Con el paso de los años fui yo el
que con más frecuencia comenzó a contestar en ese número. Había ansiedad,
urgencia, procuraba ser yo el que descolgara primero en las horas pactadas;
también recuerdo buenas y malas noticias, en aquel momento trascendentales para
mí, comunicadas a través de aquella línea: trabajo, enfermedad, amor.
Años más tarde volví a ser yo el
que llamaba, ahora desde mi casa particular, no desde las calles frías o los
bares hostiles. El tiempo fue incluyendo miedo y desazón en esas llamadas que
desaparecían al oír la voz tímida y remisa de mi madre. Pero fue a ese número
al que llamé para comunicar la muerte de mi abuela, y desde él me llamaron para
decirme que mi tía había muerto y que tenía que volver al pueblo, y fue
finalmente mi madre la que descolgó para decirnos asustada que mi padre no se
movía, que ella creía que… Con el tiempo, los astutos móviles lo fueron
relegando a una mera presencia consoladora. Mi madre casi nunca llegaba a
tiempo para coger el fijo, así que la llamábamos al móvil, siempre en su
bolsillo, agazapado y atento.
Sobre
todo, y por encima de las escaramuzas y traiciones de la vida, el número se ha
quedado grabado en mi mente. Recuerdo otros, qué duda cabe, unos con el seis
delante, otros con el nueve, en los demás a veces dudo, pero el 968782897 es el
rey de todos, es inmanente, imperturbable en mi cerebro. Lo pronuncio a veces:
“nueveseisochosieteochodosochonuevesiete”.
Tiene ritmo, belleza, una matemática interna, algún tipo de
poder, o al menos es lo que a mí me parece.
Ayer, víspera de nochebuena,
recibí un mensaje de texto a mi móvil: la compañía confirmaba que se había
tramitado la baja del número 968782897. Hacía meses que la casa estaba vacía y
que la única puerta al exterior era un teléfono que jamás respondía. A mediados
de diciembre solicité la baja. Un par de semanas antes, mis hermanos y yo
firmamos la aceptación y adjudicación de herencia de mi madre. Hoy he llamado
por última vez a ese número para constatar lo que ya sabía: “no existe ninguna
línea con esa numeración”. Lo he hecho dos veces, buscando quizá una
explicación, un sentido, una segunda parte o una prórroga. Hoy es Navidad,
dicen, y en este día señalado he cortado el último cable con mi vida anterior,
con una etapa en la que el pasado era todavía presente, se le podía interrogar,
mirar a la cara. Las puertas de esa casa íntima que es la familia en la que nos
criamos, en la que crecimos y nos hicimos una idea del mundo, en la que
sufrimos la experiencia de hacerse mayor, se han cerrado en mí para siempre. Un
hecho cotidiano, vulgar, como pulsar unos botones o atender a un auricular ha dado
el aldabonazo final, irreversible, a ese pesebre en el que nos guarecimos
tantos años, a veces remisos y sin quererlo. Ahora sólo queda la intemperie.
Ay, compi, lo que me ha emocionado tu relato. Son días duros donde un aluvión de recuerdos afloran y el sentimiento de añoranza se hace patente. Créeme que es más que un número, es toda una historia y tú le has dado cabida. Precioso, como siempre.
ResponderEliminarUn abrazo bien grande y mis mejores deseos para vosotros, ahora y siempre.
Muchas gracias por tus palabras, Ana, un abrazo grande para ti y para tu sensibilidad a flor de piel.
EliminarBartolomé,sin palabras, es como muchas fotos seguidas,un guión para hacer una película. El número que yo recuerdo, y mira que la memoria ya me falla mucho, es de dos cifras. 51. Ni marcabas,había una "señorita" que te comunicaba con cualquier parte de España y de paso se enteraba de todo lo que pasaba en el pueblo.
ResponderEliminarNo sé quien eres, pero te agradezco estas palabras y también comprendo esa experiencia de la que hablas (esas chicas del cable) que yo no llegué a conocer. Muchas gracias.
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