jueves, 5 de noviembre de 2015

UNA CIUDAD, UNA OPORTUNIDAD




Hasta hace pocos meses en países como Vietnam, Bolivia o Ghana los grupos sociales más pobres en sus ciudades no disponían de medios para cubrir las necesidades básicas (higiene, salud, alimentaria, etc.) poniendo en jaque el desarrollo que, como seres humanos deberían tener. Pero esta situación va cambiando gracias a los programas de cooperación de instituciones internacionales y a la ayuda privada. Ahora muchas personas cuentan con acceso a infraestructuras que les permiten mantener unas condiciones saludables de vida, aumentando la posibilidad de que se reduzca la exclusión social. 

Estos días he estado leyendo varios testimonios de personas que habitan en países muy distintos debido a sus culturas, costumbres o tradiciones, pero a la vez muy similares provocado por la pobreza y la escasez de recursos. Estos testimonios recogían los beneficios que habían reportado en los cuestionados el haber podido trasladarse a vivir a la ciudad. Es cierto que, según las predicciones (las cuales hay que tomarse como lo que son, predicciones) en las próximas décadas aumentará el número de personas desplazadas a las ciudades para vivir. Es lógico que, el 90% de este aumento sea mayor en países de Asia y África, ya que su nivel de desarrollo es menor. 

Pero, ¿por qué son tan importantes las ciudades? Para ello responderé basándome en tres aspectos: espacial, económico y social. Respecto al primero, el habitar en un núcleo urbano permite que sus habitantes puedan  proveerse de tierras y viviendas asequibles a su poder adquisitivo. Por otro lado, las ciudades son lugares donde se puede acceder (con mayor facilidad) a un mercado de trabajo informal en el que los residentes tienen la oportunidad de desarrollar competencias personales, y de esta manera poder tener estructuras para disponer de microcréditos con los que ejecutar sus propios proyectos. Visto de otra manera, el que pueda trabajar una mayor proporción de la población repercute positivamente en el PIB nacional. 

Respecto al tercero y último, y desde mi punto de vista el más importante, está el aspecto social. Considero que los dos aspectos anteriores no pueden lograrse sin haber superado antes las dificultades sociales. El ser pobre supone un estigma en aquellos que por desgracia les ha tocado vivir esa condición. Ese ‘estigma’ contiene exclusión, marginación, violencia, insalubridad, etc. Es por ello por lo que una ciudad puede ser  capaz de cambiar todo lo anterior. De esta forma, los gobiernos están llevando a cabo políticas para promover el Desarrollo urbano. El Desarrollo urbano (socialmente) incluye la posibilidad de aumentar la participación urbana, y de ofrecer apoyo a la población más frágil para facilitar su integración. Una forma de lograr dicha meta es incrementar los programas sociales y las comunicaciones de las áreas rurales con las urbanas, e incluir estas zonas dentro de los núcleos urbanizados. 

No debemos volver la mirada e ignorar la situación en la que viven cientos de miles de personas. Creo que podemos servir como ejemplo para mejorar la situación de los núcleos urbanos subdesarrollados, y aportar nuestro granito de arena ya sea con nuestros conocimientos o con aportaciones monetarias. No lo olvides, cada ciudad es una nueva oportunidad. 



Iniciamos con esta entrada la colaboración de Guillermo García-Villaverde, responsable del blog La Mirilla Económica, en cuyo enlace pueden los lectores seguir otros artículos del mismo autor.

lunes, 26 de octubre de 2015

EL ÁNGEL EXTERMINADOR LÍQUIDO




Han pasado los meses por encima de este blog, entre peripecias, cambios y distracciones de su autor, pero hoy volvemos con ánimo de ser asiduos a unas reflexiones que creemos necesarias. Si algo nos queda claro en este mundo endiablado es que si alguien tiene algo que decir debe asumir la responsabilidad de hacerlo público, y todavía hay medios que permiten hacerlo de forma rápida y barata.

