Pasaron unos años y, ya en la
adolescencia, vinieron nuevas referencias casi al unísono. Por un lado, la
valiente heroína, ensayo de mujer liberada de principios del siglo XX, Adèle
Blanc-Sec (como el vino, decía ella), creada por Jacques Tardi, cuyos comics devoraba con pasión gracias a la
clemencia de un amigo. Por otro lado, unas cintas -compradas en una gasolinera-
de un grupo cuya única garantía para mí es que era castellano y hacía música de
raíz. Escuchaba aquellas jotas segovianas y la imagen de la hilandera intentaba
asomar su agreste perfil. Por entonces yo ya conocía bien a Zuloaga e intentaba imitar, con poco éxito, su pincelada terrosa,
gruesa y potente, cercana a una especie de Van
Gogh mesetario. En una de las cintas de aquel Nuevo Mester de Juglaría
aparecía un romance titulado Una niña se ha muerto, donde una
chiquilla enfermaba de amor por la súbita indiferencia de Juan, su pretendiente. Muy avanzado el romance, el inconsciente
Juan aireaba su culpa exclamando aquello de “Adela mía, que no pensaba yo que te morías”. El nombre entró en mi
imaginario suavemente, con dulzura, sin la truculencia del caso que la canción
contaba, rejuveneciendo de paso la memoria de mi anciana vecina. Casi podía ver a aquella adolescente pálida, seguramente muy flaca,
vestida de negro, que se hallaba en cama porque su novio le ponía unos cuernos
pequeñitos, aterciopelados, pero cuernos, con Dolores. Tampoco podía saber yo que años atrás el impagable Joaquín Díaz ya había grabado otra
versión del romance con el nombre de La pobre Adela, ni que
el romance tenía múltiples versiones a lo largo de la geografía española. Desde
entonces, el nombre quedó indeleblemente unido a mi imagen de Castilla; en mi
mente, todas las mujeres castellanas se han llamado un poco Adela, incluso aquella joven
dependienta de una panadería cercana a la casa de mi abuela que me dijo, siendo
un yo crío -quien sabe la razón- que yo tenía acento segoviano.
El caso es que el nombre me
estuvo rondando durante lustros lanzando sus redes desde los lugares más
inesperados: igual me llegaba desde un corrido que recordara a las
mujeres-soldado de la revolución mejicana, las Adelitas, que se me
aparecía en el nombre de una presentadora de televisión o en una especie
peculiar de pingüino.
Opté un día por indagar en la
etimología de tan recurrente patronímico y me encontré con una raíz germana, la
verdadera, y otra árabe, apócrifa, pero muy sugerente. Adela deriva de la raíz athal,
que en las lenguas germanas significa siempre nobleza. Así pues, diríamos que se puede traducir como “la que es
noble o tiene nobleza”. Curiosamente, existe el nombre árabe Adel,
de origen libanés, que sólo por una casualidad puede sonar similar a Adela,
y que deriva de la palabra adl (justicia
o equidad).
Poco importa que nada tengan en
común ambas raíces, porque la etimología privada las ha unido a su manera y
entendimiento para recrear en esta Adela
inventada, hiladora morena, espigada y rural, una figura paralela a lo que
durante muchos años fue para mí el mito íntimo de Castilla, esa tierra donde coincidieron y se acrisolaron de manera
muy especial las influencias orientales, islámicas y judías con los posos de
culturas llegadas del norte de los Pirineos sobre el terreno bien abonado del
mundo romano. Algo no muy diferente, en fin, de lo que nos describe, con su
prosa apacible y luminosa, José Jiménez
Lozano en su Guía Espiritual de Castilla.
Desde tu infancia con la imagen de la vecina anciana, esos paralelismos que te llevaron hasta tu adolescencia Hasta acabar dándole al nombre la etimología que le pertenece por unanimidad, sin embargo, yo me quedo con el tierno recuerdo porque hay nombres que son la persona que lo lleva, Como bien dices al empezar tu entrada sobre el significado de la palabra, esta es subjetiva.
ResponderEliminarTe felicito, compañero.
Un abrazo y un placer leerte.
Muchas gracias, Ana, tienes toda la razón, el embrión y lo que es importante aquí es el recuerdo conservado de la infancia que ha conseguido sobrevivir e impregnar la palabra con su esencia. Un abrazo, compañera.
EliminarMaravilloso relato Bartolo. Yo, irremediablemente, me acuerdo de Adela de La casa de Bernarda Alba de García Lorca. Me ha impactado leer lo que cuentas porque me pasa igual que a ti, ese nombre es de mi infancia, de mi muy querida vecina Adela. Es un nombre asociado siempre a lo bueno y a lo bello que es como es ella a sus 90 años. Un placer leerte.
ResponderEliminarGracias por leerlo, Aurora, es lo maravilloso del lenguaje materno, que queda unido a las experiencias privadas y se convierte en un pequeño tesoro, original, particular y único.
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