Se ha celebrado recientemente el Día Mundial de la Prensa Escrita; distintas agrupaciones de periodistas han denunciado la falta de
transparencia de las instituciones públicas y la reducción de la libertad de
expresión a que está siendo sometido el sector. Algunos medios hablan ya
abiertamente de censura.
Algunos autores quieren establecer una comparación entre la
prensa seria y las redes sociales, con el argumento de que estas aportan inmediatez
e independencia. Esta comparación supone un reduccionismo de la situación. Las
redes sociales ocupan un espacio totalmente distinto en la formación de la
opinión pública, son una desordenada amalgama de puntos de vista particulares
que enriquecen nuestra perspectiva pero que no tiene garantía de veracidad, ni
medios para contrastar sus informaciones, ni asociaciones, federaciones, reglas
de autocontrol, como la prensa escrita. En la formación de ciudadanos que
quieren profundizar en las estructuras y mecanismos del mundo en el que viven, y
asumir su capacidad de interacción y de influencia hacia el resto de sus
semejantes, las redes sociales no son la panacea, sino más bien una parte de la
solución. Conviene recordar las palabras de Ángel Gabilondo (cuánto habremos de
echar de menos a aquel breve Ministro de Educación). Presentaba Gabilondo el
pasado 9 de marzo en RNE su último libro, “Darse a la lectura” y nos confesaba:
“A veces pienso que la red también es un gran santuario de soledad”. Aquí estriba
otra diferencia radical de la prensa escrita respecto a otros medios: la
lectura de un diario es un hecho social, una labor íntima y a la vez pública
que realizamos en compañía, en un bar, desayunando en casa, al sol junto a los vecinos.
Creo que es posible, y necesario, un modelo mixto donde cada medio ocupe su
terreno, donde cada formato pueda desarrollar su ritmo, su tempo, su modo de
leer, de intercambiar. Pero es también necesario mantener medios que obedezcan
unas reglas y que puedan, como hace unos días, elevar su voz conjunta contra
los abusos. De igual forma que sin sindicatos desaparecería la cohesión social
en el mundo del trabajo, sin prensa seria moriría buena parte de la cohesión
democrática de la sociedad.
Hace unos días recibí un correo que me llamó especialmente
la atención, enviado por el veterano periodista Manuel Gea. El citado e-mail contenía una nutrida
selección de portadas de Hermano Lobo, la emblemática revista que acogió en sus
filas a clásicos como OPS, Chumi Chumez, Peridis o Summers. Desde 1972, Hermano
Lobo preguntó con descaro, acusó con salero, reivindicó con humor (dentro de lo
que cabe, como ellos mismos decían), en los estertores de una dictadura
inmóvil, por la libertad sindical, por la amnistía, por el verdadero origen de
la crisis, por la necesidad de los estatutos de autonomía, por la libertad de
asociación, de reunión, de expresión, e incluso por cosas que los medios
actuales no se atreven a nombrar. El periodista preguntaba si era verdad que
habían pasado 37 años, porque no lo parecía. El lastre más importante de una
parte de la prensa escrita nacional actual, no nos engañemos, es la
autocentura, la sumisión al dinero fácil, la falta de de pasión, la parcialidad
descarada, a veces ridícula. Esa es la prensa que hay que cambiar, pero cientos
de medios escritos a nivel local, regional y algunos a nivel nacional, siguen
desarrollando una labor seria, comprometida y difícil que merece la atención
del ciudadano que pretenda analizar la realidad con un mínimo de seriedad.
Publicado originalmente en Siete Días el 10 de mayo de 2012.
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