jueves, 1 de noviembre de 2012

ZOMBIS, VAMPIROS Y OTROS SIMULACROS DEMOCRÁTICOS


Entre las figuras más complejas a la vez que populares que han difundido los medios de masas actuales se encuentran los zombis, vampiros y otros seres fronterizos nacidos al amparo del género de terror. Sus relaciones metafóricas con la realidad son más que evidentes, sobre todo si establecemos comparaciones a nivel económico, social y político. Son numerosos los ensayos y artículos que han tratado el tema, pero citaremos aquí solamente las reflexiones de José Saturnino Martínez García en Le Monde Diplomatique, edición española del mes de octubre. Este autor nos recuerda, para empezar, el origen del zombi como esclavo que simula su muerte para ser libre. Sus congéneres extienden la leyenda de que es un ser sin alma controlado por un brujo. La actual versión del zombi, aquella que hizo famosa George Romero, nos introduce en la idea de algún tipo de enfermedad o mal secreto que deja a los hombres no solo sin alma, sino también sin cerebro, o al menos con el indispensable paleocórtex que les permita deambular. Los nuevos zombis, los de Michael Jackson, son además caníbales. José Saturnino Martínez nos hace una primera referencia social que me parece muy acertada, en tanto remite a las relaciones muertas en el ámbito urbano alienado de los solitarios dúplex o  adosados (explotado ampliamente en el cine), o  nos recuerda a las personas con las que se ha perdido la amistad, que vagan alrededor nuestro como cáscaras vacías. Dicho en palabras del ensayista: “la genta a la que queremos ya no está ahí, están sus cuerpos, pero no la relación personal”. Si utilizamos la terminología de Baudrillard podemos decir que un zombi es un simulacro de ser humano, un simulacro de la existencia.
A propósito de Walking Dead, el popular cómic y serie norteamericanos, José Saturnino Martínez se interna en una hábil disección del estado europeo post-crisis, donde el orden político ha sido sustituido por el orden policial, siendo la crisis la amenaza irracional exterior encarnada por los muertos vivientes en el supuesto del Apocalipsis Zombi. Conocemos demasiado bien este argumento que esgrimen los gobiernos sin ideas de esta Europa terminal; puesto que la amenaza es tan grande, se deben unir las fuerzas de tal manera que cualquier disensión, debate, opinión contraria (es decir, lo constitutivo del orden político) quedan fuera de toda posibilidad, porque el gobierno, ante la situación de emergencia, asume todo el control e impone “una única solución como natural, pues no hay alternativa”. La “polémica sobre lo común” ha quedado derogada. El articulista de Le Monde Diplomatique sólo ve una diferencia entre el orden de cosas de Walking Dead y la situación de la que es metáfora, nuestro propio orden social; mientras en el primero no hay gobierno, y los propios ciudadanos construyen el orden policial, en el segundo caso sí lo hay. Difiero de su análisis sólo en un punto, y remito a la entradas de este blog de hace un año, http://jumilla-amalgama.blogspot.com.es/2012/02/la-emergencia-del-estado-simulacro.html en la que, aparte de hablar de soslayo de los consumidores-zombis, del consumo como forma de democracia neoliberal, se plantea la posibilidad de algo parecido a un estado zombi, controlado por un brujo exterior, llámese Troika, llámese mercados deudores. Para clarificar el símil hay que remitir al conocido cuento de Poe en el que un moribundo, Míster Valdemar, es mesmerizado en el momento mismo de morir. La hipnosis aguanta artificialmente el cuerpo en un estado fronterizo entre vida y muerte hasta que el final del experimento, meses después, nos devuelve a la realidad del cuerpo, un  “horrible caos putrefacto”. Esa es la situación de algunas democracias europeas, entre ellas la española, un simulacro de estado que, como una cáscara, oculta la corrupción y la decrepitud del interior. La hipnosis a la que están sometidos sus miembros, zombis-esclavos a la antigua usanza caribeña, impide el desmoronamiento prematuro en tanto la tercera figura de esta triada del horror, el vampiro, un símbolo demasiado claro y presente, pueda seguir succionando el fluido vital. Lo peor en este cuerpo infrahumano es que dentro de él conviven los zombis y los vampiros, en una intimidad que no promete nada bueno; una vez más la realidad supera a sus metáforas.

