada, coincidente con la época del “Capitalismo Triunfante”, anidan en los detalles más nimios. Así, la reciente imposición a los usuarios de varios bancos y cajas (léase, por ejemplo, Banco Sabadell y La Caixa) de una comisión que grava las imposiciones en efectivo. Es decir, que sea o no sea cliente directo del banco, aquella persona que necesita realizar en persona un ingreso es penalizada con dos euros. Y digo penalizada porque, según todas las consultas que he podido realizar, la medida no tiene justificación alguna ni aparece reflejada a modo de recibo en el documento de ingreso. Se han dado situaciones verdaderamente draconianas en estas entidades: personas que debían ingresar tasas para (pongamos como ejemplo) asociaciones sin ánimo de lucro cuyo montante no era superior a euro y medio se veían obligadas a abonar los dos euros.
Me resulta especialmente gratificante hacer el viaje de esas alturas metafísicas a la realidad más sencilla e inmediata, no sólo porque admiro el modo de filosofar existencialista, aquel estilo de pensar que admiraban los discípulos de Sartre cuando hacía filosofía de una taza de café, sino precisamente porque pone más en evidencia el escándalo del absurdo en el que nos encontramos. Los bancos tan sólo aspiran a dejar de ver a sus clientes y despedir a sus empleados, para convertirse en entidades fantasma pero absolutamente necesarias para la supervivencia del sistema, organismos agazapados en las interioridades de las redes sociales, sin un lugar físico al que dirigirse salvo la sede central impenetrable tras un sólido muro cortina estilo Mies Van der Rohe: esos bloques de los distritos financieros son posiblemente el símbolo más perfecto, el reflejo más estilizado de esta etapa última de la metafísica. Lo curioso es que los pálidos usuarios apenas aciertan a exteriorizar sus quejas, argumentando que otros bancos no cobran la comisión, sin saber que, en realidad, la imposición de la tasa, desde su primera aparición, ya había conquistado el territorio de combate.

Está cercano el momento en el que ese dinero virtual experimente su independencia total de los objetos, de los Valores de Uso, posiblemente entonces la Metafísica del Capital haya cerrado el ciclo. ¿Y después? Nadie lo sabe, pero es bueno recordar a Nietzsche, un atleta del Nihilismo, que parece diseccionarnos desde el pasado cuando dice en Crepúsculo de los Dioses: Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿acaso el aparente?... ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!”.

domingo, 24 de noviembre de 2013

AMAZON Y LA ESTRUCTURA DE EMPLAZAMIENTO


En una entrada anterior analizamos cómo el camino seguido por la metafísica occidental podía ser interpretado como “olvido del ser”, paulatino alejamiento de la realidad física que a partir del siglo XIX se ha identificado con la técnica positivista y el sistema de mercado, en tanto promesa de eternidad, de entidad ahistórica incuestionable por encima incluso del individuo como Dasein, como ente humano sujeto a su propio tiempo.

Este predominio de la técnica ha caminado de la mano de la idea de la calculabilidad de las cosas, de su cuantificación y de su posicionamiento según la Ge-stell –en palabras de Heidegger-, una palabra compuesta, utilizada de forma común para representar una especie de estantería, de muestrario de objetos, colocados para que la mano se sirva fácilmente de ellos, imagen que conservaremos a partir de ahora. Decir Ge-stell es decir “estructura de emplazamiento” o “interpelación que provoca”, que coloca a la naturaleza fuera de sus casillas, que la acosa continuamente para conseguir que entregue su energía, sus secretos más profundos al servicio exclusivo del aparato de la tecnología. En su conferencia “La pregunta por la técnica”, publicada en España en el volumen Conferencias y artículos, Ed. del Serbal, Barcelona 1994, es donde el maestro alemán bucea en este concepto radical.
Esta especie de tinglado es también “estructura de separación”, es decir, desvinculación de las cosas de su realización existencial, un concepto similar a los utilizados por Marx o Foucault, como bien analiza Ignacio Castro Rey en Duermevela del Maestro. La deuda de Occidente con Heidegger, publicado en http://www.fronterad.com/?q=duermevela-maestro-deudas-occidente-con-heidegger. Escribe Castro Rey que Heidegger es uno de los primeros en analizar <<la movilidad, el estrés, el reemplazo perpetuo: “(…) los objetos calculados. Éstos son producidos para su desgaste. Cuanto antes se gastan, antes es necesario volver a reemplazarlos por otros con mayor rapidez y facilidad aún. Lo que permanece en la presencia de las cosas objetivas, no es su reposar en ellas mismas dentro del mundo que le es propio. Lo permanente de las cosas producidas, en cuanto meros objetos para el uso, es la reposición o sustitución”.>>. De esta forma, la “producción técnica es la organización de la separación”. No sólo esto, sino que también se advierte que la esencia de la técnica, como acaecimiento de verdad emparentado con el arte, ha dejado de estar en la propia técnica, y se ha identificado con la estructura de emplazamiento.

Éste es el verdadero peligro, y no la técnica en sí. A estas alturas, yo respondo de forma más prosaica que la esencia de la técnica se halla secuestrada por una noción de la economía sustentada en esa provocación constante –Ge-stell- no sólo a las cosas como objetos, sino al propio hombre perteneciente a la naturaleza misma. Como rasgo elocuente de una etapa avanzada de la metafísica, la revolución digital, la globalización, el capitalismo financiero, la distancia cada vez más insalvable del valor de cambio, del dinero, respecto a los valores de uso, a los objetos reales, nos hacen ver que la Ge-stell como provocación de la naturaleza está muy próxima a la idea marxista de mercancía. Y que una de las mercancías más solicitadas en la Ge-stell es precisamente el propio ser humano, el Dasein, el ser-ahí. En el artículo citado, Castro Rey encuentra que <<todo estriba en la eficacia mundial de la negación de la proximidad: “La provocación total a la tierra para asegurarse su dominio tan sólo puede conseguirse ocupando una última posición fuera de la tierra desde la cual ejercer el control sobre ella”>>, citando De camino al habla, otra obra de Heidegger.