               Recordamos en esta nueva entrega la célebre película de Luis Buñuel El Ángel Exterminador, de 1962. Más de cincuenta años nos separan de un filme que está hoy más vigente incluso que el día de su estreno. En la producción mejicana se nos relata el comportamiento de un grupo de invitados de clase social acomodada a casa de la familia Nobile. Tras la cena en el salón, los criados han abandonado la casa, y los invitados se disponen a hacer lo mismo cuando una fuerza invisible les impide salir de la estancia. Son incapaces de hacerlo, se siente paralizados a pesar de que las puertas están abiertas y no hay obstáculo aparente. A partir de aquí se despliega la conocida crueldad de Buñuel a la hora de diseccionar a los personajes. No vemos aquí el clásico surrealismo del aragonés, sino más bien un estudio implacable del fracaso de una serie de convenciones y protocolos ante una situación de deseo frustrado.

               Los burgueses de la calle Providencia, domicilio del anfitrión, lejos de actuar en grupo para solucionar positivamente su situación, recurren, en primer lugar, a la tensa espera pasiva, después, al autoengaño, más tarde, a culpar al otro, para terminar en la más absoluta degeneración social y psicológica.

               Aquí es donde arranca nuestra reflexión, porque parece que el propio Zigmut Bauman hubiera tenido en cuenta la cinta para crear su concepto de "modernidad líquida", que describe una sociedad flotante de relaciones volátiles, de sentimientos superficiales, amores volubles e irresponsabilidad hacia el prójimo. Una sociedad que aparenta moverse pero que en realidad permanece varada en una especie de charca de fango líquido. Son tantos los indicadores de que nuestra sociedad es cada vez más líquida que ocuparían una enciclopedia, pero citaré únicamente algunos salidos de encuestas y sondeos.

               Pongamos algunos ejemplos.

               En el último barómetro del CIS (julio de 2015), ampliamente citados por los medios, la corrupción baja varios puestos en la preocupación de los ciudadanos, mientras que entra como problema a tener en cuenta la inmigración. Es decir, en esta sociedad líquida nuestra, los líquidos invitados encerrados en el salón de nuestro estado han asumido como razonable un problema en realidad insoportable como es la corrupción. En El Ángel Exterminador, varios burgueses descubren el maletín de un médico y usan el láudano que contiene no para curar o consolar a una enferma terminal que finalmente muere en la habitación, sino para evadirse de la realidad angustiosa que los oprime y de la que intentan apartar la vista. En otra escena, alguien arroja desesperado un objeto por la ventana rompiendo los cristales y se oye una exclamación abajo, en la calle; uno de los invitados comenta con chanza que sería un judío que pasaba. Así ocurre en este salón nuestro de espejismos lleno de ciudadanos atrapados: los inmigrantes -los otros- son el problema, culpar al otro y eludir la propia responsabilidad es un rasgo fundamental del sujeto líquido. La emigración, por ejemplo, que sí es un problema propio y preocupante de nuestro conjunto social, ni siquiera aparece reflejado. Autoengaño líquido.

               En una sociedad acomodaticia subyugada por miedos dirigidos (ver La economía del miedo, de Joaquín Estefanía o El miedo a los bárbaros, de Tzvetan Todorov), los sujetos son capaces de soportar situaciones infrahumanas a cambio de conservar ridículos flecos de un supuesto espacio de confort en realidad ya desaparecido. Asistimos de esta forma a múltiples vejaciones en un mercado de trabajo donde la precariedad roza los territorios de la esclavitud. En la obra de Buñuel, un hombre, acuciado por el hambre, prueba a comer papel decorativo de las paredes (genial metáfora de la inutilidad de las convenciones degradadas) mientras recuerda, en un típico giro psicoanalítico, que disfrutaba comiéndolo en el colegio. En otra escena, varias mujeres beben de las venas de agua abiertas en las cañerías del salón, pues cocina o cuarto de baño están lejos del alcance, e incluso se llega a preparar un retrete improvisado.

               Y todo ello por la incapacidad de escapar de ese espacio opresivo cercado por las convenciones caducas de la burguesía -interpretación de Buñuel- o por la superficialidad líquida -según la traslación que ensayamos aquí- de nuestra sociedad.