martes, 16 de octubre de 2012

EUROVEGAS Y LOS SÍMBOLOS




La palabra <símbolo> es una de las más coherentes en cuanto a su etimología en las lenguas romances. Deriva de dos radicales, <sin>, que viene a equivaler a juntamente,  y <bolon> del verbo griego <ballein>, que significa lanzar o arrojar. El <symbolum> latino era una moneda que se partía en dos, de forma que las personas que la portaban se reconocían entre sí como prueba de un vínculo infranqueable. Guardaban los dos trozos hasta que se encontraban y podían unirlos, ellos mismos o sus enviados. De aquí, el antagonista <diabolon>, que significaba la separación irreparable. Por ello, hoy en día, el símbolo es la imagen o reflejo perfecto de aquello que se quiere explicar de forma directa y concisa, de una serie de ideas o pensamientos complejos.  Banderas o escudos han sido los iconos más usados como símbolos, pero cualquier objeto es susceptible de convertirse en símbolo, incluido algo que todavía no existe, como Eurovegas, el proyecto del magnate Sheldon Adelson todavía no edificado y cuya ubicación se supone en las cercanías de Madrid.
    Escuché por primera vez esta proposición de boca del escritor Carlos Taibo, que erigía el polémico complejo de ocio como símbolo de la miseria moral de nuestro país en los últimos tiempos, como ejemplo más que elocuente de la cultura del pelotazo, de la sed por el dinero fácil. Pero Eurovegas, el símbolo Eurovegas, es esto y mucho más. En él se resume toda una forma de entender la vida, toda una supuesta cultura en la que la especulación financiera ha terminado ahogando a la corriente neoliberal –un gran casino de apuestas que juega con el futuro de millones de personas, sin reglas de juego, sin alma, sin piedad, sin referentes-. La desregularización absoluta que persiguió el proyecto neoliberal desde los años ochenta tiene su reflejo en la ciudad sin ley que Adelson pretende instaurar en el centro de España, inmune a los tribunales de justicia del resto del país, donde proliferaría el trabajo precario, la contratación ilegal e incluso los oficios fuera del marco jurídico actual, tales como la prostitución. Eurovegas, con sus flamantes hoteles y casinos sólo para los muy ricos y estruendosas y patéticas máquinas tragaperras instaladas en las zonas comunes para los pobres que se acercan al lujo como polillas a la luz de las candilejas, es el sueño enfermizo de la utopía del capitalismo financiero en su etapa de decadencia. El lujo desmesurado, las decoraciones horteras, los vicios pretendidamente exquisitos, son pruebas más que suficientes de esa decadencia asfixiante que hubiera hecho las delicias de Joris-Karl Huysmans. Todas las más necias pesadillas unidas en un gran símbolo sofocante; pariendo el símbolo del símbolo, como un retruécano, en una imagen del propio Huysmans, Eurovegas es como una tortuga ahogada por el peso de las joyas engastadas en su coraza.
    Sin embargo, en el origen de Eurovegas está el otro lado de esta moneda partida, de este <symbolum>, que a pesar de presentar un rostro barroco y decadente, recargado, remite a la más minimalista, la más abstracta y vacía de las adicciones: la adicción al dinero. Si todas las drogas clásicas, que una tras otra han ido llenando décadas de la modernidad: el alcohol y su poema supremo, la absenta; el opio y sus posteriores derivados; el ácido lisérgico, las anfetaminas y más tarde la cocaína; finalmente las drogas de diseño, prometían placeres concretos, físicos, unidos a las flaquezas y milagros del cuerpo, la adicción al dinero es la más sofisticada y perfecta de las drogas, allí donde el valor de uso ha desaparecido por completo y sólo queda la abstracción de los números y la ambición de poseerlos. Tal adicción es un fenómeno propio de épocas de decadencia moral, social o cultural; recordemos los años dorados del bingo al final de la dictadura en España. Hoy, el juego vuelve, como un símbolo perfecto e imperturbable, porque definitivamente  veinte, cuarenta años son nada, el espejo nítido de nuestro nihilismo. Proliferan las mesas de póker, que inunda las vidas frustradas de nuestros jóvenes. En televisión, las casas de apuestas patrocinan películas en horario familiar. Jugarse el dinero en internet está de moda. Nadie hace nada, nadie, porque los medios de masas simplemente están actuando como camellos para inflar la última gran burbuja que nos dejará definitivamente pelados. Hagan juego.

viernes, 28 de septiembre de 2012

EL FINAL DEL ENTUSIASMO

En recuerdo del fallecimiento de Santiago Carrillo.
Jean-François Lyotard, el teórico de la postmodernidad, analizaba en 1986 la idea kantiana del “entusiasmo” aplicada a lo histórico-político. Partiendo de que una proposición crítica es análoga a una proposición política sólo en el caso de que ésta no sea doctrinal, Lyotard pasa a analizar las ideas histórico-políticas de Kant en cuanto a los cambios en el devenir humano. Kant busca no ya los datos intuitivos sino los propios hechos que indiquen que “la humanidad es la causa (Ursache) y la autora (Urheber) de su progreso". Estos hechos se encuentran en la esfera del acontecimiento (Begebenheit), cercano al famoso “Ereignis”, de Heidegger, a un darse, al “hecho de darse". La aparición, un tanto misteriosa, de este acontecer en Kant será explicada por Lyotard sobre posteriores escritos kantianos que tienen como base el hecho histórico de la Revolución Francesa, ejemplo claro de eclosión del Begebenheit en forma de “entusiasmo”, que valida la proposición de que “la humanidad progresa continuamente hacia un estado mejor". Kant coloca el entusiasmo bajo la categoría de lo sublime, lo que está más allá de los límites de la razón, pero no en el sentido del sentimiento de lo sublime estético aplicado a los objetos, sino considerando sublime ese mismo sentimiento. El entusiasmo entra directamente en las categorías estéticas, coloca las manifestaciones políticas sin forma u orden establecido, en tanto sublimes, dentro de los juicios estéticos. Como en Kant la belleza y el bien están relacionados, aquí es el progreso  y la autonomía de los pueblos el bien buscado, que justifica la preponderancia de estos “afectos fuertes”, desordenados, que Kant no considera en sí mismos base segura de un orden político. Dicho de otra forma, el entusiasmo garantiza el fermento emocional y estético para que el hecho político cristalice en el bien del pueblo. Lyotard es pesimista respecto a la posteridad de la idea del entusiasmo, considera que el último momento en que éste sentimiento se dio en Occidente fue el Mayo del 68. La idea que hoy tenemos de la política, considera Lyotard, está muy alejada de la que tenía Kant, y se inscribe más bien en la esfera de la dominación. Por otra parte, la forma occidental y actual de acercarse al hecho político por parte del pueblo es más bien la del desencanto, la apatía y la tristeza, cuando no, como en los aconteciemientos del reciente 25-S en Madrid, la total desafección. Lyotard no concebía en 1986 como momento de entusiasmo la transición española, y es posible que siguiera sin hacerlo con posterioridad, pero en nuestro país se pueden considerar estos años posteriores a la muerte de Franco como uno de los pocos momentos de verdadero Begebenheit de la historia contemporánea española. Durante esos años de entusiasmo se vio la posibilidad de un pueblo dueño de su destino, a pesar de que el resultado fuera finalmente un edificio con cimientos ruinosos; durante esos años también, una generación completa vivió y fue educada en ese espíritu. La devaluación política ha sido rápida, máxime teniendo en cuenta la apatía generalizada de los ocupantes de la generación anterior, educados en una dictadura; teniendo en cuenta también la rigidez de la estructura política, que llevó a García Trevijano a la definición, en tiempos en que nadie esperaba la degeneración actual, de “partidocracia” . No hay otra vía ante la amenaza más que evidente de la aniquilación social y política de este país que dar un paso atrás postmoderno y plantear una revisión de nuestras bases constitucionales, pero desde el punto de vista de aquel entusiasmo medular que vivieron en su infancia y juventud los que hoy cuentan hoy entre 40 y 50 años. Ese ambiente, ese Zeitgeist,  es la guía que se debe seguir; el otro camino conduce, entre el populismo y el nihilismo fascista, a nuestra destrucción.