No se me ocurre un ejemplo más claro de la realidad física de esta estructura de dominio que la empresa de ventas por internet Amazon. En un artículo de Jean-Baptiste Mallet titulado Amazon, el reverso de la pantalla, Le Monde Diplomatique, nº 217, el reportero francés escarba en las tripas del monstruo actuando él mismo como trabajador de la empresa. Amazon basa su negocio en la cesión por parte de las tiendas físicas de un tanto por ciento de su volumen de ventas a marquetplace, de forma que la página web “compite de forma directa con su propia mercancía”, así que Amazon “recluta a los libreros en la promoción del gigante, quien absorbe sus clientes y destruye su actividad" (p. 22). Mallet calcula que una librería de barrio genera dieciocho empleos más que la “venta en línea”. Los empleos destruidos en USA por Amazon se cuentan en decenas de miles. Pero esto no es lo más llamativo ni lo más preocupante. La empresa sigue un estricta política de opacidad que hace que los empleados, “considerados potenciales ladronzuelos”, firmen contratos de confidencialidad absoluta; por otra parte, las naves siempre se instalan no sólo en sitios muy bien comunicados sino también arrasados por recientes crisis de empleo, y siempre a resguardo de miradas indeseables. Los trabajadores encuentran dentro de las naves condiciones de empleo que hacen palidecer las atmósferas sombrías de las novelas de Dickens. Los empleados enferman de frío porque las calefacciones jamás se conectan, las secretarias trabajan “en una gran sala vacía, sin muebles”, con los contratos amontonados en el suelo. Mallet desvela que en las épocas de más trabajo llegan a la planta de Alemania autocares repletos de ”españoles, griegos, polacos, ucranianos, portugueses” (p. 22); sólo entre los españoles “había un historiador, sociólogos, dentistas, abocados, médicos”, hacinados en barracones gélidos y durmiendo por turnos en camas para niños. Como en esa gran “estructura de emplazamiento” que es una granja industrial de pollos encontramos condiciones intensivas de producción, sólo que aplicadas a los trabajadores, que son impelidos a rendir a más velocidad conectando a un volumen desmesurado música hard rock. Los accidentes graves, los desmayos y las caídas se suceden sin control. Podría seguir, pero es preferible que lean el testimonio de Mallet: En los dominios de Amazon. Relato de un infiltrado, publicado por Trama Editorial, Madrid, 2013.

Amazon, como vemos, es la apoteosis perfecta de la Ge-stell de Heidegger. Sus estanterías recorren kilómetros de laberínticos pasillos atestados de productos que son recogidos por exhaustos trabajadores que recorren decenas de kilómetros diarios y que pronto serán sustituidos por robots. Las naves y lo que ocurre dentro permanecen opacas, ocultas detrás de la feliz transparencia de la pantalla de la web. La obsesión por la velocidad, la rapidez de servicio, de emplazamiento, es  el orgulloso lema de la empresa, protegida por esa “negación de la proximidad” a la que alude Castro Rey, una lejanía calculada, de forma que el contacto único del cliente se efectúa a través de las “metafísicas” redes digitales. Por último, el emplazamiento y la provocación del propio ser humano radicalizada hasta términos inimaginables en beneficio de la idea suprema, incuestionable, inmanente, del beneficio económico por encima de cualquier cosa.


La empresa se convierte en un Saturno que devora sin parar a sus propios hijos sin que estos ni siquiera se enteren, acabando con productores, comerciantes, trabajadores, y al final, con sus propios clientes, devastando todo a su paso, en una ciega estrategia de tierra quemada.