               La idea de volver a la posición inicial, propuesta de un personaje llamado Walkiria, da un respiro momentáneo a estos seres destrozados por tabúes y los miedos. Es un espejismo. Buñuel volverá a colocar en similar o peor situación a sus criaturas (que disecciona como buen aficionado al psicoanálisis) en la posterior misa de acción de gracias, momento final de la película que trataremos en la siguiente entrada.

domingo, 10 de mayo de 2015

ESCLAVOS Y PARÁSITOS




Volvemos a las páginas de este blog tras unas semanas dedicado a exposiciones y audiovisuales de los que ya hablaré en su momento.

Hoy quiero traer a colación un tipo de parasitismo animal donde la manipulación del cerebro de la víctima permite al huésped controlar las funciones relacionadas con la conducta. Aunque poco conocidos, son varios los casos en el reino animal donde animales independientes, incluso depredadores voraces son reducidos a patéticos zombies. Un artículo en el número de noviembre de la prestigiosa revista National Geographic, firmado por Karl Zimmer, con mágnificas fotografías de Anand Varma, reúne varios de estos casos y disecciona con detalles las fases de uno estos curiosos fenómenos; el de la Mariquita norteamerica, (Coleomegila maculata) y la temible avispa Dinocampus Coccinellae, especialista en parasitar varias especies de las populares mariquitas.

La historia comienza cuando la avispa adulta introduce un huevo en el abdomen de este beneficioso coleóptero, eficaz depredador de áfidos que en las explotaciones ecológicas se ha convertido en el mejor aliado del agricultor. En todo caso, por muy voraz que sea la mariquita, gran parte del alimento que ingiere va directamente a beneficiar a la larva de la avispa, que paulatinamente va creciendo en su interior. la mariquita sacia su hambre de pulgones sin ser consciente de que algo en su interior la está secando literalmente. Hasta aquí el escenario no es muy distinto al de otros casos de parasitismo en los que el huésped se instala en el intestino de la víctima. El episodio más curioso, y tenebroso, se produce cuando la larva de la avispa, incapaz por su tamaño de vivir dentro del escarabajo, sale al exterior por una hendidura del caparazón. Seguidamente, como ocurre con tantas especies de avispas parásitas que no forman comunidad ni enjambran, la larva teje su capullo de seda.
Pero el huésped no se despega de su benefactor. Muy al contrario, las sustancias que la avispa ha introducido en el cerebro de la mariquita obligan a ésta a permanecer junto al capullo de seda y a defenderlo ferozmente si cualquier depredador osa acercarse. La mariquita, como nos cuenta gráficamente Karl Zimmer en su artículo, "a todos los efectos se ha convertido en el guardaespaldas del parásito". Así permanecerá hasta que la pupa se desarrolle, abandone el capullo vacío y a la víctima paralizada, destinada a una muerte segura. Parece ser que algunos ejemplares sobreviven a la terrible experiencia, me queda la duda de saber si esos mismos individuos pueden volver a caer por segunda vez en las garras de la avispa parásita. Espero que los biólogos nos resuelvan el misterio uno de estos días.

Lo que les he contado, acompañado además de estupendas fotografías, -reproduzco una de ellas en la  cabecera- pasa por ser una de las escenas más patéticas y terroríficas que uno puede ver en el reino animal. Ese ser indefenso, sin otra voluntad que defender a aquél que lo ha desangrado, chupado, y que finalmente lo llevará a la muerte, es sin duda la representación perfecta de un zombie, pero también un animal que, pese a la distancia biológica que nos separa de él llama a un sentimiento de piedad y compasión.

No quiere servir este ejemplo como una metáfora de comportamiento humano alguno, como ya querrán suponer los lectores que me conocen, no es esa mi intención, al contrario, he llegado a la convicción de que el mismo mecanismo que se observa en este reino de insectos tiene lugar en la sociedad que hemos creado, aunque por medios mucho más sofisticados.
El miedo, la incultura y la empatía natural de las masas sociales para seguir al líder que se les ha señalado son cualidades humanas que pueden ser aprovechadas para lograr la inmovilidad de miles de individuos. Pero hay algo más.