domingo, 2 de septiembre de 2012

CASA TOMADA



Uno de los milagros de la literatura y el arte, respecto a las ciencias o las pseudociencias, como la economía, es que los cuentos o las obras pictóricas, los grabados o los poemas, suelen tener una segunda vida, que puede estar alejada siglos enteros de su primera publicación. Es común que esa segunda vida se vea infiltrada por intertextos posteriores, a veces muy alejados del ámbito artístico. Quizá uno de los métodos de creación que más permeables se han mostrado a estos cruces de discursos,  de formas excéntricas de interpretar la realidad, sea el surrealista. Con el apelativo surrealismo no aludo solamente a los autores englobados en el grupo liderado por Bretón, sino a otros autores inclasificables que por su propio afán de independencia no quisieron limitarse dentro de los estrechos límites que siempre impone un movimiento organizado. Henri Michaux es uno de esos surrealistas más allá del movimiento, además de un artista integral, poeta, novelista, ensayista y pintor. Y precisamente algunas de sus obras, nos tientan hoy, pasado el tiempo, a la reflexión madura. En una obrita de 1930, Un tal Plume, Michaux crea un personaje entre chivo expiatorio y Charlot despreocupado que a  la postre es un crítica al naciente ciudadano alienado que hoy puebla el mundo. Plume se ve desbordado continuamente por acontecimientos que no comprende, que en esencial el lector interpreta como absurdos, pero el “héroe” de Michaux tampoco se alarma en exceso, más bien, como en el capítulo Un hombre apacible, Plume se limita a dormitar mientras todo se desploma a su alrededor. En Plume en el restaurante, nuestro personaje pide en una taberna una chuleta,  un plato que no está en el menú; tras servirlo, el chef se coloca a su lado en actitud amenazante; al instante, es el dueño del local el que le aborda. Plume se deshace en excusas cada vez más enrevesadas, cuando, de repente, se da cuenta de que alguien uniformado se halla frente a él. Finalmente, se le da la posibilidad de hacer una llamada y es detenido. Lo más curioso es que los personajes acusadores no llegan a referirse a esa chuleta que no está en el menú y sin embargo le han servido, y por la que Plume se autoacusa y se deja detener sin oponer resistencia. Otros capítulos no menos absurdos irán añadiendo facetas a este Plume carente de suerte.
Otro surrealista no catalogado, Julio Cortázar, publicará medio siglo después una especie de homenaje a Michaux con el título de su obra Un tal Lucas; pero es quizá su primer cuento, publicado en 1951, Casa tomada, lo más cercano al tono del polígrafo francés. El cuento de Cortázar se desarrolla con esa misma cadencia implacable de lo que no tiene remedio. Un par de hermanos que han vivido siempre en la misma casa y no tienen nada más, abandonan sin explicación una a una las habitaciones de la vivienda hasta que cierran la puerta de entrada y tiran la llave. No se nos explica qué hay dentro que los obliga a salir, pero ellos lo tienen asumido. Michaux escribe en la época del nacimiento de los fascismos, mientras que es asumido que el cuento de Cortázar es una crítica a la actitud invasiva del peronismo. Ambas obras cobran un nuevo brillo en estos tiempos de pérdida, donde nuestros derechos, levantados, como la casa familiar, durante generaciones, son extirpados con implacable sigilo, donde decisiones absurdas convertidas en amenazas de los poderosos son asumidas por el ciudadano entre excusas y sospechas de culpa. Hoy, no es metáfora, somos literalmente expulsados de nuestra casa, de nuestra democracia, del ámbito de la razón contra toda lógica, y, resignados, tiramos la llave por la alcantarilla.

domingo, 15 de julio de 2012

1914, UN SIGLO DESPUÉS



Hace un tiempo, un amigo me regaló un libro de Stefan Zweig, el escritor austriaco que sufrió el exilio de manos de los nazis. Nunca le estaré lo suficientemente agradecido. La obra, titulada El mundo del ayer, es un repaso intelectual y cultural al siglo XX, desde su inicio hasta la Segunda Guerra Mundial, un maravilloso viaje junto a gran parte de las personas que moldearon la etapa final de la modernidad, de la que, queramos o no, somos hijos. El viaje comienza, en un capítulo titulado El mundo de la seguridad, con una seria advertencia, que coincide con una descripción del mundo inmediatamente anterior a la Primera Guerra Mundial. Una advertencia que, cruzando el siglo, llega a las orillas de nuestra época.
Efectivamente, la primera década del siglo XX en Centroeuropa estuvo marcada por una sensación de seguridad, de duración, de estabilidad; cada cual tenía su labor definida, nadie se salía de su pequeño y confortable espacio de funcionamiento, los estados eran sólidos, los seguros cubrían todo tipo de posibles desgracias, aminorando la amenaza de lo impredecible. “Todo tenía su norma, su medida y su peso determinados”, escribe Zweig. “Quien tenía casa la consideraba un hogar seguro para sus hijos y nietos; tierras y negocios se heredaban de generación en generación”, recuerda más adelante. De hecho, la sensación de seguridad era el bien más preciado de millones de personas, porque el acceso al bienestar se hizo posible para todas las clases sociales. Un panorama no muy alejado de la visión del “final de la historia” que pintara el iluso Francis Fukuyama, precisamente al final del siglo XX. Pero todo aquello cambió de repente. Con la amarga distancia de los años, Stefan Zweig piensa que es fácil reírse, en el tiempo en que él escribe, en plena Segunda Guerra Mundial, de aquellas ilusiones. Zweig, en los años cuarenta pertenece a una generación que ha descartado la palabra “seguridad” de su vocabulario; una generación que, abatida, da la razón a Freud cuando afirma “ver en nuestra cultura y nuestra civilización tan sólo una capa muy fina que en cualquier momento podría ser perforada por las fuerzas destructoras del infierno”. El autor austriaco utiliza la triste metáfora del castillo de naipes para ilustrar la ilusión que destrozó el estallido de la Gran Guerra. La más grande asunción intelectual y artística de Centroeuropa, creada en su mayoría por judíos como Zweig,  se dio en Viena en los años anteriores a 1914, y todo ello desapareció en el espacio de unos pocos años. Hoy, a dos años de celebrar el centenario de aquel brutal giro de la historia, la advertencia de Zweig semeja una fea amenaza;  hace apenas un lustro nadie se lo hubiera planteado, pero las gentes hablan ya del final de un sueño, de una época que ya no conoceremos. Es un lugar común que las lecciones de la historia sólo se escuchan cuando nada tiene remedio, como también es un lugar común tratar de apocalípticos a los que avisan. Estamos en una encrucijada que puede acabar con todo, y sin embargo, no pocos ilusos, muchos de ellos con estudios superiores, excusan e incluso apoyan con estúpido frenesí el desmontaje cultural y social que se está produciendo a nuestro alrededor en aras de los errores económicos de otros, sin ser conscientes siquiera de que es esa fina capa la que nos separa de otro 1914. Y aún decía Stefan Zweig: “Sin embargo, a pesar de que nuestros padres habían servido a una ilusión, se trataba de una ilusión magnífica y noble, mucho más humana y fecunda que las consignas de hoy.”.