jueves, 14 de noviembre de 2013

MERCADO O LA APOTEOSIS DE LA METAFÍSICA


Según una opinión generalizada, la filosofía es una disciplina alejada de los problemas cotidianos del hombre común, sin embargo, esta afirmación es completamente falsa; muy al contrario, la filosofía ha determinado a lo largo de los siglos la estructura del cerebro de millones de personas. Y lo sigue haciendo sin que nosotros lo notemos. Las palabras  que utilizaré en esta entrada están alejadas del lenguaje simplificado que el pensamiento neoliberal ha impuesto en la sociedad del siglo XXI, pero la historia que quiero contar no puede ser expuesta de forma más sencilla. Hablaremos, de la forma más breve y básica posible, de un largo periodo inscrito en eso que llamamos filosofía occidental, nacida en Grecia en algún momento del siglo VII a. C.
A este periodo, que podemos remontar hasta la muerte de Sócrates, se le llama metafísica, y ya con Platón, y el famoso mito de la caverna, se comienza a valorar un supuesto mundo aparente (el mundo de los arquetipos y las ideas) sobre el mundo real y tangible de las cosas físicas.Platón pretende explicar el mundo remitiendo a otro mundo, sea o no probada su existencia, una tendencia que seguirá creciendo en el ordenamiento de Aristóteles en las “categorías” y, con el tiempo, cristalizará con la confluencia del pensamiento judaico y el neoplatonismo griego en el cristianismo, ese movimiento religioso cuyo primer y más activo vertebrador fue Pablo de Tarso.
El siglo XVIII sustituyó el Dios cristiano por la Diosa Razón, dejando a aquél como un lejano arquitecto. La misma ciencia basará sus presupuestos en el sistema de las “categorías”, originado en la obra de Kant pero deudor directo de los arquetipos platónicos, esto es, de la prevalencia del mundo ideal, del mundo de las apariencias, sobre el mundo tangible e inmediato. Ni siquiera los empirismos o la rigurosidad del método científico pudieron con este prejuicio. La Ilustración recupera con energía los llamados Universales, ya expuestos por Platón, de forma que una de sus concreciones más conocidas será la Declaración de los Derechos Humanos. Esta especie de Neoplatonismo dominará la escena intelectual hasta bien entrado el siglo XIX, cuando la crisis de la Modernidad derriba un edificio hasta entonces incuestionable. Una interpretación de Nietzsche desarrollada desde el punto de vista de los Presocráticos lleva a Martin Heidegger a articular el concepto de “olvido del Ser”, un proceso que se supone emerge ya en Sócrates, en el comienzo de la metafísica tal y como hoy la conocemos. El alejamiento progresivo del mundo intelectual respecto a la realidad circundante, en definitiva, al Ser y sus entes, ya había sido planteado por Husserl con su Fenomenología, esgrimiendo el lema “a las cosas mismas”, pero no con la radicalidad y la frescura de los existencialistas, seguidores de Heidegger, que pretenden hacer filosofía con las cosas más cotidianas, en un brusco golpe de timón respecto a la metafísica como “olvido del ser”. Esta intuición radical, que ha dado los frutos más jugosos del pensamiento europeo del siglo XX:  Post-estructuralismo, Deconstrucción, Postmodernidad, realiza la crítica de una Razón lastrada por los recuerdos platónicos de unas categorías inalterables, inmutables, pero al parecer ya caducas; la propia legitimidad de la Ciencia es sobrepasada por una preocupante radicalización de la Técnica, entendida como Ge-Stell (estructura de emplazamiento, en el escurridizo lenguaje heideggeriano), es decir, como absoluto desprecio del mundo natural, entendido como puro objeto de manipulación, de “puesta a mi servicio” de las cosas, de manipulación irresponsable, pero también como herramienta perfecta de producción de mercancías. A su vez, la Postmodernidad encuentra que teoría de los Universales, llamada por Lyotard “grandes relatos”, ha desaparecido a favor de un planteamiento de la sociedad esencialmente basado en el rendimiento económico, donde sobran este tipo de narrativas.
Esto nos remite a la crítica marxista a la estructura de la producción dentro del sistema capitalista, que  deja al descubierto uno de los aspectos más inquietantes de esta preponderancia de la metafísica como “olvido del ser” que sólo hasta fechas recientes permanecía oculta. De este modo, Marx aparece como un analista de la fase final de la metafísica, donde los Universales, la noción de Dios e incluso la legitimidad de la Ciencia se desmoronan para dejar solamente la última idea metafísica universal: el Capital.
Por un lado, la asunción de la mercancía como referente metafísico radical, la presencia del “valor de cambio” como categoría incuestionable, inviolable, por encima de los “valores de uso”, en su forma de entes cotidianos, al alcance de la mano; por otro, la sospecha de que el propio ente humano, el Dasein, el hombre histórico de los existencialistas despojado ya de las categorías universales, el ciudadano de a pie, al fin y al cabo, es la víctima perfecta de esa conversión en Dios supremo del capital, del valor de cambio en tanto ideal inapelable.
El hombre queda convertido en mero capital humano, objeto de uso intercambiable, colocado por la Técnica para su manipulación, tanto como consumidor cuanto como fuerza de trabajo. Este Universal absoluto que el neoliberalismo ha convertido en Biblia de la etapa avanzada del capitalismo representa la apoteosis de la propia metafísica, como ya predijo Heidegger, apoteosis, final y derrumbamiento al tiempo, sin el cual no es posible una vuelta a la etapa anterior al oscurecimiento del Ser.

La salvaje tiranía de los llamados mercados, de las multinacionales como organización supranacional a modo de arquetipo, la ubicuidad completa del capital, la desvinculación absoluta del sistema financiero respecto al mundo real sólo son algunas  de las manifestaciones más claras y tenebrosas de ese final de la metafísica que se producirá no sin violencia, no sin gasto de vidas, no sin sufrimiento; el análisis pormenorizado de esta crisis deberá esperar hasta otro artículo.

domingo, 27 de octubre de 2013

MOSCAS ZOMBIES Y PÉRDIDA DE SENTIDO


Nos encontramos en el tiempo de las moscas erráticas, esa región del año previa al Día de Difuntos en la que los dípteros se tornan más pegajosos. No parecen terminar de morir, aunque tampoco parecen tener exactamente una vida. Hace unos días comentaba un amigo horrorizado cómo había encerrado al anochecer a unas cuantas molestas moscas en una pequeña habitación tras rociar con insecticida. A la mañana siguiente comprobaba con estupor que los insectos no sólo no habían muerto sino que además continuaban con su vuelo estúpido. Mi amigo no sabía que se enfrentaba a moscas zombies, moscas no-muertas que desenredan el monótono ovillo de su corta vida sin rumbo fijo. Las moscas son por definición zumbantes; el zumbido es una actividad que les corresponde y que las empareja, incluso cuando están perfectamente vivas, con los verdaderos zombies. Pero llegado octubre, todavía no masacradas por los primeros fríos, aunque agotada ya su vida natural, porfían en sus instintos ya agotados, se nos acercan y posan sus cuerpos cansados simplemente por encontrar el consuelo del calor de nuestros cuerpos, ya ni siquiera intentan alimentarse. Son cascarones vacíos que todavía planean, carcasas huecas sin objetivo, sin fines. Se dejan capturar, en su lentitud, porque realmente, aunque sigan volando, han perdido el instinto de supervivencia,
    Han perdido el sentido.
Como las moscas zombies, nuestra sociedad, organizada en torno a la estructura del Estado, esa cáscara esclerótica, sigue su camino reproduciendo rumbos aprendidos, pero sin un plan de vuelo específico. La pérdida de sentido ha convertido al Estado, y a todo aquello que intenta proteger y organizar, en una enorme nave zumbante que se acerca al individuo por costumbre, sin voluntad real. Es lo que los postmodernos definieron como “la pérdida de los relatos” o lo que los apóstoles irresponsables del neoliberalismo recuerdan cuando dicen que “se acabaron las ideologías”. Pero la pérdida de sentido, ese vaciamiento interior de nuestra sociedad, no es la consecuencia de la corrupción de las estructuras del estado, pues estas pueden seguir funcionando en lenta agonía durante mucho tiempo, deterioradas, sin rumbo, como un buque en derrota, pero todavía conservando la forma exterior. Caso similar al que  refería Oswald Spengler cuando hablaba de la “pseumorfosis”, una vieja forma histórica que mediatiza lo que está por surgir, que desprovisto todavía de estructura propia, adopta la ya fijada. Al final del  Imperio Romano, por ejemplo, muchos pueblos bárbaros adoptan la cultura latina y el derecho de Roma, pero sin pretores que lo sepan legislar. Una nueva cultura, joven e inexperta, oculta por la anterior.
Caso similar, pero no el nuestro.
No hay cultura nueva alguna que sustituya a la anterior, ya rígida, ya sin fuerzas, no hay nuevos modos, nuevas formas, nuevos pueblos que aporten otros contenidos. Simplemente nos enfrentamos a la pérdida generalizada de sentido. Es como si un idioma hubiera ido perdiendo el significado de todas sus palabras, y los significantes, los vocablos, quedaran suspendidos en el aire como cristales transparentes. Lenguaje zombie, sonidos zumbantes, un rumor continuo de vuelos sin sentido. Sólo una palabra parece todavía conservar el contenido: mercancía.
La pérdida del sentido puede ser narrada también como pérdida de la imagen, de la imagen del mundo, de la noción que nuestros antepasados nos han dejado sobre el mismo. Así lo narra Peter Handke en “La pérdida de la imagen o Por la Sierra de Gredos”, donde una comunidad humana se enfrenta a la desaparición de la noción del mundo que habían transmitido las generaciones anteriores. “¿Por qué motivo estos náufragos ya no tienen lengua? ¿Por qué han echado por la borda la ley y las reglas de la belleza? ¿Cómo están ahí bamboleándose en el mar Muerto de la inabordabilidad?”, se pregunta un personaje de la novela.  “Escuche bien, pues: en el origen de la espantosa fealdad de esta turba de robinsones está la pérdida de la imagen” Así pues, náufragos o robinsones, zombies varados en una isla desierta que Handke sitúa en Hondareda, en plena Sierra de Gredos.  No muy lejos, en la desierta Tierra de Campos palentina, entre ruinas devaluadas de las nobles construcciones de adobe, vemos un ejemplo físico, perfectamente visitable, del daño que puede hacer en un entorno de población tanto la pérdida de la imagen como la de sentido. Un bello artículo de Tamara Crespo, en http://www.fronterad.com/?q=rustico-flamigero-en-tierra-campos nos alerta de las consecuencias de la desaparición de la cultura de los pueblos tal y como la hemos conocido, acelerada por la rapiña del dinero fácil, sin una sustitución por nuevos referentes estructurados.

