Uno de los milagros de la literatura y el arte, respecto a
las ciencias o las pseudociencias, como la economía, es que los cuentos o las
obras pictóricas, los grabados o los poemas, suelen tener una segunda vida, que
puede estar alejada siglos enteros de su primera publicación. Es común que esa
segunda vida se vea infiltrada por intertextos posteriores, a veces muy
alejados del ámbito artístico. Quizá uno de los métodos de creación que más
permeables se han mostrado a estos cruces de discursos, de formas excéntricas de interpretar la
realidad, sea el surrealista. Con el apelativo surrealismo no aludo solamente a
los autores englobados en el grupo liderado por Bretón, sino a otros autores
inclasificables que por su propio afán de independencia no quisieron limitarse
dentro de los estrechos límites que siempre impone un movimiento organizado.
Henri Michaux es uno de esos surrealistas más allá del movimiento, además de un
artista integral, poeta, novelista, ensayista y pintor. Y precisamente algunas
de sus obras, nos tientan hoy, pasado el tiempo, a la reflexión madura. En una
obrita de 1930, Un tal Plume, Michaux crea un personaje entre chivo
expiatorio y Charlot despreocupado que a
la postre es un crítica al naciente ciudadano alienado que hoy puebla el
mundo. Plume se ve desbordado continuamente por acontecimientos que no
comprende, que en esencial el lector interpreta como absurdos, pero el “héroe”
de Michaux tampoco se alarma en exceso, más bien, como en el capítulo Un hombre
apacible, Plume se limita a dormitar mientras todo se desploma a su alrededor.
En Plume en el restaurante, nuestro personaje pide en una taberna una
chuleta, un plato que no está en el
menú; tras servirlo, el chef se coloca a su lado en actitud amenazante; al
instante, es el dueño del local el que le aborda. Plume se deshace en excusas cada
vez más enrevesadas, cuando, de repente, se da cuenta de que alguien uniformado
se halla frente a él. Finalmente, se le da la posibilidad de hacer una llamada
y es detenido. Lo más curioso es que los personajes acusadores no llegan a
referirse a esa chuleta que no está en el menú y sin embargo le han servido, y
por la que Plume se autoacusa y se deja detener sin oponer resistencia. Otros
capítulos no menos absurdos irán añadiendo facetas a este Plume carente de
suerte.
Otro surrealista no catalogado, Julio Cortázar, publicará
medio siglo después una especie de homenaje a Michaux con el título de su obra Un tal Lucas; pero es quizá su primer cuento, publicado en 1951, Casa
tomada, lo más cercano al tono del polígrafo francés. El cuento de Cortázar se
desarrolla con esa misma cadencia implacable de lo que no tiene remedio. Un par
de hermanos que han vivido siempre en la misma casa y no tienen nada más,
abandonan sin explicación una a una las habitaciones de la vivienda hasta que
cierran la puerta de entrada y tiran la llave. No se nos explica qué hay dentro
que los obliga a salir, pero ellos lo tienen asumido. Michaux escribe en la
época del nacimiento de los fascismos, mientras que es asumido que el cuento de
Cortázar es una crítica a la actitud invasiva del peronismo. Ambas obras cobran
un nuevo brillo en estos tiempos de pérdida, donde nuestros derechos,
levantados, como la casa familiar, durante generaciones, son extirpados con
implacable sigilo, donde decisiones absurdas convertidas en amenazas de los
poderosos son asumidas por el ciudadano entre excusas y sospechas de culpa.
Hoy, no es metáfora, somos literalmente expulsados de nuestra casa, de nuestra
democracia, del ámbito de la razón contra toda lógica, y, resignados, tiramos
la llave por la alcantarilla.
Publicada originalmente en el semanario Siete Días, el 30 de agosto de 2012.
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