sábado, 9 de junio de 2012

TIEMPO DE DESTRUCCIÓN



Se cumplen ahora 50 años de la publicación, en 1962, de “Tiempo de Silencio”, la novela de Luis Martín-Santos que rompe con el realismo social de la época e introduce claramente la renovación  literaria iniciada por James Joyce. La obra apareció mutilada, y hasta después del franquismo no se pudo leer entera, pero Martin-Santos murió sin terminar otra obra más oscura y pesimista, “Tiempo de destrucción”. En ambas, el autor nos ofrece una visión existencialista de un género humano sumergido en la miseria de su condición como “estado de yecto”, como dejado caer en un mundo que lo subyuga. Fue una versión muy hispánica de los conceptos acuñados por Martin Heidegger. 
Mientras reflexionaba sobre la vigencia actual de Martín-Santos, en un mundo a todas luces dominado por la “caída del hombre”, cayó en mis manos un libro que no esperaba, “Delito de Silencio”. Se trata de un pequeño manifiesto escrito por Federico Mayor Zaragoza. Me sorprendió gratamente encontrar en este autor las mismas ideas, sólo que todavía más firmes, más claras y radicales, que en pequeños textos anteriores aunque prácticamente contemporáneos de Stephane Hessel o José luís Sampedro. Los autores anteriores han sido vilipendiados con frecuencia por la “inteligencia” oficial, esa nube de comentaristas políticos sin ninguna idea original, con una nula claridad de criterios que no coincidan con los intereses económicos de las plataformas mediáticas que los alimentan. Ese rebaño de mediocres que menudea por los platos televisivos aparta de su lado como algo incómodo textos firmados por un compromisario de la Declaración Universal de los derechos Humanos, diplomático de larga carrera, como Hessel, o declaraciones de un Catedrático en Economía por varias universidades europeas, galardonado con los más importantes premios españoles del mundo de las letras, como Sampedro, que ha publicado numerosos libros, y últimamente en torno a la idea de “economía humanista”, peligroso pecado que le ha llevado a ser denostado por los convencidos de la excelencia del actual modelo neoliberal. A esos convencidos se refiere Mayor Zaragoza en 2011 cuando dice que
“Ha llegado el momento de impedir y sancionar el acoso que el <mercado>, a través de conspicuas agencias de <calificación>, ejerce entre los políticos, <rescatadores> empobrecidos que deben aplicarse, a riesgo de hundimiento financiero, en recortar sus presupuestos. Los que preconizaban <menos estado y más mercado>, asegurando que éste se autorregularía y que se eliminarían los paraísos fiscales, deben rectificar públicamente y corregir los graves desperfectos ocasionados.”
 Más adelante aboga Mayor Zaragoza por la supresión de las plutocracias nacidas en la era Reagan y una regeneración completa de organismos como las Naciones Unidas. No he oído a nadie todavía criticar a Mayor Zaragoza de izquierdista radical, de ingenuo utopista o de vaya usted a saber qué otras cosas que la “inteligencia” neoliberal se inventa para desacreditar voces coherentes y serias. Recuerdo haberlo escuchado en 1998 en El Escorial junto a José Antonio Marina; allí defendía ya, frente a cientos de estudiantes de Bachillerato, la enseñanza pública contra los ataques que se cernían sobre ella. El tiempo parece darle tristemente la razón. Pero Mayor Zaragoza fue Diputado en el primer parlamento de nuestra transición,  Ministro de Educación entre 1981 y 1982, Diputado en el Parlamento Europeo y Director General de la UNESCO entre 1987 y 1991. Es conocido que Mayor Zaragoza es miembro del Opus Dei. Quizá por todas esas razones no lo quieran demonizar los rebaños mediáticos, quién sabe. Lo que sí debemos tener claro es que el Delito de Silencio nos lleva directamente al Tiempo de Destrucción; lean pues a Mayor Zaragoza.

