Hace un año, la noche del 13 de noviembre, los asistentes a
un concierto de la banda Eagles de Death
Metal en la sala Bataclan de París fueron víctimas de una masacre
perpetrada por una célula afin al
llamado EI (Estado Islámico). Fueron cerca de 80 fallecidos y numerosos heridos
-algunos de los cuales todavía hoy permanecen en un hospital-, a los que hay
que sumar otras víctimas de acciones perpetradas en cinco restaurantes de la
capital. La noticia se extendió rápidamente por las redes y medios de
comunicación.
En ese
mismo instante yo me hallaba en mi domicilio visionando una ópera a través del
conocido canal Mezzo de música
clásica cuando mi esposa me avisó que en twitter
empezaban a extenderse confusas noticias sobre un atentado. En pocos minutos
los canales generalistas de televisión se llenaron con la confirmación de las
masacres.
La
casualidad quiso que la ópera que yo visionaba en ese momento fuera
precisamente una versión de Castor y
Pollux, del francés J. P. Rameau,
grabada en 2014 en el parisino Théâtre
del Champs Elyseés bajo la dirección de Hervé Niquet. De inmediato, el sistema de analogías comenzó a
conmoverse en mi mente y a evolucionar por sí mismo. De inmediato supe que la
conexión entre la obra de Rameau y
las causas y consecuencias del atentado de Bataclan
era profunda. Dudé de publicar estas impresiones en su momento y he esperado un
año, más calmado, a ponerlas por escrito.
J. P. Rameau fue un compositor del
siglo XVIII francés, muy prolífico a pesar de haberse dedicado a la ópera ya
mayor. Su estilo es más calmado, menos barroco, que el de su predecesor Lully, con lo que se le enmarca en el
llamado Clasicismo; aunque es una
obra muy personal, alejada de la corriente italiana de moda en aquel tiempo. Pero
no es esto lo más llamativo para mí, porque resulta que Rameau es el verdadero compositor de la Ilustración; un teórico
reconocido que publicó obras influyentes antes de su etapa lírica; un hombre
culto que frecuentó a autores como Voltaire
y Rousseau, o a los padres de la
Enciclopèdie, Diderot, D'Alembert o Grimm, y se empapó bien de sus
revolucionarias ideas a pesar de que polemizó agriamente más tarde con ellos
desde uno de los bandos de la "Querelle
des Bouffons".
En 1737
compuso una de sus mejores obras, la historia de los gemelos Castor y Pollux, la obra que yo visionaba
el 13 de noviembre y que desarrolla un argumento que me hizo pensar. Ambos son
hijos de Zeus, sin embargo, uno es
inmortal (Pollux) y el otro mortal (Castor). Aman a la misma mujer, Telaira, pero ella sólo ama a Castor. El conflicto de la obra
comienza precisamente cuando éste muere en batalla. Ante la muerte de su
hermano, Pollux pide en matrimonio a
Telaira, pero ella, en lugar de
aceptar, le ruega que interceda ante Zeus
para que devuelva a la vida al malogrado Castor,
su amor verdadero. Y Pollux, que ama
a Castor tanto como a Telaira lleva a cabo el ruego, a pesar
de que eso implica decir adios al matrimonio.
Zeus replica que nada puede
hacer, que el destino está por encima y que la única solución (ese rígido
sentido del equilibrio de los mitos griegos) es que cambie su suerte por la de
su hermano. Pollux se decide por
amor a Castor. Febe, diosa de la juventud, y los soldados espartanos intentan
impedirsin éxito que Pollux cumpla
su propósito y penetre en el Hades.
Encuentra a Castor precisamente en
los Campos Elíseos, la parte
bienaventurada del Hades. Castor se niega al cambio pero acepta
ver a su amada en vida por un sólo día. Aquí llega el momento de los equívocos,
porque Febe, que amaba a Pollux, al ver a Castor se suicida (es decir, penetra en el Hades), mientras que Telaira,
al conocer que Castor sólo estará un
día con ella, piensa que no la ama. Finalmente, como justo premio a la lealtad
entre Castor y Pollux, Zeus desciende y
proclama la inmortalidad de los hermanos.
Las analogías simbólicas se amontonan ante estos referentes.
