Dedicado al equipo de El bosque habitado, de Radio 3 @BosqueHabitado, que tanto bien nos hace
Al principio me sentí esperanzado. Más tarde, enfurecido. A
fecha de hoy me encuentro reafirmado en lo que siempre pensé sobre la activista
más joven del planeta.
Greta Thunberg tiene razón.
La tiene porque es denostada y odiada a partes iguales por
negacionistas, izquierda trasnochada, moderados paternalistas, ecologistas de
medio pelo y toda suerte de extraños personajes de los que nunca se escuchó una
sola palabra de alerta en torno al cambio climático. Verdaderos analfabetos
recurren a científicos para acusarla de banalidad, mientras esos mismos
científicos callan. Furiosos partidarios de expulsar a todo inmigrante
subsahariano que llegue a nuestras costas recurren a la supuesta carta de la
africana Kiwa, de 15 años, de la que nadie sabe nada, salvo que su texto es un
modelo clásico de manipulación de la condición del tercer mundo. Kiwa le reprocha
a Greta tener la piel muy fina por decir que le han robado su infancia, pero no
repara en que esos mismos ladrones son los que robaron la suya, evidentemente
mucho más difícil. En realidad Greta habla del hurto de los sueños, que no es
cosa baladí.
A Greta se la califica de niña, cuando es una mujer de 16
años. Esos mismos críticos no se escandalizan al ver Lolitas anémicas emperifolladas
desfilando por las pasarelas. Greta no va al colegio, claro, porque en todo
caso iría al instituto, aunque en realidad viaja con un educador que cuida de
su formación. Los padres de Greta –esos ogros- buscan fama y dinero, aunque en
realidad ya la tienen; él es un actor conocido y ella cantante (actuó en
Eurovisión en 2009). Se dice que han instrumentalizado su infancia, pero
ninguno de los críticos ha emitido una palabra sobre los padres de Messi, de
Nadal, de tantos Joselitos y Mélodis, de los participantes del talent show de turno, donde pequeños
autómatas hacen piruetas estrafalarias o endiosados pinches de cocina se
prestan a espacios tan falsos y sobreguionizados como Master Chef. Y lo peor de
todo, la atacan por su síndrome de Asperger, que confunden con una enfermedad,
y que suponen discapacitante para cualquier ejercicio del discurso público.
Incluso confiesan algunos que les da “grima”, que “les da miedo”. Tan cacofónico
como decir que Steve Jobs no podría ser un prodigio de la informática porque
era disléxico o que Albert Einstein no
pudo ser un genio de la física porque suspendió en el instituto y encima su
cerebro pesaba menos de la media. La lista de salvajadas sobre Greta Thunberg no
tiene fin.
Sin embargo, lo que más me ha sorprendido es la actitud de
algunos intelectuales de la élite cultural acusando al sistema de banalizar unos
hechos (por otro lado incuestionables) con la figura seráfica de una joven
desvalida, futuro juguete roto, una especie de dollie gótica sin el encanto morboso de lo fúnebre. El problema
principal de estos intelectuales sin voz que condenan la banalidad de los media en la figura de alguien como
Greta -que se desenvuelve bien en ellos y los utiliza para dejar su mensaje- es
que pertenecen a esas élites derrotadas de las que habla Christophe Guilluy en
No Society, élites que han perdido su influencia, el pulso de los tiempos,
sustituidas por movimientos populares mucho más dinámicos y pragmáticos.
Estos activitas, de los que Greta Thunberg no es sino una
muestra sobresaliente, no hablan para sus mayores, pues saben que es inútil,
hablan a los jóvenes, que todavía, sino inocentes, al menos tienen la capacidad
de cambiar. Nadie le ha pedido perdón a esta generación que hereda un sistema
imposible, antes bien, todos se han apresurado a exhibir un obsceno
paternalismo falto de toda legitimidad.
Es sintomático que entre toda la pléyade de haters, de ecolistos que se abalanza sobre Greta Thunberg
deseándole que se hunda en el océano, que se intoxique con comida vegana y otras
lindezas, no existan educadores activos, profesores que ejercen la enseñanza en
los centros de secundaria. Pueden dudar, mostrarse cautos, pero en general
atienden a su discurso. Dejad hablar a los profesionales.
Como dice Isidora Navarro, “el capital fagocita las Cumbres”,
y es totalmente cierto que ha intentado fagocitar a Greta Thunberg, aunque sin
éxito, porque ella es la normal y los demás somos los extraños, los anómalos,
los desvalidos, los manipulados. Una simple búsqueda en el motor de google del
nombre de Greta Thunberg arroja que la primera palabra relacionada con su
nombre es “enferma”. No hay mejor prueba para demostrar lo que sostengo:
nosotros somos los verdaderos enfermos.
Por eso insisto en lo que dije al principio: Greta tiene
razón, precisamente porque todos, salvo los más jóvenes, la odian.
Me ha encantado como lo expone. Comparto en mi red social.
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
EliminarComulgo totalmente con tu opinión. A pesar de mi diferencia de edad con Greta siento con ella más afinidad que con multitud de ecopijos de mi generación y de las intermedias. Seguro que también soy Asperger. Te invito a visitar mi blog https://accionplanetaria.blogspot.com/
ResponderEliminarUn saludo.
Así lo haré, lo leeré con atención pues promete bastante. Muchas gracias.
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