domingo, 3 de junio de 2012

HIJOS DE GOLDMAN SACHS



Resulta curioso cómo, ante situaciones disparatadas, donde todo atisbo de sentido se desvanece, un pequeño detalle nos introduce de lleno en una sensación de coherencia que resulta todavía más alarmante. Hace apenas dos semanas, a la escritura de estas líneas, aunque la aceleración disparatada de los acontecimientos (el “éxtasis de las cosas”, que diría Baudrillard), se nos presenta ya muy lejano, el banco de inversiones norteamericano Goldman Sachs fue contratado por Luis de Guindos para tasar las cuentas de Bankia, con la esperanza de aportar la luz de la certeza en un entramado de sospechas y mentiras. No era la primera vez. Ya había sido llamado en los casos de Catalunya Bank y NovaGalicia, entidades que gozaron de sus nada baratos servicios, como lo hace el Tesoro con frecuencia.
Medidas coherentes, sin duda, con esa coherencia arrebatada, desesperada, que dan estos tiempos en los que ya nadie puede creer en nada, y cada nuevo salto en el vacío supera en audacia, estupidez o desvergüenza al anterior. Absolutamente coherente resulta, pues, que una entidad que se ha erigido a nivel mundial como uno de los principales causantes de las distintas crisis financieras de los últimos años, uno de los artífices indudables de las sucesivas burbujas arropadas por Wall Street (la tecnológica, la inmobiliaria, ahora la naciente del mercado de las materias primas…) se convierta en el tasador del mayor agujero de nuestra historia financiera.
Goldman Sachs nació de la nada en 1882 de manos de un inmigrante judío alemán. Antes de 1929 se embarcó en la creación de fondos de inversión llamados Goldman Sachs Trading Corporation, Shenandoah Corporation y Blue Ridge Corporation. Estas entidades no eran sino alias independientes de la madre principal que sólo tuvieron un cometido, actuar en las sombras para especular con los fondos creados por Goldman y que terminaron con unas pérdidas de 485 000 millones de dólares. A pesar de todo. Goldman Sachs fue uno de los pocos causantes del  crac de 1929 que sobrevivieron para contarlo. En años posteriores, durante los que el susto de 1929 imprimió cordura a las entidades financieras, Goldman Sachs hizo famoso el lema de “codicia a largo plazo”, con la voluntad del respeto hacia las empresas serias. Tras el proceso de desregulación neoliberal de la era Reagan todo eso se acabó, y Goldman Sachs fue el primero en lanzarse a una serie de prácticas que en cualquier sistema cabal hubieran sido fraudulentas y penadas por la ley. Técnicas que permitían en pocas semanas un incremento del beneficio  del 281 % en los fondos a ellos confiados por empresas que, a la postre, nada valían, técnicas basadas en el engaño y el soborno como el “escalonamiento” o “laddering”, el “hilado” o “spinning”, o las vergonzosas “comisiones intangibles” o “soft dollar commissions”. Con tales tretas, tras el pinchazo de varias burbujas, Goldman Sachs y otros hermanos menores provocaron la evaporación del 40 % de la riqueza financiera de Estados Unidos. Mientras Lehman Brothers y AIG cayeron, Goldman Sachs salió ileso para comenzar de nuevo el proceso. Sus antiguos consejeros se convirtieron con el tiempo en presidentes de los bancos centrales de Canadá e Italia, o director de la bolsa de Nueva York, o jefe del Gabinete del Tesoro, o presidente de la Reserva Federal, según la lista aportada por Matt Taibbi. Este autor, en su libro Cleptopía, utiliza una metáfora radical para explicar quién es Goldman Sachs: un calamar vampiro pegado a la faz del mundo. Y ahora, un ex-consejero de Lehman Brothers, una de sus víctimas, lo pone de maestro de ceremonias de la defunción del mayor monstruo financiero de nuestra historia. Eso es la coherencia.

sábado, 26 de mayo de 2012

UNA PELI DE TOROS


Venimos observando en los últimos años una progresiva e inexorable politización de todos los aspectos de la sociedad española, por muy nimios y asépticos que sean. El recurso de considerar la alteridad (política, social, cultural) como un problema es peligroso en sí mismo, por cuanto provoca pérdida de cohesión social y polarización entre los distintos sectores de nuestra párvula democracia. Da la impresión de que la transición española fue una especie de curso acelerado de cultura democrática para alumnos discapacitados, puesto que a día de hoy, pasados treinta y cinco años, nuestro aprendizaje de las reglas democráticas en tanto garantías de equidad, de respeto, de vertebración de los grupos, de acercamiento de las distintas posiciones, se puede traducir en un suspenso.
    Uno de los últimos jalones de este proceso imparable ha sido la polémica carpetovetónica de los silbidos al himno español en un partido de fútbol. Ciertos medios de comunicación no son en modo alguno ajenos a estas polémicas entre castizas y carnavalescas. Tal es el caso de La Razón, un medio cuyas portadas hace tiempo que engrosan los trabajos científicos sobre manipulación mediática. En su edición del pasado 15 de mayo, el citado diario llevó a portada una comparación de cifras de ingresos entre el cine español y la fiesta de los toros. La ocurrencia llevaba implícito un peligroso sesgo, puesto que cualquier lector podía darse cuenta al leer el amplio despliegue de páginas interiores que la intención era la identificación de los toros como un espectáculo “de derechas”, y el cine español como un negocio “de izquierdas”. Tal afirmación, aparte de ser una estupidez, es, desde luego, nociva, tanto para los toros como para el cine. Pero es que además, los argumentos según los cuales el cine español recauda mucho menos que los toros, son simplemente un invento mal montado, y el propio diario, en su despliegue de datos de la página 34, lo demostraba sin proponérselo. Se suponía que la recaudación del cine español era de 80 millones frente a 350 de los toros. Consultando los datos del propio periódico observábamos que, sin embargo, el número de espectadores en salas de cine era de 110 millones, en tanto los asistentes a las corridas se quedaban en 10 millones, último lugar entre los espectáculos reseñados, además del fútbol, el teatro y los conciertos. Nos encontrábamos, por ejemplo, que el número de proyecciones en España se acercaba a los 4.600.000 frente a los 1848 festejos taurinos, suponemos que en cifras anuales, porque el medio no lo citaba. La razón olvidaba para estas cifras marcar una división entre cine español y extranjero que sí había hecho en portada. Así, nos enteramos de que la recaudación total del mundo del cine es, solamente contando películas no españolas (pero proyectadas en nuestras salas) de 662 millones, un volumen de negocio muy superior al de los toros. El artículo es dañino no sólo por la politización sino porque desliza una interpretación, a tenor de las cifras, de espectáculo elitista para los toros y de producto popular de masas para el cine. Por otra parte, La Razón oculta intencionadamente el volumen de ingresos más importante de las producciones fílmicas españolas, la venta de DVDs, el consumo a través de videoclubs y televisiones, que no tiene un espectáculo presencial como los toros. La obsesión por las cifras ha llevado a una comparación imposible, que más que criticar supuestas subvenciones al cine 8como era intención en el diario), perjudica a los toros, haciendo más evidente su vulnerabilidad.