Como ya escribí en otra ocasión, los atentados en Francia por parte del EI
tienen como objetivo destruir los referentes europeos de la Ilustración ( ver http://jumilla-amalgama.blogspot.com.es/2015/01/la-derrota-de-la-ilustracion.html
), como bien lo demostrarían meses antes en la sede de Charlie Hebdo. La sala Bataclan
es otro ejemplo de tolerancia y libertad creativa, en este caso musical. Casi
trescientos años antes Rameau, el
compositor ilustrado, junto al libretista Gentil-Bernard
y bajo consejo del filósofo Voltaire
dejaban claras pistas en la fábula de los gemelos divinos. Ambos representan dos
destinos contrapuestos, dos clases de hombres cuyo papel choca. Uno podemos
asimilarlo el pueblo llano mortal o a un hombre caído en desgracia, otro a la
nobleza, o bien, al hombre de éxito, triunfante. Lo curioso es que por el amor
que se procesan buscan la concordia y la renuncia a sus destinos trazados. Ciertamente
Zeus (el Orden, el Rey o el Estado,
pero también la Razón o los ideales ilustrados) es quien redime al caído y lanza
a ambos a la inmortalidad.
Para terminar, los gemelos, llamados Dióscuros, son los encargados clásicos de guiar a las almas al Hades, así que de alguna forma también estuvieron presentes aquella fatídica noche en la sala de fiestas parisiana.
Para terminar, los gemelos, llamados Dióscuros, son los encargados clásicos de guiar a las almas al Hades, así que de alguna forma también estuvieron presentes aquella fatídica noche en la sala de fiestas parisiana.
La
versión de la ópera que yo escuché durante el atentado se había representado en
el Théâtre del Champs-Elyseés al
tiempo que los ataques franceses en Siria,
excusa del EI para los atentados.
Dos años después, los terroristas convirtieron la sala Bataclan en un verdadero
Hades, un infierno aterrador. Con el paso de las horas se supo que los terroristas
eran en realidad franceses crecidos en el extraradio de París y captados
posteriormente por el EI. Descubrí
entonces que la fábula de Castor y Pollux era perfectamente trasladable a
la actualidad francesa tras el cambio de las políticas de asimilación en favor
de las de integración. El asimilacionismo implicaba jurar lealtad a Francia y a los ideales de la República, que son los heredados de la Ilustración, pero con el tiempo se abandonó esta idea en favor de
una política de integración mal entendido que ha creado un cinturón de guetos
de ciudadanos oriundos del Magreb
que no sienten como suyos esos antiguos ideales. Cortázar, Kundera y Kristeva, por poner ejemplos
elocuentes, se sentían plenamente franceses tras su jura a la República; los magrebíes del extrarradio
se sienten extranjeros en su tierra.
El
objetivo inicial de aquel asimilacionismo no fue otro que elevar al mortal Castor a la altura de inmortal Pollux. Convertir a los inmigrantes en
ciudadanos nobles, completos merecedores de todos los derechos y orgullosos de
sus deberes. La integración puede pretender respetar las culturas de origen,
pero lo que en realidad hace es apartar literalmente a sus componentes del
centro de la República. Esto se
acentúa porque los propios valores ilustrados del estado (la Libertad, Igualdad y Fraternidad) se
han vuelto laxos y caducos. Una buena parte de los ciudadanos finge respetarlos
pero no cree en ellos. Francia se ha
convertido, en palabras de españoles que la conocen bien, en un animal
bicéfalo, -¿Castor y Pollux?- que
siente orgullo por sus Valores pero
al tiempo reniega de ellos, los ve como una pesada carga. El origen de la
ultraderecha crece en esa contradicción y termina por convertir al país en el
bifronte Jano. La contradicción se
ha extendido al otro hijo de la Ilustración
del mundo civilizado: Estados Unidos.
No es casualidad que un xenófobo confeso como Donald Trump, que pretende expulsar a musulmanes y mexicanos del
país, haya ganado unas elecciones. No es casualidad que la ultraderechista Marine Le Pen se postule como seria
candidata a ocupar el Palacio del Elíseo.
Ambas victorias representarían la derrota de los dos únicos grandes sistemas
donde la vieja Ilustración todavía
es respetada y tenida en cuenta, los dos únicos estados donde la democracia es
tenida (al menos sobre el papel) por algo sagrado.
Personificadas en la suerte de los Dióscuros, de Castor y
de Pollux vi yo aquella triste noche
de hace un año todas estas contradicciones y comprendí que la única salvación
posible es seguir la enseñanza de esta vieja fábula, donde los Universales, las nacientes ideas
ilustradas, son capaces de salvar a los hombres de la miseria o la desgracia y
llevarlos al destino más digno y noble. Por desgracia, nos precipitamos con
alegría a arrojar a ambos gemelos, a Castor
y también a Pollux, a lo más
profundo del Tártaro.