Así pues, aquí seguimos, en este estado de no-muertos, donde antiguas palabras -democracia, educación universal, emancipación de los seres humanos, y tantas otras- construyen este caparazón quitinoso, renegrido y seco del enorme moscardón zombie en el que nos hemos convertido, incapaces tan sólo de emitir ese zumbido monótono que nos han inoculado y que emitimos en vuelo errático hacia la destrucción: mercancía, mercancía mercancía.

domingo, 20 de octubre de 2013

ADIOS A DORITA


Tras un paréntesis de reflexión que ha durado varios meses, volvemos hoy a las páginas de La Amalgama con la intención volver a meter la cabeza en los rincones dormidos de la estructura de la realidad. Colabora en este nuevo viaje, como en ocasiones anteriores, El Eco de Jumilla, http://www.elecodejumilla.es/periódico digital que alberga este blog como columnista, y al que agradecemos ese hueco que nos ha hecho. Desde mayo pasado, el entorno social, cultural, político y económico ha seguido inexorable el estrecho cauce que parece marcado de antemano desde hace años, un margen cada vez más angosto e intrincado. En estos meses no son pocas las cosas que hemos perdido, que han dejado de funcionar o se han extraviado tras los telones engañosos de los mass-media. Pero también hemos perdido personas.
Una de ellas, tan cerca como ayer, ha sido la jumillana Dorita, una mujer singular cuyo nombre completo era Salvadora García Gil. Dorita fue durante muchos años el primer rostro, enmarcado en un minúsculo arco e iluminado por una débil bombilla, que los aficionados al cine en Jumilla veían antes del programa doble los fines de semana por la tarde. Dorita era la taquillera, y nadie más pudo adornarse con ese apelativo con tanta dignidad. Pero esta señora fue desde luego mucho más. Viuda temprana de José María Bonacasa, que quizás haya sido el mejor fotógrafo de la Jumilla del siglo XX, era una mujer ilustrada que siempre que pudo alentó las artes y las letras, en tiempos en los que, como hoy, los gastos culturales no eran bien entendidos. Durante su breve paso por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Jumilla dejó buena prueba de su amplitud de miras y de su capacidad para considerar la inversión en nuevos creadores como un necesario acto de futuro. Becó a jóvenes artistas con dinero de las arcas del Ayuntamiento, como José María Martínez Monreal, hoy alejado de Jumilla y aquí poco recordado, a pesar de que sus lienzos cuelguen de algunos de los muros más elegantes de la localidad. Tengo en la memoria las pequeñas acuarelas del artista cuando la visitaba en su casa, y recuerdo el sosiego antiguo con que recibía aquella señora. Recuerdo también su ayuda, cuando yo era casi un chiquillo, y como sus palabras de aliento me convencieron todavía más de cual debía ser mi camino.
El olvido es largo, dicen, pero es nuestro deber que aquellos que no lo merecen –y nadie lo merece- no sean pruebas de ese refrán cruel. Muchos años después de trabar una naciente amistad con esta señora, que a mí siempre me despertó un aliento de sobria nobleza, el mismo que despertaron tantas mujeres de izquierdas en esos años lejanos en los que todavía se podía nacer sabio, tuve la tentación de visitarla y hacerle saber la importancia que tuvieron para mí sus palabras. Jamás lo hice. Hoy lo lamento, como lamento día a día ver la pérdida de sentido, la pérdida de imagen, que sufrimos constantemente. Aún así, cada vez que recuerdo aquellas viejas películas de los setenta con sabor a merienda de palomitas y pipas, me viene a la mente su rostro, el rostro de la guardiana del templo de las ilusiones que escondía otro menos conocido de amante de la cultura y de los artistas. Sea ella la madrina de esta nueva etapa de La Amalgama.

