Se ha dicho que nos corresponde una época en la que los
héroes han dejado de tener su lugar, han desaparecido. Todo hombre
aparentemente perfecto es tarde o temprano señalado por los amos de la prensa y
condenado al ostracismo; los últimos casos referidos a los deportistas, ejemplo
de héroes con pies de barro, son bien conocidos. En el otro extremo, cualquier
personaje anónimo, sin ninguna cualidad especial, es elevado a los altares por los engranajes
mediáticos, como parodia exquisitamente Woody Allen en Desde Roma con amor. En una época sin héroes nos queda el concepto
de figura. El gran creador de figuras del siglo XX es Ernst Jünger, y son
suyas las tres grandes figuras que caracterizaron este siglo: el Trabajador, el Soldado Desconocido y El
Emboscado. Son conceptos que engloban a muchos hombres individuales, con
cualidades especiales, con una fuerza peculiar, bajo un mismo epígrafe, pero que
no dejan de ser seres sin nombre, abandonados a sí mismos. Nos toca pensar
cuales son las grandes figuras del nuevo siglo, y empezaremos por una de ellas:
el Emigrante.
Por algún extraño
azar del destino, el pasado 1 de mayo, la 2 de TVE emitía un documental ya
programado en otras ocasiones sobre la primera oleada de emigrantes españoles a
Alemania, que comenzara a principio de los años sesenta. En este documental se
echaba mano de testimonios verídicos de emigrantes y de hijos naturalizados, en
contraste con la versión oficial deformada y frívola que las películas y el
No-Do transmitían de un fenómeno tan importante. En la voz de los viejos
trabajadores y trabajadoras volvían a aparecer las casetas para animales
adaptadas a hombres, los horarios imposibles, la segregación de sexos que
impedía toda relación normal, la exclusión de grupos enteros fuera de las
ciudades y de todo contacto social, las condiciones de trabajo casi
esclavistas, la infinita ignorancia, la alienación, la culpa. Estos primeros
pioneros, movidos por la desesperación, salían de un país que no podía
asumirlos con nada más en la maleta que la impotencia de sus propios padres,
que no tenían otra opción que vivir del dinero que se les enviaba de fuera. El
régimen nunca disimuló que aquellos hombres y mujeres eran un problema que su
marcha había resuelto, así que no se preocuparon de ellos hasta la década
siguiente, cuando, ante el hecho de que los emigrados comenzaban a tomar
conciencia a través de las JOC
(Juventudes Obreras Cristianas) y del Partido
Comunista, la ya balbuceante dictadura creó las Casas de España donde, según los propios emigrantes, eran captados
aquellos que todavía no pensaban. Hacia el año setenta y cinco comenzó el
regreso de muchos, en parte porque la crisis mundial del petróleo trajo consigo
menor demanda de mano de obra, en parte porque en los programas de los partidos
políticos alemanes nació el eslogan populista que hemos visto surgir en España
en los últimos años de las bocas de los ignorantes y del precariado: los
extranjeros nos roban los puestos de trabajo. En Alemania, además, parece que
robaban a las mujeres y a la orgullosa identidad local, tal era el peligroso
embrujo de los españoles.
Las posteriores
oleadas, más reducidas y con condiciones de trabajo infinitamente mejores, han
sido sondeadas con excelencia por el programa Salvados en La inmigración
española a Alemania, entre ellas podemos inscribir el fenómeno de la “fuga
de cerebros”. Hasta ahora ha sido otra la emigración española que hemos
conocido. Pero todo ha cambiado: las condiciones de trabajo, tras el giro
neo-liberal completo de nuestro tiempo, vuelven a ser precarias y abusivas, la
demanda de mano de obra no responde ya a un boom económico, sino a un recambio
de obreros, donde el mercado busca a los más débiles, a los que tienen poco que
perder porque ya lo han perdido todo. No es este el perfil de los emigrantes de
la dictadura, que lucharon por algo desde la nada, que se quitaron el pan de la
boca para alimentar a sus propios padres, que supieron agruparse y salvar la
desidia moral y cultural en que habían caído. Esa es la Figura del Emigrante
que aquí glosamos. Pero la nueva diáspora de la juventud española no es igual.
Para nada. Han crecido en un mundo aparentemente perfecto, donde su familia les
ha dado todo, donde han conocido, si bien cada vez más precarias, libertades
que ninguna generación anterior soñó. Ellos buscan, no ya la mejora, sino la
vida que han vivido, y van a encontrar un mundo similar al que sufrieron sus
abuelos en los sesenta: precariedad, rechazo, explotación, alienación (entonces
física, hoy digital). Es muy posible que se encuentren con la ignorancia y el
rechazo del estado que los vio nacer, ese mismo estado que tanto está haciendo
para que salgan y no vuelvan, porque, al igual que en el final de la dictadura,
su presencia dentro del país es el problema. Programas como Españoles por el Mundo, proclaman una
visión de la emigración tan deforme como la de las películas del destape, pero
mucho más eficaz; la educación estatal, a través de la perversa ley LOMCE, no
es sino una espoleta para soltar lastre; las ayudas del estado español para
emigrantes, simplemente no van a existir. Estos nuevos grupos tienen el reto de
ascender a la categoría de Emigrante,
con la dignidad que la acompaña, o convertirse en ratas del laboratorio del
capitalismo terminal. Hay algo seguro; en ese camino van a estar solos.
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