domingo, 20 de mayo de 2012

POSTALES



El pasado 17 de mayo se celebró el Día Internacional de Internet, un medio que nos ha cambiado de arriba abajo en sus apenas tres décadas de vida. La posibilidad de transmitir datos, conversar e incluso vernos en tiempo real a miles de kilómetros de distancia era algo inaudito no hace tanto tiempo. Internet ha cambiado nuestro lenguaje, nuestra forma de pensar, pero con más evidencia todavía nuestros usos y costumbres. Podemos localizar con facilidad a los jóvenes del entorno con sólo ingresar en la lista de chats de una red social, observaremos que están todos conectados; no hará falta buscarlos por las calles. De igual forma, gracias a los avances de la telefonía móvil, que se ha convertido ya en el principal soporte de la red, podemos observar nítidamente en las mesas de un café o el banco de un jardín a los absortos usuarios desarrollando sus pases mágicos sobra la pantalla táctil. Si trajéramos a un ciudadano de los años setenta a la actualidad para observar los usos de nuestros contemporáneos, no entendería nada de este cambio tan radical. Y esto no es ciencia ficción, sino la realidad cotidiana. Internet ha posibilitado la existencia de movimientos hasta hace una década imprevisibles, léase la Primavera Árabe o el 15-M español, una de las pocas ideas que hemos exportado además de la palabra “siesta”. Efectivamente, un proyecto original bien gestionado en las redes puede convertirse en cuestión de semanas en un acontecimiento mundial. Pero quiero aquí hacer el camino contrario, volver a los viejos sistemas. En el IES Arzobispo Lozano, una profesora se ha empeñado en recuperar para el público joven el formato postal, en lenta agonía por la competencia del correo digital. Isidora Navarro, junto a otros profesores y alumnos, ha invitado a través de las redes sociales, Twitter, Facebook, Tuenti, y de una cuenta de correo, laspostalesdelarzobispo@gmail.com, a toda la comunidad educativa del citado centro, a todos aquellos que han tenido alguna relación, siquiera anecdótica con el mismo, a celebrar el Día Internacional de Internet enviando un correo digital a alguno de estos medios indicando con su nombre y apellidos que curiosamente va a participar en un proyecto basado en el envío de postales. Isidora y los promotores del proyecto Las Postales del Arzobispo han elegido el camino contrario; usan Internet para popularizar el tradicional correo postal. La colección de postales recibidas en el centro entre los días 17 de mayo y 12 de agosto, Día Mundial de la Juventud, se expondrá a partir del 9 de octubre, que celebra precisamente el Día Mundial del Correo.
El envío de postales es un ritual que los jóvenes desconocen, la mayoría no lo ha experimentado jamás, y ni siquiera saben donde colocar la dirección postal. La emoción de depositar ese objeto tridimensional, ameno al tacto y a la vista en un buzón, un objeto real que viaja, tangible, no una serie de ceros y unos electrónicos, y esperar que llegue a su destino a través de un previsible viaje de sacos y trenes les es desconocida, al igual que la sorpresa de abrir el buzón de casa y descubrir en su interior la sorpresa de la amistad o del recuerdo. Porque una postal, es cierto, requiere cierto trabajo, buscar un momento tranquilo y relajado en una ciudad lejana, escribir y pegar el sello, actos que implican una voluntad de amistad y de conmemoración.
Una cosa más. Aquellos que quieran enviar su postal al centro escribirán esta dirección:
IES Arzobispo Lozano, Las Postales del Arzobispo, Av. De Levante, 20, 30520 Jumilla, Murcia.

domingo, 13 de mayo de 2012

A FAVOR DE LA PRENSA ESCRITA



Se ha celebrado recientemente el Día Mundial de la Prensa Escrita; distintas agrupaciones de periodistas han denunciado la falta de transparencia de las instituciones públicas y la reducción de la libertad de expresión a que está siendo sometido el sector. Algunos medios hablan ya abiertamente de censura.
Algunos autores quieren establecer una comparación entre la prensa seria y las redes sociales, con el argumento de que estas aportan inmediatez e independencia. Esta comparación supone un reduccionismo de la situación. Las redes sociales ocupan un espacio totalmente distinto en la formación de la opinión pública, son una desordenada amalgama de puntos de vista particulares que enriquecen nuestra perspectiva pero que no tiene garantía de veracidad, ni medios para contrastar sus informaciones, ni asociaciones, federaciones, reglas de autocontrol, como la prensa escrita. En la formación de ciudadanos que quieren profundizar en las estructuras y mecanismos del mundo en el que viven, y asumir su capacidad de interacción y de influencia hacia el resto de sus semejantes, las redes sociales no son la panacea, sino más bien una parte de la solución. Conviene recordar las palabras de Ángel Gabilondo (cuánto habremos de echar de menos a aquel breve Ministro de Educación). Presentaba Gabilondo el pasado 9 de marzo en RNE su último libro, “Darse a la lectura” y nos confesaba: “A veces pienso que la red también es un gran santuario de soledad”. Aquí estriba otra diferencia radical de la prensa escrita respecto a otros medios: la lectura de un diario es un hecho social, una labor íntima y a la vez pública que realizamos en compañía, en un bar, desayunando en casa, al sol junto a los vecinos. Creo que es posible, y necesario, un modelo mixto donde cada medio ocupe su terreno, donde cada formato pueda desarrollar su ritmo, su tempo, su modo de leer, de intercambiar. Pero es también necesario mantener medios que obedezcan unas reglas y que puedan, como hace unos días, elevar su voz conjunta contra los abusos. De igual forma que sin sindicatos desaparecería la cohesión social en el mundo del trabajo, sin prensa seria moriría buena parte de la cohesión democrática de la sociedad.
Hace unos días recibí un correo que me llamó especialmente la atención, enviado por el veterano periodista Manuel Gea.  El citado e-mail contenía una nutrida selección de portadas de Hermano Lobo, la emblemática revista que acogió en sus filas a clásicos como OPS, Chumi Chumez, Peridis o Summers. Desde 1972, Hermano Lobo preguntó con descaro, acusó con salero, reivindicó con humor (dentro de lo que cabe, como ellos mismos decían), en los estertores de una dictadura inmóvil, por la libertad sindical, por la amnistía, por el verdadero origen de la crisis, por la necesidad de los estatutos de autonomía, por la libertad de asociación, de reunión, de expresión, e incluso por cosas que los medios actuales no se atreven a nombrar. El periodista preguntaba si era verdad que habían pasado 37 años, porque no lo parecía. El lastre más importante de una parte de la prensa escrita nacional actual, no nos engañemos, es la autocentura, la sumisión al dinero fácil, la falta de de pasión, la parcialidad descarada, a veces ridícula. Esa es la prensa que hay que cambiar, pero cientos de medios escritos a nivel local, regional y algunos a nivel nacional, siguen desarrollando una labor seria, comprometida y difícil que merece la atención del ciudadano que pretenda analizar la realidad con un mínimo de seriedad.