Que el olvido no sea largo para Dorita, que encuentre paz y que nos hagamos merecedores de su memoria.

sábado, 25 de mayo de 2013

LOMCE, UNA LEY-TRAMPA


Hasta ahora había renunciado a hablar de la controvertida ley LOMCE, cuya aprobación ha sido debatida recientemente en el Congreso de los Diputados. Como docente, consideraba que no iba a disfrutar de la suficiente distancia crítica para analizar una ley de educación. Pero me equivocaba, me equivoca porque la LOMCE no es una ley de educación, ni siquiera es una ley de evaluación, en todo caso, de calificación, y esto con reservas. La LOMCE es, fundamentalmente, una burda tramoya propagandística que busca ocultar los males endémicos de la educación española con supuestas evaluaciones externas al tiempo que se recorta una vez más el presupuesto en educación pública, ya muy mermado por anteriores reducciones.
Suelo hablar de simulacros al referirme a esos dispositivos, que la sociedad de masas  ha desarrollado, y que ocultan los hechos verdaderos tras acontecimientos falsos. Pero la ley LOMCE no es un simulacro, ni siquiera se le parece, porque el simulacro contiene la energía de lo verdadero, y esta ley carece incluso de la más leve apariencia de verdad. Tampoco lo ha pretendido. Por eso sorprende tanto que los pocos sectores que todavía la defienden, las organizaciones de padres católicos, se hayan dejado engañar de forma tan burda. Con el triste argumento de convertir la religión en una asignatura de peso, cuya nota cuenta incluso para la concesión de becas, el ministro Wert ha conseguido que los padres católicos vendan su derecho a una enseñanza pública de calidad por un plato de lentejas. Entretanto, la principal empresa española en gestión de servicios educativos, la Iglesia católica, ha demostrado que le importa poco la formación integral de los alumnos, ha demostrado una profunda irresponsabilidad con respecto a ellos, al favorecer, a cambio de mayor influencia en la enseñanza pública, que esta ley imposible siga su camino. El resto de la sociedad española, e incluyo instituciones como el Consejo de Estado, que criticó y desmontó punto por punto la ley, no son sino rehenes del mayor atentado contra una educación de calidad en décadas.
Como desvela justamente José Luis Villacañas en http://http://www.levante-emv.com/opinion/2013/05/14/seria-mayor-defecto-lomce/997682.html, la primera frase de la ley ya es reveladora: "la educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y el nivel de prosperidad de un país". Con esta frase desaparece toda idea de enseñanza universal e integral, todo rastro del proyecto educativo de la Ilustración, que desde el siglo XVIII ha alimentado las democracias occidentales, y que todavía seguía vivo en la LODE de 2006. Como dice Villacañas, la educación no es el motor de nada, sino "el proceso cooperativo por el que los seres humanos pueden disponer de las bases adecuadas para llegar a vivir como tales a lo largo de su vida. La educación promueve la condición humana", algo tan claro, tan evidente, y que tanto bien ha hecho a las sociedades europeas en estos dos últimos siglos, es desconocido para los gestores de esta ley.

Si hacemos una lectura atenta de la ley, descubrimos enseguida cuales serán los efectos negativos de la misma, tal es su simplicidad. Por una lado, la segregación, puesto que los alumnos serán divididos ya en 2º ESO en dos grupos: los ocupantes de puestos de trabajo en el taller, por un lado, y los destinados a los puestos de la tecnocracia, por otro; en tanto la ley no entiende otro lenguaje que el de crear piezas para el engranaje del mercado laboral, sobran todo tipo de refuerzos, apoyos, medidas de atención a la diversidad, que han conseguido llevar al éxito a tantos alumnos destinados al salir del sistema sin titular. Se trata de maquillar cifras, podremos tener más titulados, pero todos serán de bajo perfil de cualificación. Y todo ello, irónicamente, con el argumento de paliar el fracaso escolar. Materias que hasta ahora ocupaban un nicho discreto pero importante en la formación de nuestros jóvenes, como son la tecnología, la música y la plástica, quedan ahora relegadas a meras optativas, de forma que un alumno podrá pasar por la ESO sin asistir a una sola clase que le prepare para un mundo basado en los contenidos audiovisuales de los mass media y en la tecnología. A estas las llama Wert "materias que distraen". La religión ocupa mayor carga horaria, y no es específica (es decir, optativa), que cualquiera de estas materias. Queda reducida igualmente la presencia de las ciencias en el currículo, en patética coherencia con el maltrato constante que el gobierno de España ejerce contra la investigación y la innovación científica en el último año. La supuesta solución de las evaluaciones externas no tiene otro fin que el cuantitativo, no preocupa otra cosa que maquillar números de cara a Europa, y las pruebas se adecuarán, fuera del entramado educativo, sin contar con los propios docentes, a este fin concreto. Una gigantesca tramoya de cartón-piedra, un telón propagandístico para ocultar las miserias del sistema. Ante los aspectos susceptibles de mejora de la LODE de 2006, que ya ha sido desmantelada con los recortes de los dos últimos años, se opta, no por resanar la estructura, sino por cerrar los ojos y mirar hacía otra parte. Podríamos seguir durante muchas páginas, podríamos hablar del desprecio a las ratios, del desprecio a los recursos necesarios, de tantos desprecios... Lo curioso es que la oposición política no haya acertado a criticar mucho más que la preeminencia de la religión o la devaluación de la inmersión lingüística que, siendo graves, no son los aspectos más terroríficos de esta ley imperdonable.

