A la memoria de Paco Camarasa.
Hace ya más de tres años que se nos fue el responsable de
una de las aventuras más saludables del panorama editorial español: Paco Camarasa Pina. Desde que en 1995
optara por entrar en el mundo de la historieta con la editorial Joputa CB, junto a Diego de la Torre, su actividad no cesó hasta su muerte. Su logro
más importante es la creación y posterior internacionalización de su propia
aventura: Edicions de Ponent, ese
semillero de autores españoles que desde la humilde ubicación en Onil, donde Paco tenía la imprenta, o Castalla, su residencia, pero siempre
en Alicante, demostró lo necesaria
que era una apuesta independiente y libre, tanto para autores como para
lectores. En 2003 fundará Ponent Mon,
cuya filial en Rasquera (Tarragona) es hoy su único hijo vivo.
Lo que quiero destacar hoy de Paco Camarasa no es su extensa pléyade
de premios (entre los que se incluye el Yellow
Kid de 2005, (considerado el Óscar
de los comics), ni su prestigio, fraguado con el trabajo exigente y entregado.
Sus ediciones han cosechado multitud de reconocimientos, como el Premio Nacional del Comic de 2010 (entre
otros) a El Arte de Volar, de Kim
y Altarriba, ya sólo encontrable rebuscando en descatalogados, o el Premio nacional de Ilustración, ese
mismo año, para Ana Juan (hoy
reconocida internacionalmente) por Snowhite. A estos hitos podemos agregar, en distintas ediciones, los
siguientes: Premio a la labor
prohistorieta, al mejor guion y al mejor dibujo cómico del Diario de Avisos;
Mejor Contribución Cultural del Cómic,
XII Premios Cartelera Turia; premios
a la mejor obra, guion y autor revelación en el Salón del Cómic de Barcelona; el White Ravens, el Junceda en
la categoría de cómic y el Premio
Nacional de Cómic de Cataluña.
Tampoco voy a hacer una inmersión
especial en su faceta de animador cultural como Presidente de la Asociación de
Editores de Cómic de España, o la creación del Centro de Documentación del Cómic en 2008, en Onil.
Y no quiero centrarme tampoco en
la encomiable apuesta por los autores españoles por encima de todo, con
ediciones de gran calidad, resumida en su frase: «Mientras que la mayoría de
las empresas editoriales de cómics españolas se dedican a vender material
internacional aquí, nosotros nos dedicamos a editar a autores españoles y
vender sus derechos en el extranjero» ver.
Es innegable que si más empresas españolas tomaran ese camino este país se
convertiría de facto en lo que es en embrión, una potencia mundial en el mundo
de la historieta y la ilustración.
Lo que quiero realmente destacar
es que la labor de este gigante de la edición fue desde el principio una jugada
no solo de riesgo, sino de clara pérdida económica. Cuando se decidió a dar el
paso lo hizo sabiendo que podía permitirse perder 3000 o 4000 euros semanales. Lo
que animaba a Camarasa era su amor
al cómic, como en otros editores españoles, hoy olvidados, lo fue hacia la
literatura. Camarasa quería dejar un
legado, un legado digno, y abrir el paso a gente válida a lectores necesitados
de esos talentos. El beneficio económico no importaba, un lema que hoy parece a
muchos algo propio de locos o sonados.
Nadie ignora que este tipo de
iniciativas va quedando paulatinamente reducidas a cenizas por la angustiosa
presión de los gigantes de la edición y, sobre todo, de la distribución, cuyo
único cometido es llenar las arcas con un material tan sensible como frágil.
Llegados a este punto, la figura de Paco
Camarasa me hace pensar en los héroes clásicos, que ejecutaban hazañas por
encima de sus posibilidades.
Tras su muerte, a esta filantrópica
empresa llamada Edicions de Ponent
le pasó lo que todos sabemos: nadie se hizo cargo de las relaciones
contractuales con los autores, ni de las obras vivas, ni de los fondos de
editados ver,
que fueron en su mayoría a alimentar el confuso mundo de los descatalogados y
la segunda mano. Sólo nos queda
disfrutar de lo ya editado, como ejemplo, la inigualable Pareidolia de la
multidisciplinar artista Rosana Antolí,
el exquisito Míseres, de Francesc
Grimalt o Sólo los muertos no hablan, de Ángel Muñoz; o bien, buscar los fondos que todavía se encuentren en
el mercado y rezar para que otro loco se acuerde del cómic de autor nacional.