domingo, 29 de abril de 2012

GREENSPAN O EL FUTURO




Estamos en 1981. El presidente de los Estados Unidos de América, Ronald Reagan ha nombrado a Alan Greenspan director de de la Comisión nacional para la reforma de la Seguridad Social. El presidente tiene un problema; supuestamente necesita liquidez para la asegurar el futuro de la Seguridad Social, pero cualquier decisión sobre una subida de impuestos le cuesta un elevado número de votos. Tampoco puede plantearse un recorte de prestaciones, porque eso significaría la pérdida de la presidencia en la siguiente convocatoria. Echa mano de Greenspan porque éste ya se ha distinguido en los círculos neoliberales entre los que se mueve Reagan, seguidores en su mayoría de la filósofa Ayn Rand, sobre la que luego volveremos. El caso es que Greenspan propone un truco para recaudar dinero sin impuestos. Va a subir las cotizaciones con la promesa de crear un fondo de reserva que blindará el sistema para los próximos veinte o treinta años, a partir de los cuales comenzarán las jubilaciones de los llamados Baby-boomers. Según Matt Taibbi en su libro Cleptopía, la tasa de cotización subió del  9´35 % en 1981 al 15´3 % en 1990. Taibbi nos recuerda, por si lo hemos olvidado, que las tasas de la Seguridad Social son profundamente regresivas, porque sólo se aplican a ingresos salariales, que por otra parte tienen su tope en los 106.000 dólares, cualquier especulador, pez gordo de la banca o presidente de una gran corporación no aporta nada a la Seguridad Social.
El plan sería perfecto si no fuera porque en realidad la caja de la Seguridad Social americana no es un compartimento estanco, ni está blindada contra eventuales necesidades de dinero de otros departamentos del estado. En las sucesivas presidencias del Georges Bush, Bill Clinton y Georges Bush Jr., la caja de la Seguridad Social va a ser sencillamente expoliada para financiar gastos extra principalmente de dos tipos: inyectar dinero a la banca tras las sucesivas burbujas y consecuentes desastres en Wall Street, que se van a producir entre finales del siglo XX y principios del siglo XXI, y financiar las guerras exteriores emprendidas por estos presidentes. El fondo de reserva se vaciará en la práctica, porque la administración de la Seguridad Social se dedicará a comprar Bonos del Tesoro, es decir, prestará dinero al gobierno para otros fines, de forma que llegará un momento, con Greenspan ya como presidente de la Reserva Federal, que en la caja de la Seguridad Social ya no habrá otra cosa que pagarés, miles de millones de dólares habrán volado a bolsillos privados o a las trincheras de Bagdad. Conclusión: llegado un momento, a principios del siglo XXI, la Seguridad Social es deficitaria, la caja está pelada, y necesitamos, recomienda Greenspan desde la Fed, que la edad de jubilación se eleve (nos acabamos de dar cuenta  de que la gente va a vivir más) y se recorten las prestaciones sociales. No es un consejo extraño en un hombre educado en la fe objetivista, que aborrece el altruismo y propone el adelgazamiento absoluto del estado, restringido sólo a garantizar el orden. Ayn Rand construyó un poderoso edificio para eliminar la mala conciencia de los más poderosos y justificar moralmente el egoísmo absoluto, por eso eligió el mito de Atlas (personificación del capitalista) que tiene que soportar sobre sí el peso del mundo (la masa de los desfavorecidos). Greenspan era y es un seguidor ciego de esta doctrina y sus actuaciones en el gobierno siempre fueron en consonancia a su credo. Cuando nos preguntemos en España por el origen de los recortes generalizados, no está de más que hagamos la sencilla suma del dinero perdido en el fraude fiscal (73.000.000.000 de euros sólo en este ejercicio), más el dinero que se ha destinado a rescatar a los bancos; para saber lo que nos espera, pensemos en las sucesivas hazañas de Greenspan y hallaremos respuesta.