martes, 7 de mayo de 2013

FIGURAS DEL NUEVO SIGLO: EL EMIGRANTE




Se ha dicho que nos corresponde una época en la que los héroes han dejado de tener su lugar, han desaparecido. Todo hombre aparentemente perfecto es tarde o temprano señalado por los amos de la prensa y condenado al ostracismo; los últimos casos referidos a los deportistas, ejemplo de héroes con pies de barro, son bien conocidos. En el otro extremo, cualquier personaje anónimo, sin ninguna cualidad especial,  es elevado a los altares por los engranajes mediáticos, como parodia exquisitamente Woody Allen en Desde Roma con amor. En una época sin héroes nos queda el concepto de figura. El gran creador de figuras del siglo XX es Ernst Jünger, y son suyas las tres grandes figuras que caracterizaron este siglo: el Trabajador, el Soldado Desconocido y El Emboscado. Son conceptos que engloban a muchos hombres individuales, con cualidades especiales, con una fuerza peculiar, bajo un mismo epígrafe, pero que no dejan de ser seres sin nombre, abandonados a sí mismos. Nos toca pensar cuales son las grandes figuras del nuevo siglo, y empezaremos por una de ellas: el Emigrante.
    Por algún extraño azar del destino, el pasado 1 de mayo, la 2 de TVE emitía un documental ya programado en otras ocasiones sobre la primera oleada de emigrantes españoles a Alemania, que comenzara a principio de los años sesenta. En este documental se echaba mano de testimonios verídicos de emigrantes y de hijos naturalizados, en contraste con la versión oficial deformada y frívola que las películas y el No-Do transmitían de un fenómeno tan importante. En la voz de los viejos trabajadores y trabajadoras volvían a aparecer las casetas para animales adaptadas a hombres, los horarios imposibles, la segregación de sexos que impedía toda relación normal, la exclusión de grupos enteros fuera de las ciudades y de todo contacto social, las condiciones de trabajo casi esclavistas, la infinita ignorancia, la alienación, la culpa. Estos primeros pioneros, movidos por la desesperación, salían de un país que no podía asumirlos con nada más en la maleta que la impotencia de sus propios padres, que no tenían otra opción que vivir del dinero que se les enviaba de fuera. El régimen nunca disimuló que aquellos hombres y mujeres eran un problema que su marcha había resuelto, así que no se preocuparon de ellos hasta la década siguiente, cuando, ante el hecho de que los emigrados comenzaban a tomar conciencia a través de las JOC (Juventudes Obreras Cristianas) y del Partido Comunista, la ya balbuceante dictadura creó las Casas de España donde, según los propios emigrantes, eran captados aquellos que todavía no pensaban. Hacia el año setenta y cinco comenzó el regreso de muchos, en parte porque la crisis mundial del petróleo trajo consigo menor demanda de mano de obra, en parte porque en los programas de los partidos políticos alemanes nació el eslogan populista que hemos visto surgir en España en los últimos años de las bocas de los ignorantes y del precariado: los extranjeros nos roban los puestos de trabajo. En Alemania, además, parece que robaban a las mujeres y a la orgullosa identidad local, tal era el peligroso embrujo de los españoles.
    Las posteriores oleadas, más reducidas y con condiciones de trabajo infinitamente mejores, han sido sondeadas con excelencia por el programa Salvados en La inmigración española a Alemania, entre ellas podemos inscribir el fenómeno de la “fuga de cerebros”. Hasta ahora ha sido otra la emigración española que hemos conocido. Pero todo ha cambiado: las condiciones de trabajo, tras el giro neo-liberal completo de nuestro tiempo, vuelven a ser precarias y abusivas, la demanda de mano de obra no responde ya a un boom económico, sino a un recambio de obreros, donde el mercado busca a los más débiles, a los que tienen poco que perder porque ya lo han perdido todo. No es este el perfil de los emigrantes de la dictadura, que lucharon por algo desde la nada, que se quitaron el pan de la boca para alimentar a sus propios padres, que supieron agruparse y salvar la desidia moral y cultural en que habían caído. Esa es la Figura del Emigrante que aquí glosamos. Pero la nueva diáspora de la juventud española no es igual. Para nada. Han crecido en un mundo aparentemente perfecto, donde su familia les ha dado todo, donde han conocido, si bien cada vez más precarias, libertades que ninguna generación anterior soñó. Ellos buscan, no ya la mejora, sino la vida que han vivido, y van a encontrar un mundo similar al que sufrieron sus abuelos en los sesenta: precariedad, rechazo, explotación, alienación (entonces física, hoy digital). Es muy posible que se encuentren con la ignorancia y el rechazo del estado que los vio nacer, ese mismo estado que tanto está haciendo para que salgan y no vuelvan, porque, al igual que en el final de la dictadura, su presencia dentro del país es el problema. Programas como Españoles por el Mundo, proclaman una visión de la emigración tan deforme como la de las películas del destape, pero mucho más eficaz; la educación estatal, a través de la perversa ley LOMCE, no es sino una espoleta para soltar lastre; las ayudas del estado español para emigrantes, simplemente no van a existir. Estos nuevos grupos tienen el reto de ascender a la categoría de Emigrante, con la dignidad que la acompaña, o convertirse en ratas del laboratorio del capitalismo terminal. Hay algo seguro; en ese camino van a estar solos.