Los medios de masas, principalmente, colaboran como es sabido con los poderes establecidos para perpetuar en los puestos de control a los gestores de políticas claramente regresivas, que potencian la desigualdad y condenan a sectores sociales en teros a la marginación. Los intelectuales de corte progresista se estrujan el cerebro intentando entender cómo es posible que los mismos sectores desfavorecidos sigan prestando la confianza y el voto a aquellos que precisamente los han perjudicado. Se inventan terminologías novedosas para intentar explicar cómo es posible la existencia de este fenómeno. Así, por ejemplo, Manuel Vicent, en un artículo publicado en El País titulado Infección, inventa el término "ideología mórbida" para intentar comprender cómo muchos votantes son incapaces de ver "el lado sórdido de los políticos de (su) partido" y siguen con un voto esclavo sin ni siquiera ser conscientes de que se han hecho cómplices de la corrupción. Incluso aquellos más desfavorecidos, como los parados de larga duración, son capaces de seguir confiando en un gobierno que los ha condenado al ostracismo, como demuestra un artículo publicado el 30 de abril de 2014 en Infolibre que desvela que la mayoría de los parados que perdieron su trabajo en 2011 y votaron al PP, van a seguir votándolo en la próxima convocatoria. Las excusas son a veces más tristes que la misma acción irresponsable que lleva a despreciar algo tan íntimo como el voto de un sujeto. Hay quienes exhiben sin pudor las migajas que le han tocado en suerte como si fueran fruto de la caridad y no el resto fraudulento, depauperado y tramposo del derecho a disfrutar de un servicio público irrenunciable.

No muy lejos de este fenómeno podemos situar esa situación clásica conocida desde 1973 como Síndrome de Estocolmo, en la que el secuestrado desarrolla sentimientos afectivos o empáticos respecto al captor. Es cierto que no podemos comparar la reacción del cerebro de un coleóptero provocada por la inoculación de enzimas por parte de una avispa, pero el resultado llega a ser igual de desgarrador; recientemente saltó a los medios -ver El Mundo- la noticia de un indigente de Madrid que votaba y colaboraba fielmente desde hacía años con el PP de esta ciudad y que se vio desorientado ante la propuesta de Esperanza Aguirre de limpiarlo de las calles.

Quizá después de todo no sea tan descabellada la idea de Manuel Vicent de catalogar como enfermedad un comportamiento tan alejado de la razón y del sentido común.