domingo, 22 de abril de 2012

INSOLACIÓN




Es cierto que las costumbres son las estrategias de las que dispone el ser humano para no consumir el tiempo en inútiles reinicios, en volver a construir el enredado castillo de la realidad día tras día. Sin las costumbres, nuestra vida se agotaría en desarrollar unos automatismos que las costumbres nos aseguran, de forma que no tenemos que volver a aprender lo ya ejecutado cientos de veces.
Sin costumbres, nuestra vida sería el infierno de Sísifo.
Con el tiempo, las costumbres devienen tradiciones y hacen fructificar leyes, con lo que el hecho social queda fijado. Está claro que si no fuera así viviríamos en un continuo canibalismo social que haría imposible cualquier evolución. Es cierto, necesitamos las costumbres. Sólo que a veces, se vuelven contra nosotros, de forma que provocan aquello que quieren evitar. Sabemos mucho en este país de la perversidad de las costumbres, porque hemos conseguido llegar en no pocos momentos al que llamaríamos el grado cero de las costumbres, esa inacción social, económica, cultural, política, esa siesta de la inteligencia que permite la entrada de las formas de poder más reaccionarias tras conatos progresistas dignos de admirar por todo el mundo. Así ocurrió con la tan cacareada Constitución de 1812, que duró dos tristes años y murió al grito de“¡Vivan las cadenas!”. No terminan de gustarme los homenajes a la Pepa, porque si bien es cierto que supuso un enorme paso adelante, es el símbolo de un fracaso que se ha repetido demasiadas veces en España; tanto, que ha llegado a ser costumbre.
                En demasiadas ocasiones, cuando los españoles nos hemos conseguido dotar de los medios adecuados para entrar en la senda de las libertades, de la Ilustración, de los avances sociales, científicos y culturales, una apatía generalizada, combinada con una mediocridad política insultante, han dado al traste con tan honrosos intentos. Tenemos el campo de nuestra historia cubierto de cadáveres de reformadores hastiados, desilusionados, represaliados, víctimas de la apatía generalizada del pueblo español. No es miopía ni falta de miras lo que nos hace perder tantas buenas ocasiones, sino simplemente desgana; tumbados al sol del mediodía esperamos que alguien arregle las cosas sin que nos despierte de nuestra (creemos) merecida siesta. Decía Luís Martín Santos en “Tiempo de Silencio”, esa disección de las costumbres como camino a la aberración,  que somos “como mojamas colgadas al viento duro y frio de la meseta”. Muchos años después, Albert Pla compuso en “La barricada de Sant Pau Centdeu” el más duro retrato de la peor de las costumbres españolas. La canción es una burla irónica de un himno revolucionario catalán, y sitúa un grupo de vecinos al sol quejándose de la mala situación del país, y lamentándose de que nada pueden hacer, sólo esperar y seguir tumbados. No votem ni resem / No estudiem ni treballem / No creiem hi es que estem en contra / però no protestem”, canta Pla en una estrofa, para después atacar con sorna el estribillo: “Insolació insolació!!! / Sera el sol sera calor / O només una momentania insolació”. Esa siesta mental, esa pertinaz sequía intelectual que aparece en los momentos clave, esa apatía basal que nos impide cualquier movimiento, es nuestra peor costumbre.
Dedicado a mis amigos de Badalona, que saben bien de lo que hablo.

miércoles, 21 de marzo de 2012

LA BANALIDAD



Podemos visionar ya en España “Fausto”, la última entrega que el cineasta ruso Aleksandr Sokúrov ha dedicado al mal. Como muy bien apunta Jesús Palacios en El Cultural (2 de marzo de 2012), el ciclo de Sokurov reflexiona en concreto sobre la banalidad del mal, de la búsqueda, por parte de seres humanos mentalmente pequeños e infelices, del poder absoluto cueste lo que cueste. Por eso Sokúrov, en anteriores filmes, narra las miserias de tres arquetipos de la vulgaridad del mal: Hitler, Lenin e Hirohito. La idea de la banalidad del mal proviene de Anna Harendt, que la acuñó en referencia a Adolf Eichmann, el verdugo de Auschwitz. En los textos que Harendt escribe tras el juicio del dirigente nazi, la precoz alumna de Heidegger retrata a aquellas personas que, sin tener especial predilección por el daño ajeno, llegan a eliminar a cientos, miles de personas dentro de la pura inercia del poder, de la ascensión en la escala del poder. Es cierto que el holocausto judío llegó a convertirse en un enorme tinglado burocrático donde los muertos eran números dentro de papeles. Lo inadmisible, lo que no entra en el entendimiento humanista, es que los mismos encargados directos del genocidio, aquellos que trataron directamente a las víctimas, estaban inmersos en esa entelequia fatal. Es cierto también que de la vulgaridad de la burocracia es imposible salir, a cualquier nivel.

El diablo del presente nos hace ignorar que los procesos que llevan a los individuos a la banalidad del mal funcionan hoy en día en múltiples registros, y no sólo en los escenarios donde chacales patéticos como Mubarak, Bachar el Asad o Gadafi, han sacrificado y sacrifican miles de vidas inocentes por la pura inercia del poder. No, la vulgaridad, la estúpida huida de los mediocres hacia la degradación, está presente día a día entre nosotros, sin ir más lejos, en la cada vez más insultante idea de que todo es susceptible de ser sacrificado en el altar de la rentabilidad económica. Se engañan los que tildan de neoliberalismo esta tendencia reductora, inapelable, inaplazable y dictatorial. Si el neoliberalismo es el descendiente del liberalismo económico de hace dos siglos, invito a escuchar, citadas por Josep Ramoneda (El País, edición de Cataluña, 27-2-12) las palabras de John Stuart Mill: “La idea de una sociedad sostenida sólo por las relaciones y sentimientos surgidos del interés económico es básicamente repulsiva”; o de Adam Smith, quien dijo que la admiración acrítica de la riqueza es “la causa más grande y más universal de corrupción de nuestros sentimientos morales”. Invito a leerlas en voz alta delante de cualquier reunión sin revelar que los autores de estas frases son los dos pilares clásicos del liberalismo económico. Esos pilares, esos autores, son los que, irónicamente, hoy reclaman como padres gentes vulgares, incultas, que han renunciado a cualquier objetivo medianamente racional o sensato en aras de la consecución desordenada de riqueza rápida y fácil. Gentes banales, míseras, que desde anónimas corporaciones, puestos de poder conseguidos con patéticas argucias, envían sin contemplaciones a la miseria a tantos millones de personas.