miércoles, 24 de abril de 2013

EL AVANCE DE LOS CÍNICOS


                Cuando en un artículo anterior, la apoteosis de egoísmo, analizábamos la asunción de una nueva clase social, el precariado, dimos algunos trazos sobre las principales características que aglutinan a  una serie muy heterogénea de individuos bajo ese neologismo. Señalábamos también que el precariado no es exactamente una clase social, a pesar de que se ha sido situado en estudios recientes como una de las nuevas siete clases sociales. Pero el precariado es algo más y algo menos que una clase social. De hecho, a mi entender, el precariado, haciendo analogía con los no-lugares, de los recientemente hablábamos, es una no-clase, un conjunto de individuos cuya principal razón de ser es no identificarse con nada que no sea su propio beneficio, una franja social que tiene a gala no confiar en ninguna de las otras clase, y mucho menos en el aglutinador de todas ellas, el Estado. El precariado es el principal bebedero donde la ultraderecha ha ganado lugar en Europa, pero también, como señala Alain Garrigou (ver entrada anterior), el avance de esta opción política radical se ha ralentizado, en gran parte por la imposibilidad de unificar tanto interés particular. Jirones de otras clases sociales empiezan a confundirse con ese precariado que al principio parecía representar a las personas sin recursos y opción vital. La tan traída y llevada desaparición de los valores se aprecia claramente en las posiciones del precariado, y esos valores son sustituidos por lemas de trazo grueso, que calan fácilmente en las mentes simples. Así, como señala Garrigou, se es “sensible a la raza, pero no a la clase”; se habla de “los abusos cometidos por los extranjeros, los holgazanes, los asistidos”; se comenta, sin rubor, que “son los sin papeles los que actualmente son los únicos que pueden gozar de un sistema financiado al 100 %”. El pensamiento se transforma en prejuicio, el sentimiento de culpa en rencor, en un proceso que ya Nietzsche analizara en La genealogía de la moral. En este contexto, la tentación del pesimismo se hace insoportable para muchos. Pero ya dice García Montero en http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2013/04/05/pesimismo_optimismo_2040_1023.html que “Estos días tristes no reclaman optimismo o pesimismo, sino valores”. A aquel que utiliza el pesimismo del otro para imponer su criterio se le llama cínico.
    El cínico es la figura negativa por excelencia de nuestro tiempo. Decía Todorov que “el miedo a los bárbaros nos convierte en bárbaros”, y es cierto, pero además estos bárbaros son pastoreados por los cínicos, ellos son los pastores del pesimismo, pero también del resentimiento, de la culpa, y de algo todavía más peligroso: el orgullo herido. El modelo de pensamiento del precariado y de restos aledaños de otras clases sociales es muy simple: No confío en el estado, no confío en los extranjeros sin papeles, en los pobres que viven de la Seguridad Social, porque sospecho que en toda esa gratitud social puede esconderse un engaño, y si soy engañado y no me doy cuenta, es que soy estúpido, porque han hecho con mi dinero lo que yo no quiero, por tanto, entre ser un estúpido y creer en la bondad del sistema social y la posibilidad de que todos estemos siendo engañados y manipulados, prefiero la segunda opción, la menos arriesgada. Nos encontramos con individuos que han perdido todo resto de valores, individuos cuya única posesión es una exigua cantidad de dinero ganada con terribles esfuerzos. El cínico se aprovecha de este modelo de pensamiento, aunque parte de él, porque en origen es un personaje frustrado. El cínico busca erigirse como líder de todos los frustrados, y su mensaje es rápidamente codificado. Éste es el triste proceso que aúpa a la extrema-derecha en media Europa. Y como dice García Montero: “Perdida la capacidad de decisión, el fatalismo justifica cualquier estrategia propia de los cínicos y los relativistas. Los aguafiestas del pensamiento aprenden pronto a reírse de todo para no sentir responsabilidad ante nada”. El cinismo avanza, y avanza el espíritu del precariado. El pensamiento y los valores retroceden. Sólo hay un antídoto ante esta amenaza: educación y cultura. ¿Están nuestros dirigentes dispuestos a atajarla? ¿O es que el cinismo dirige ya a nuestros dirigentes?

domingo, 7 de abril de 2013

APOLOGÍAS DEL EGOÍSMO




A mediados del siglo XX comenzó a extenderse una tendencia para-filosófica llamada objetivismo propagada por una escritora nacida en Rusia y naturalizada en Estados Unidos que usaba el pseudónimo de Ayn Rand. El objetivismo era una apología nada disimulada del egoísmo, que abominaba de toda forma de intervención gubernamental en la vida pública y terminaba propugnando una especie de darwinismo social basado en el capitalismo salvaje más exacerbado. Muchos personajes influyentes de la escena norteamericana se dejaron influir por esta tendencia, entre ellos Alan Greenspan y un buen número de asesores cercanos al presidente Reagan. El rastro de esa influencia se aprecia hoy en día en las ideas del Tea Party, movimiento ultraderechista que tiene sus manantiales de voto en una clase media venida a menos que busca culpables en las clases menos favorecidas y en los inmigrantes, y que acusa al gobierno de un intervencionismo sesgado hacia esas masas sociales. Según Ayn Rand, la caridad es inmoral y el egoísmo racional una razón de vida, según el Tea Party la seguridad social es un peso muerto para el estado que rescata a gandules y perezosos. La existencia del Tea Party es un buen ejemplo de cómo la decadencia de una clase social va muy ligada a la falta de argumentos intelectuales sólidos y a la disolución de sus propios valores que, o simplemente ya no sirven o han sido sustituidos por proclamas populistas de trazo grueso.
La orgullosa Europa miraba con desprecio la ascensión del movimiento Tea Party en la seguridad de que sus viejas meta-narrativas serían suficientes para aguantar el deterioro y desestructuración de una clase media ilustrada, intelectualmente sólida, que ha perdido su influencia en las altas finanzas y los medios de producción pero sigue controlando gran parte de su peso en el sistema de democracias liberales. Esa presunción ingenua ha resultado fatal para las clases medias europeas. Como ya comenté en una entrada anterior, http://jumilla-amalgama.blogspot.com.es/2012/02/la-estrategia-del-lemming.html, Europa parece caminar a una especie de suicido social en el que tiene mucho que ver una nueva clase, que ha adoptado varias de las tesis del movimiento Tea Party, bautizada por la Fundación Friedrich Ebert como el “precariado”. Es difícil precisar como clase social lo que son varios grupos heterogéneos, pero el “precariado” engloba ya tanto a desempleados de larga duración o trabajadores de alta cualificación que desempeñan trabajos muy alejados económica y socialmente de sus expectativas como a universitarios en paro. Poco a poco, el “precariado” crece, y acoge retazos de la ya casi desaparecida clase media (ver el artículo de Ramón Muñoz, “Adiós, clase media adiós” en http://elpais.com/diario/2009/05/31/negocio/1243775665_850215.html). Pero lo llamativo de esta nueva clase social no es su creciente heterogeneidad económica y social, sino su paulatina uniformidad cultural, su capacidad para absorber las frustraciones, el nihilismo, la precariedad de valores y el resentimiento de diferentes capas de un tejido social desmoronado. Según Andrés Ortega en “El regreso de la lucha de clases” http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/02/20/vidayartes/1329766843_742941.html, el “precariado” acumula a una cuarta parte de la población adulta, personas que “no votan ni emiten votos protesta y desconfían de las instituciones políticas”. Los miembros de esta nueva casta son descritos aquí como “nómadas urbanos”, gentes que nada tienen en común salvo cuatro rasgos: la ira, la anomia, la ansiedad y la alienación, características éstas que llevaron al poder a más de un partido fascista en los años treinta del pasado siglo. En esto se diferencia del llamado “proletariado clásico”, una clase social en trance de desaparición, no por falta de rasgos económicos, sino culturales y sociales. Los nacionalismos, los populismos y cualquier tipo de autoritarismo incipiente reclaman ya su botín. Pero lo peor no eso, sino que, como hemos insinuado, la clase media desbancada, los profesionales liberales, grupos de funcionarios, se acercan a esta especie de clase sin clase que es el “precariado”, y se observan los primeros indicios de un Tea Party europeo que hace gala de un desprecio militante de lo colectivo, de lo público, que dispara contra los políticos corruptos siguiendo la moda de los “indignados” pero olvida a los corruptores, empresarios y banqueros enriquecidos a la sombra del capitalismo salvaje desregularizado. Son responsables de un giro inconsciente de grupos de ciudadanos pobres e indefensos hacia la derecha, pero a un tipo de derecha irresponsable e inculta, falta de argumentos y vacía. Alain Garrigou, en el nº 209 de Le Monde Diplomatique en español, da algunas claves en “Lo que ellos llaman derechización”, un extenso artículo sobre el que regresaremos en la próxima entrada, baste citar el siguiente párrafo: “La danza de los prejuicios, en la que una vulgata neoliberal se fusiona con un sentido común grosero, contribuye a la derechización de las mentalidades cuando glorifica el egoísmo”. Los nietos de Ayn Rand, desarmados, desilusionados, resentidos, ignorantes, ingenuos, caminan hacia la autodestrucción de la mano de una apología ciega del egoísmo.

