Hasta ahora había renunciado a
hablar de la controvertida ley LOMCE, cuya aprobación ha sido debatida recientemente en el Congreso de los Diputados. Como docente,
consideraba que no iba a disfrutar de la
suficiente distancia crítica para analizar una ley de educación. Pero me equivocaba, me equivoca porque la LOMCE no es una
ley de educación, ni siquiera es una ley de evaluación, en todo caso, de calificación, y esto con reservas. La LOMCE es, fundamentalmente, una burda
tramoya propagandística que busca ocultar los males endémicos de la educación
española con supuestas evaluaciones externas al tiempo que se recorta una vez más el presupuesto en educación
pública, ya muy mermado por anteriores reducciones.
Suelo hablar de simulacros al
referirme a esos dispositivos, que la sociedad de masas ha desarrollado, y que ocultan los hechos
verdaderos tras acontecimientos falsos. Pero la ley LOMCE no es un simulacro,
ni siquiera se le parece, porque el simulacro contiene la energía de lo verdadero, y esta ley carece incluso de la más
leve apariencia de verdad. Tampoco lo ha pretendido. Por eso sorprende tanto que los pocos sectores que todavía
la defienden, las organizaciones de padres
católicos, se hayan dejado engañar de forma tan burda. Con el triste argumento
de convertir la religión en una asignatura de peso, cuya nota cuenta incluso
para la concesión de becas, el ministro Wert ha conseguido que los padres
católicos vendan su derecho a una enseñanza pública de calidad por un plato de
lentejas. Entretanto, la principal empresa española en gestión de servicios
educativos, la Iglesia católica, ha demostrado que le importa poco la formación integral de los alumnos,
ha demostrado una profunda irresponsabilidad con respecto a ellos, al
favorecer, a cambio de mayor influencia en la enseñanza pública, que esta ley imposible siga su camino. El resto de
la sociedad española, e incluyo instituciones
como el Consejo de Estado, que criticó y desmontó punto por punto la ley, no son sino rehenes del mayor atentado contra
una educación de calidad en décadas.
Como desvela justamente José Luis Villacañas en http://http://www.levante-emv.com/opinion/2013/05/14/seria-mayor-defecto-lomce/997682.html, la primera frase de la ley ya es reveladora: "la educación es
el motor que promueve la competitividad de la economía y el nivel de prosperidad de un país". Con esta frase desaparece toda idea de enseñanza universal e integral, todo rastro del
proyecto educativo de la Ilustración, que desde el siglo XVIII ha alimentado
las democracias occidentales, y que todavía seguía vivo en la LODE de 2006. Como dice Villacañas,
la educación no es el motor de nada, sino "el proceso cooperativo por el que
los seres humanos pueden disponer de las bases adecuadas para llegar a vivir
como tales a lo largo de su vida. La educación promueve la condición
humana", algo tan claro, tan evidente, y que tanto bien ha hecho a las
sociedades europeas en estos dos últimos siglos, es desconocido para los
gestores de esta ley.
Si hacemos una lectura atenta de la ley, descubrimos enseguida cuales
serán los efectos negativos de la misma, tal es
su simplicidad. Por una lado, la segregación, puesto que los alumnos serán
divididos ya en 2º ESO en dos grupos: los ocupantes de puestos de trabajo en el
taller, por un lado, y los destinados a los puestos de la tecnocracia, por
otro; en tanto la ley no entiende otro lenguaje
que el de crear piezas para el engranaje del mercado laboral, sobran todo tipo
de refuerzos, apoyos, medidas de atención a la diversidad, que han conseguido
llevar al éxito a tantos
alumnos destinados al salir del sistema sin titular. Se trata de maquillar
cifras, podremos tener más titulados, pero todos serán de bajo perfil de
cualificación. Y todo ello, irónicamente, con el argumento de paliar el fracaso
escolar. Materias que hasta ahora ocupaban un nicho discreto pero importante en
la formación de nuestros jóvenes, como son la tecnología, la música y la
plástica, quedan ahora relegadas a meras optativas, de forma que un alumno
podrá pasar por la ESO sin asistir a una sola clase que le prepare para un
mundo basado en los contenidos audiovisuales de los mass media y en la
tecnología. A estas las llama Wert "materias que distraen". La religión
ocupa mayor carga horaria, y no es específica (es decir, optativa), que
cualquiera de estas materias. Queda reducida igualmente la presencia de las
ciencias en el currículo, en patética coherencia con el maltrato constante que
el gobierno de España ejerce contra la investigación y la innovación científica
en el último año. La supuesta solución de las evaluaciones externas no tiene
otro fin que el cuantitativo, no preocupa otra cosa que maquillar números de
cara a Europa, y las pruebas se adecuarán, fuera del entramado educativo, sin
contar con los propios docentes, a este fin concreto. Una gigantesca tramoya de
cartón-piedra, un telón propagandístico para ocultar las miserias del sistema.
Ante los aspectos susceptibles de mejora de la LODE de 2006, que ya ha sido desmantelada
con los recortes de los dos últimos años, se opta, no por resanar la
estructura, sino por cerrar los ojos y mirar hacía otra parte. Podríamos seguir
durante muchas páginas, podríamos hablar del desprecio a las ratios, del
desprecio a los recursos necesarios, de tantos desprecios... Lo curioso es que
la oposición política no haya acertado a criticar mucho más que la preeminencia
de la religión o la devaluación de la inmersión lingüística que, siendo graves,
no son los aspectos más terroríficos de esta ley imperdonable.
Un análisis genial, Bartolo, deberían publicarlo en el periódico. Has conseguido resumir algunos de los puntos fatales de esta Ley y que en unos minutos comprendamos lo que se nos viene encima.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias, Lucy, la verdad es que lo publican en el periódico, en el Eco, pero desaparece de las destacadas en cuanto entran muchas noticias, a ver si me hacen un banner para entrar directamente. En el recreo seguiremos comentando. Cuídate.
ResponderEliminar