viernes, 14 de julio de 2023

LA IMPORTANCIA DE LOS BLEDOS

 


Como va pasando el tiempo,
como tanto con tan poco,
como tampoco puede ser eterno.

 Laura Sam y Juan Escribano

 Molina de Segura, julio, 2023.

Frente al Hospital de Ribera, una señora limpia las baldosas de la acera de casa armada de ímpetu y decisión. Son las seis de la tarde y cae un sol de justicia. Con unas buenas tijeras de podar, corta los brotes de bledos que aquí y allá crecen sin solución de continuidad. Una vez barridos y recogidos los restos vegetales y como el calor aprieta, la señora enchufa una manguera al grifo de su minúsculo patio delantero y refresca las baldosas, mojándose de paso con generosidad las chanclas. Justo enfrente, en la acera del aparcamiento del hospital, detrás de un banco de madera, ha crecido el mayor bledo de toda la manzana. A pocos pasos de allí, en el bar de la esquina de la calle Alicante, se desarrolla un pequeño drama. Un mensajero de UPS ruega a un chico delgado y enclenque que le devuelva su móvil. El joven permanece tranquilamente sentado en un portal mientras el mensajero ofrece hasta 50 euros si se lo devuelve. Se pone de rodillas, implora. “No es por el móvil, el móvil me da igual, son los contactos que llevo, es mi ordenador personal”. Saca un billete, se lo ofrece, con tal de que pueda recuperarlo. La esquina se va llenando de gente mientras la señora sigue gastando su agua -que ha pagado religiosamente- en mojarse los pies sobre la acera.

Entra en escena un camarero que parece conocer al chico, le dice al mensajero que así no, que de esa forma jamás se lo devolverá. Invita al sospechoso a entrar con él en el bar y arreglarlo en secreto, fuera de las miradas. Mientras, el mensajero sigue rogando, porfiando y llorando, se mesa los cabellos: “¡Si no le van a dar por él ni la mitad de lo que le doy yo!”. En todo caso, el chico se niega a moverse. El camarero desaparece tras la esquina y vuelve junto a un personaje nuevo: es musculoso, con el torso desnudo, profusamente tatuado. El nuevo actor alardea enseguida de su capacidad de mando y su resuelta decisión, interpela al chico por su nombre, le grita, y se lo lleva del brazo sin violencia, pero con firmeza, a un edificio cercano.

Pasados unos minutos de incertidumbre, el hombre tatuado vuelve con el móvil y reclama al mensajero una cantidad inferior a la que ofrecía inicialmente. El empleado de UPS, visiblemente aliviado, desembucha la gallina con rapidez y se dirige al camión de reparto, aparcado más abajo del hospital. Tras poner en marcha el vehículo, dobla la esquina del bar y se cruza con el ladrón, que camina lánguido y despreocupado bajo el sol insultante. El chófer le grita enfadado: “¡La funda, me falta la funda!”. El chico ni lo mira y sigue su paso lento y tranquilo, pasa por la acera recién mojada, que la mujer ya ha abandonado, se descalza las míseras chanclas y se moja los pies en los charcos.

¿Qué importa y qué no importa a nuestro alrededor?

El bledo o amaranto - ¡qué bello su nombre menos conocido! - es una planta considera mala hierba o invasora que proviene de Sudamérica y que hace tiempo se adaptó al clima caluroso del Sur de Europa. Es tan antigua su presencia que dio lugar al conocido dicho: Me importa un bledo. Y ese es el valor que le damos, el de algo insignificante y molesto que roba los nutrientes a otras plantas decorativas en nuestros jardines y macetas. Sin embargo, el bledo es una planta con un gran valor nutritivo, alto contenido en hierro y sabor agradable, además, sus espigas se han usado desde antiguo para fabricar un sustituto de la harina de trigo, y en ciertas partes de Centroamérica es un alimento básico tanto para ensaladas como para tortas. Y más de una torta nos daríamos por unas hojas de bledos si nos encontrásemos en medio de un campo inculto sin otra cosa que comer.

Para nuestro azorado mensajero, el móvil que portaba en el bolsillo no era más que un inservible trozo de metal y tierras raras sin más utilidad; eso sí, combinados estos con una tecnología que él mismo se encarga de distribuir. Él se hubiera deshecho con cierta facilidad del amasijo de circuitos, pero en modo alguno de lo que los hacía realmente valiosos, los flotantes datos que el propio usuario había ido introduciendo.

                El empleado de UPS, como tantos otros dueños de estos dispositivos baratos, -entre los que, por supuesto, me cuento- no repara en el daño ambiental que produce la extracción de las tierras raras, ni en la huella de carbono que origina su fabricación, ni en el coste en capital humano. Tampoco la señora que limpia la acera es consciente de que con esos tiernos brotes de una planta invasora, podría preparar una nutritiva y sencilla cena, ni de lo que cuestan los litros de agua que alegremente ha desperdiciado.

Los móviles y los bledos, siendo tan distintos, se parecen mucho por la poca importancia que damos a su presencia como objetos artificiales o naturales; nos da la sensación de que todo se fabrica o crece sin aparente esfuerzo, como si fuera connatural a las cosas existir, servir para nuestros planes, o molestar la frágil perfección de nuestras importantes vidas. Pero quizá, como dejara escrito Jorge Luis Borges en un famoso poema, estas cosas, de una u otra manera, permanecerán, recicladas, salvadas de un vertedero, brotarán de nuevo de unas profundas y obstinadas raíces, nos sobrepasarán, mientras que nosotros nos iremos disipando en la penumbra de una existencia fugaz.

Laura Sam y Juan Escribano, en este reciente single: “Tampoco puede ser eterno”, parecen dejarnos una lección bastante ajustada de lo que quiero decir, de la importancia que tienen las cosas que no importan, de lo poco importante y a la vez esencial que es el trozo de tiempo que nos ha tocado vivir.

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