A mediados del siglo XX comenzó a extenderse una tendencia
para-filosófica llamada objetivismo propagada por una escritora nacida en Rusia
y naturalizada en Estados Unidos que usaba el pseudónimo de Ayn Rand. El objetivismo era una
apología nada disimulada del egoísmo, que abominaba de toda forma de
intervención gubernamental en la vida pública y terminaba propugnando una
especie de darwinismo social basado en el capitalismo salvaje más exacerbado.
Muchos personajes influyentes de la escena norteamericana se dejaron influir
por esta tendencia, entre ellos Alan
Greenspan y un buen número de asesores cercanos al presidente Reagan. El rastro de esa influencia se aprecia hoy en
día en las ideas del Tea Party, movimiento
ultraderechista que tiene sus manantiales de voto en una clase media venida a
menos que busca culpables en las clases menos favorecidas y en los inmigrantes,
y que acusa al gobierno de un intervencionismo sesgado hacia esas masas
sociales. Según Ayn Rand, la caridad es inmoral y el egoísmo racional una razón
de vida, según el Tea Party la seguridad social es un peso muerto para el
estado que rescata a gandules y perezosos. La existencia del Tea Party es un
buen ejemplo de cómo la decadencia de una clase social va muy ligada a la falta
de argumentos intelectuales sólidos y a la disolución de sus propios valores
que, o simplemente ya no sirven o han sido sustituidos por proclamas populistas
de trazo grueso.
La orgullosa Europa miraba con desprecio la ascensión del
movimiento Tea Party en la seguridad de que sus viejas meta-narrativas serían
suficientes para aguantar el deterioro y desestructuración de una clase media
ilustrada, intelectualmente sólida, que ha perdido su influencia en las altas
finanzas y los medios de producción pero sigue controlando gran parte de su
peso en el sistema de democracias liberales. Esa presunción ingenua ha
resultado fatal para las clases medias europeas. Como ya comenté en una entrada
anterior, http://jumilla-amalgama.blogspot.com.es/2012/02/la-estrategia-del-lemming.html,
Europa parece caminar a una especie de suicido social en el que tiene mucho que
ver una nueva clase, que ha adoptado varias de las tesis del movimiento Tea
Party, bautizada por la Fundación
Friedrich Ebert como el “precariado”.
Es difícil precisar como clase social lo que son varios grupos heterogéneos,
pero el “precariado” engloba ya tanto a desempleados de larga duración o
trabajadores de alta cualificación que desempeñan trabajos muy alejados
económica y socialmente de sus expectativas como a universitarios en paro. Poco
a poco, el “precariado” crece, y acoge retazos de la ya casi desaparecida clase
media (ver el artículo de Ramón Muñoz,
“Adiós, clase media adiós” en http://elpais.com/diario/2009/05/31/negocio/1243775665_850215.html).
Pero lo llamativo de esta nueva clase social no es su creciente heterogeneidad
económica y social, sino su paulatina uniformidad cultural, su capacidad para
absorber las frustraciones, el nihilismo, la precariedad de valores y el
resentimiento de diferentes capas de un tejido social desmoronado. Según Andrés
Ortega en “El regreso de la lucha de
clases” http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/02/20/vidayartes/1329766843_742941.html,
el “precariado” acumula a una cuarta parte de la población adulta, personas que
“no votan ni emiten votos protesta y desconfían de las instituciones
políticas”. Los miembros de esta nueva casta son descritos aquí como “nómadas
urbanos”, gentes que nada tienen en común salvo cuatro rasgos: la ira, la
anomia, la ansiedad y la alienación, características éstas que llevaron al
poder a más de un partido fascista en los años treinta del pasado siglo. En
esto se diferencia del llamado “proletariado
clásico”, una clase social en trance de desaparición, no por falta de
rasgos económicos, sino culturales y sociales. Los nacionalismos, los
populismos y cualquier tipo de autoritarismo incipiente reclaman ya su botín.
Pero lo peor no eso, sino que, como hemos insinuado, la clase media desbancada,
los profesionales liberales, grupos de funcionarios, se acercan a esta especie
de clase sin clase que es el “precariado”, y se observan los primeros indicios
de un Tea Party europeo que hace gala de un desprecio militante de lo
colectivo, de lo público, que dispara contra los políticos corruptos siguiendo
la moda de los “indignados” pero olvida a los corruptores, empresarios y
banqueros enriquecidos a la sombra del capitalismo salvaje desregularizado. Son
responsables de un giro inconsciente de grupos de ciudadanos pobres e
indefensos hacia la derecha, pero a un tipo de derecha irresponsable e inculta,
falta de argumentos y vacía. Alain
Garrigou, en el nº 209 de Le Monde Diplomatique en español, da algunas
claves en “Lo que ellos llaman
derechización”, un extenso artículo sobre el que regresaremos en la próxima
entrada, baste citar el siguiente párrafo: “La danza de los prejuicios, en la
que una vulgata neoliberal se fusiona con un sentido común grosero, contribuye
a la derechización de las mentalidades cuando glorifica el egoísmo”. Los nietos
de Ayn Rand, desarmados, desilusionados, resentidos, ignorantes, ingenuos,
caminan hacia la autodestrucción de la mano de una apología ciega del egoísmo.
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