domingo, 25 de enero de 2015

LA DERROTA DE LA ILUSTRACIÓN


Una casual coincidencia ha hecho que, en español, las palabras Ilustración, que define el movimiento cultural, político y social iniciado en Europa en el siglo XVIII e ilustración, dibujo destinado a la publicación en libro o en revista, sean homónimas. Si rastreamos el resto de idiomas de los países donde esta suerte de revolución llamada también Siglo de las Luces, nos damos cuenta de que tal coincidencia no se repite (así Lumières, en Francia, Aufklärung en Alemania, Enlightement en Gran Bretaña e Illuminismo en Italia). Resulta paradójico, porque, como dice Josep Fontana, en España realmente no hubo Ilustración, y ese es precisamente uno de los grandes obstáculos que este país ha tenido hasta el día de hoy a la hora de un desarrollo paralelo al de otros estados europeos. Salvo las casi milagrosas generaciones del 98, del 14 y del 27, (fenómeno cultural, no lo olvidemos, único en la Europa de su tiempo por su extensión), segadas las tres brutalmente tras la Guerra Civil, ningún otro evento mayor en materia cultural se ha desarrollado en nuestro suelo. Ni siquiera en los últimos tiempos, los de una supuesta madurez de la democracia española. Muy al contrario, lo que debería ser de forma natural un hormiguero de poetas, ensayistas, polígrafos, investigadores, filósofos, científicos e intelectuales comprometidos, se ha convertido en un erial donde, salvo unos pocos incombustibles en sectores de las facultades de Ciencias Políticas y de Económicas, el resto de los rescoldos de nuestra cultura calla, cobra la magra paga de la Universidad o directamente se marcha aburrido. Es muy triste, por ejemplo, que las únicas manifestaciones organizadas de rechazo de este homicidio de la cultura que se está dando en los últimos años vengan exclusivamente del cine, como si ningún otro sector permaneciera vivo mediáticamente.
No así la ilustración. Los grandes dibujantes humorísticos y los de una ilustración más reflexiva parecen llevar el pulso de la reacción cultural o este amasijo de cadáveres intelectuales en que se convierte por momentos nuestro país. Sólo con citar El Roto o Forges ya sabrán a qué me refiero, pero son tantos y tan variados que renuncio a nombrarlos. A un servidor le gusta especialmente Miguel Brieva. Cada lector que escoja el suyo. Creo que ilustración es el término adecuado para estos viñetistas, dibujantes, humoristas, o tantas otras palabras con que se les define.
Así pues, haciendo el juego malabar, en España, donde la Ilustración fracasó, nos salva la ilustración.
Los salvajes atentados perpetrados en París en la sede de la revista satírica Charlie Hebdo han demostrado una vez más que el humor y la sátira, como la ironía, son formas privilegiadas de conocimiento; que el ataque venga precisamente de uno de los integrismos más acerados del mundo, el llamado Yihadista, refuerza esta idea. Porque cualquier integrismo –oscurantismo- tiene como enemigo la crítica, la iluminación, el conocimiento. En Francia, no sólo la revista satírica mantiene una de las antorchas de la Ilustración, que es la agitación de las ideas, también existen programas estrella en televisión conducidos por filósofos de fama como Bernard Henri-Levy, al igual que ocurre en Alemania con Rüdiger Safranski o Peter Stoderlijk. La figura del maître à penser francés no ha cuajado en nuestro país más allá de raras excepciones. Nada de eso existe en España. Y no ocurre en gran parte por culpa de otro de los grandes integrismos, el de cierto catolicismo español que, liderado por una jerarquía monolítica, abortó con mano dura las ideas revolucionarias surgidas en Francia y que incluso siglo y medio después apoyó decididamente un régimen oscuro, pacato, cruel, despiadado y letal que a partir de 1936 desarboló las pocas posibilidades que entonces tenía España de convertirse en un país civilizado.
La Ilustración está en crisis, y no es una casualidad, porque en las últimas décadas ha venido a unirse al grupo otro de los integrismos más nocivos: el integrismo neoliberal, que pone por encima de todo, incluida la vida humana, el puro beneficio económico, y más que el económico productivo, el económico especulativo financiero. Las grandes palabras escritas en la Carta de los Derechos Humanos son tinta corrida e inútil ante los mandatos del FMI o de las grandes corporaciones. Los yihadistas que actuaron en París centraron sus ataques en uno de los pocos bastiones visibles que quedan de la vieja Ilustración, un grupo de viñetistas, pero también, sin quizá saberlo, buscaban atentar contra ese nuevo integrismo neoliberal, enemigo a su vez de las Ideas de las Luces, que propugna  y defiende descaradamente un mundo de desigualdades abismales en la falacia de que no es necesaria regulación alguna ante la avaricia de los que lo tienen ya todo.
Pero la verdadera derrota de la Ilustración estriba precisamente en que los países occidentales han reaccionado a los atentados con medidas represoras que acrecientan la separación entre los dos mundos enfrentados. Aunque gestada desde meses antes, el gobierno español ha intentado colocar como una medida justificada el endurecimiento, innecesario a todas luces, del código penal con la introducción de la cadena perpetua, entre otras medidas represoras que sólo buscan la perpetuación en el poder. Otros países planean medidas que atentan directamente contra las libertades del individuo utilizando como excusa el miedo a la pérdida de seguridad. Ya en 2004, en el foro de diálogo Globalidad, identidad, diversidad, Josep Fontana recordaba que la mejor arma contra los integrismos es la Ilustración. Y vuelve a estar de moda el Tratado sobre la Tolerancia de Voltaire, que nos recuerda: “…si la Ilustración no vence a los fanatismos, los fanatismos harán imposible la convivencia humana”.

No creo que yihadistas y gobiernos hagan caso a Fontana o a Voltaire, así pues: sólo los ilustradores podrán salvar a la Ilustración.