Hace una semana comenzaron a difundirse las reacciones al
documental de ficción sobre el Golpe del
23F emitido por La Sexta en el programa Salvados, con la dirección de Jordi Évole. La mayoría de los
comentarios versaban sobre el tiempo que cada cual había durado creyéndose lo
que denominaban como “broma”. El tono distendido parecía dominar la escena. Sin
embargo, no pocas opiniones se dirigían al mal gusto que habían tenido los
responsables del programa al tratar un tema altamente sensible en el que algunas
figuras ya desaparecidas parecían haber sido denigradas e incluso insultadas.
Las críticas de los descontentos llegaban desde los sectores más alejados de la
izquierda y la derecha. Ninguno de los comentarios, para mi asombro, parecía
encajar con la verdadera clave de un producto audiovisual como Operación
Palace.
Aquellos que hablaron de “broma” desperdiciaron sin duda el
enorme potencial crítico del producto; aquellos que se indignaron –unos sinceramente,
otros para mantener una lucrativa pose- demostraron tener una concepción del
juego democrático muy alejada de la realidad política actual, por trasnochados
o simplemente por el poco amor a la democracia que en realidad parecen tener.
Se comparó hasta la saciedad Operación Palace con Operación
Luna (un documental de ficción que intentaba convencer al espectador de que
la llegada del hombre a la luna fue un gran montaje). En realidad ambos
productos no tiene otra cosa en común que el punto de partida.
Operación Palace
es un fino ejercicio de coherencia, puesto que aborda un suceso esencialmente
mediático desde un punto de vista del lenguaje de la Sociedad del Espectáculo. El 23F
ha pasado a la historia no sólo por ser un golpe a la joven democracia
creada con aquel recurso tan original llamado La Transición, sino fundamentalmente porque fue el primer Golpe de Estado español (y hubieron
muchos antes que este) radiado y televisado, con imágenes originales recogidas
en el escenario de los hechos. Si no fuera por el carácter mediático de aquel 23F que todos tenemos grabado en imágenes,
posiblemente no se hubieran escrito tantos ríos de tinta sobre el mismo. La figura
de un espadón entrando en el Congreso de
los Diputados fue habitual durante el siglo XIX, por lo que el golpe perpetrado
por Tejero era en sí mismo un hecho trasnochado, con aire de antigualla. Lo novedoso
fueron las cámaras, los medios. Precisamente esos que Évole ha utilizado para
su programa.
Fijémonos en el incuestionable aspecto de gran teatro que
tiene el Congreso de los Diputados,
con esas prietas gradas donde es tan fácil esconderse y dormitar, con ese
estrado central de orador clásico desde el que los políticos de la República
lanzaban sus encendidas réplicas y que hoy sirve para hacer más evidente la
pobreza lingüística de estos simulacros de políticos que padecemos. Ese teatro
es el catafalco donde nuestra joven y decrépita Democracia se astilla entre las
maderas nobles de los escaños.
Évole ha sido muy fino al recordar que “seguramente otras veces les han mentido y nadie se lo ha dicho”.
Básicamente por dos razones, ambas muy coherentes. La primera, porque en los
últimos tiempos la frecuencia y el descaro en la mentira se ha desarrollado
como una planta venenosa en las inmediaciones de la noble tribuna de oradores,
de forma que cualquier ficción urdida en torno a los sucesos acaecidos en 23 de
febrero de 1981 en este teatro de la Democracia palidece ante la desfachatez de
los declaraciones de nuestros días. En segundo lugar, porque el documental de
ficción pergeñado por el periodista de La
Sexta –nótese que no hablo en ningún momento de falso documental- comienza
con un experimento de laboratorio que demuestra fehacientemente lo crédulos que
somos, lo indefensos que estamos ante medios de comunicación rapaces que
manipulan y tergiversan sin disimulo una realidad herida de muerte. Nuestra
formación audiovisual es tan depauperada, fruto de una culpable e intencionada
omisión en el currículo educativo de contenidos relativos a comunicación
audiovisual, que cualquier producto de baja calidad que represente una tergiversación
manifiesta es aceptado sin rechistar. Razón de más para preocuparnos, porque el
juego democrático se desarrolla en la cancha encarnizada de los media, y no en
la dignidad de las palabras medidas y del entendimiento. Los ciudadanos
aprenden: Operación Palace, a pesar
de emitirse por una sola cadena y durar poco más de una hora, tuvo más audiencia
que un evento transmitido por todos los medios y que duró varios días: el debate del Estado de la Nación.
Operación Palace
es un producto de gran calidad dentro de su formato, que es la crítica de la
actualidad política y social, no podemos decir lo mismo del producto de baja
estofa que se nos vende como a ciudadanos rehenes desde los escaños del maltratado
Congresos de los Diputados.
El programa de Évole recuerda las investigaciones de Jean Baudrillard sobre los simulacros,
que cristalizaron en la arena práctica en el libro La Guerra del Golfo no ha tenido lugar, donde se demostraba el carácter
de gran Viedo-Game que tuvo la Primera Guerra del Golfo, como la
definiera Eduardo Subirachs, donde
los soldados iraquíes desaparecían enterrados en la arena, donde Estados Unidos
tuvo más bajas por accidente de circulación que por combate, donde, en fin, se
ensayó la primera retransmisión en directo a escala mundial del espectáculo
mediático definitivo. Aquel 1992, tras la caída de la URSS, marcó el llamado Nuevo Orden Mundial, la Era de la Globalización que hoy está
muriendo en las calles de Kiev y las costas de Crimea, para volver a la
política de bloques.
Pero dejémoslo, porque ese es otro teatro, no más honesto,
pero quizá más real que el enorme espectáculo de tramoya que es nuestra pobre Democracia, no más ficticia, pero quizá
tan poco creíble como los hechos contados en Operación Palace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario