sábado, 5 de noviembre de 2022

LA LIMPIEZA DE UN BOLÍGRAFO

 



Hará unos días, en una clase de 2º de Bachillerato, observé como una alumna, Diana Nicole, escribía con un bolígrafo sin tinta; el chasis plástico de protección dejaba ver un canutillo limpio y transparente. Le hice ver mi extrañeza, y me contestó que, aunque aparentemente el bolígrafo estaba ya vacío, sí quedaba una pequeña cantidad de tinta cerca de la punta y que pensaba consumir la minúscula reserva. Le insistí en que me avisara cuando eso ocurriera, y efectivamente, tres clases después, me mostró el bolígrafo totalmente descargado, incapaz de trazar línea alguna.

Era algo que hacía años que no veía, un bolígrafo aprovechado al máximo y sin rastro alguno de tinta. Normalmente, estos pequeños artefactos de cotidiana alta tecnología no suelen acabar su vida útil: se extravían, se deterioran prematuramente por el mal uso o, lo que es más común, terminan sus días olvidados en algún rincón del escritorio, en la ranura de un sofá, tras un mueble de poco uso, o lo más hiriente, metidos en un bote junto a un grupo de congéneres marginados.

Un bolígrafo constituye un logro de diseño de producto poco común. El perfecto ensamblaje entre la bola rodante de metal y el cono que permite que la tinta llegue a ella y se expanda alrededor de su esfera es un raro caso de intimidad máxima de los materiales. Su facilidad de construcción y su bajo precio hacen que no reparemos en su perfección.

Vivimos tiempos extraños, la despreocupación generalizada por las cosas, los objetos que nos rodean, contrasta con la cercana -y ya agobiante- carestía que nos espera. Algunas personas, generalmente los adolescentes -tan denostados por muchos “nostálgicos intelectuales” de medio pelo-, ya han entendido que nos aguarda un futuro de austeridad radical, similar a la postguerra europea en el siglo XX. La epidemia de Covid ha enseñado muchas estrategias en este sentido, y son las generaciones más jóvenes las que han interiorizado la grave advertencia que un minúsculo virus nos hizo llegar.

Se me figura que este bolígrafo cristalino, limpio y esencial como un pensamiento tautológico y el gesto no menos limpio y elocuente de Diana Nicole, son un símbolo de esperanza, un vector de posibilidad ante la dura prueba que se nos avecina, y creo que estos gestos minúsculos, estas presencias casi intangibles deben ser evidenciados, presentados, como lo que son: indicios que pueden indicar caminos de salida ante nuestro atolladero.

Se dice que el diseño de un bolígrafo barato no puede ser mejorado, pero es posible que este gesto responsable de cuidar su materialidad hasta el extremo proponga también la posibilidad, a pesar de su bajo costo, de la reutilización mediante una recarga de tinta, sin duda testimonial, pero es posible que los pequeños avances, las soluciones sencillas salidas de la más humilde cotidianeidad, puedan romper la deriva que gobiernos y grandes corporaciones no parecen saber detener.