sábado, 16 de marzo de 2013

ESPACIO PÚBLICO Y NO-LUGARES




La reducción del espacio público, del tiempo público, en los últimos años es una realidad tan evidente que no vamos a redundar en todas sus facetas: los multitudinarios recortes ordenados por instituciones internacionales de carácter macroeconómico, la rápida devaluación de la sanidad y la educación públicas en los países del Sur de Europa, las constantes externalizaciones de servicios antes ofrecidos directamente por las instituciones de los estados… No insistiremos en hechos tan evidentes y tan comentados en los medios. Vamos, de la mano de Eugenio Trías, como ya comenzamos en una entrada anterior, a ofrecer ejemplos físicos, tangibles, de verdaderos espacios públicos, espacios comunes, fronteras o franjas entre dos mundos cerrados, que han sido paulatinamente estrechados, sofocados, estrangulados entre las trituradoras de lo privado. En la entrada anterior sugerimos que el límite en el que se inscribe el lugar de la comunidad, el espacio público, era una suerte de balcón privilegiado al cerco hermético de los anhelos, esperanzas y utopías comunes de la humanidad. El cerco del aparecer descrito por Trías era, desde un punto de vista social y económico, el mundo del consumo de masas, que tapa con su espectáculo hoy por hoy cualquier otra asunción social, incluido el mismo estado.
    Un ejemplo elocuente ilustra mi afirmación en un artículo publicado por Philippe Rekacewicz en el número 208 de Le Monde Diplomatique (edición en español). En un ejercicio de la llamada cartografía radical, se analizaba en ese texto la constante reducción del espacio público internacional en los aeropuertos del Norte de Europa a favor de las tiendas Duty Free (libres de impuestos). Por ejemplo, entre 2005 y 2007, en dos remodelaciones, el aeropuerto de Oslo, Gardermoen, vio reducida su terminal internacional de forma tan dramática que tan sólo quedó un estrecho pasillo cuya única función era el paso rápido a la Duty Free. Parecidos procesos se vieron en Estocolmo (Arlanda) o en Berlín Schönefeld) ya en 2013. Los pasajeros, que hasta entonces utilizaban el espacio internacional como zona de relax, de encuentro o cita, de reflexión, de simple ejercicio de su entidad de ciudadanos momentáneamente internacionales, se encuentran ahora prácticamente estabulados, como reses conducidas al pesebre de las Duty Free Shop, que han visto crecer su propio espacio dedicado al puro consumo de forma desmesurada. Las entradas directas a la zona de embarque a través de la terminal pública quedan ahora sutilmente vedadas por muros de carros o puertas reservadas a personal interno, de forma que es obligado el paso por el interior de la tienda libre de impuestos, donde el pasajero, ya bastante atropellado, se carga con pesos innecesarios mientras vacía sus bolsillos o su tarjeta de crédito. Como señala Rekacewicz, nos encontramos en unos aeropuertos donde “los estados se retiraron y la gestión fue (…) terceralizada y confiada a empresas”, de forma que las antiguas zonas públicas se han convirtieron en “ciudades dentro de la ciudad”, ciudades del consumo, megacentros comerciales, aparcamientos de pago, supermercados y tiendas free-tax. Es cierto que el aeropuerto ha sido durante lustros un “territorio entre dos mundos”, un verdadero límite según lo entiende Trías, pero hoy empieza a ser la prueba fehaciente de que el cerco del aparecer convertido en consumo se ha comido ya al cerco hermético, el de los sueños universales del pasajero como ciudadano del mundo, espíritu libre entre terminales. Eso se acabó, el pasajero internacional no es hoy otra cosa que un cliente potencial al que exprimir y conducir a la zona de consumo.
    Esta situación de los aeropuertos actuales recuerda bastante a los conocidos como no-lugares, espacios sin identidad, sin alma, deshumanizados, que han proliferado en la época de la postmodernidad, tanto como los solares incultos, las urbanizaciones perdidas, las estaciones de tren alejadas de las ciudades (la Fernando Zóbel de Cuenca es un gran ejemplo), los grandes vestíbulos desangelados de los museos vacíos, y tantas otras traducciones del vacío existencial tras las cenizas de la modernidad.
    Dice Marc Augé en Los no lugares. Espacios del anonimato, que “si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad  ni como relacional ni como histórico, definirá un no-lugar”. Las viejas terminales agostadas son no-lugares radicales, y los pasajeros, asustados por el hálito de vacío, nada y muerte, huyen despavoridos al interior de las Duty Free Shop, sin saber que han viajado del purgatorio al infierno.