En 1992, la Primera República Italiana, aquella que, fruto
de un consenso general, redactara en 1946 una de las mejores Cartas
Constituyentes de Europa, estallaba por los aires. Los motivos fueron muchos,
entre ellos, la pérdida de identidad del PCI, fruto de la Caída del Muro, pero
sobre todo la corrupción generalizada que unía en una misma e intrincada maraña
delictiva a los políticos, los grandes empresarios y, por supuesto, a la Mafia.
En un
proceso bautizado Mani Pulite (cuya
traducción española, Manos Limpias, dio lugar irónicamente a un
pseudo-sindicato de corte ultraderechista), el juez Antonio di Pietro llegó
hasta la cúpula del PSI, que en breve tiempo se disolvió; de hecho, Bettino
Craxi, el todopoderoso y nada socialista Primer Ministro y Presidente del
desahuciado partido, tuvo que huir de la justicia refugiándose en Túnez, donde
murió en el año 2000. El otro gran capo de la política italiana, el demócrata
cristiano Giulio Andreotti, lider de la también disuelta DC, siete veces primer
ministro, varias veces procesado y siempre absuelto, mucho más inteligente y
peligroso, llamado por igual Il Divo
y Belcebú, se convirtió en el símbolo
de de esa endogamia tenebrosa que parecía acabarse en 1992.
Por
desgracia, el paso a la Segunda República, en un país con el orgullo seriamente
herido, se dio en falso y tampoco trajo consigo una nueva Carta Magna, lo que
hizo posible que nuevos esperpentos, productos ya de la decadencia, como Silvio
Berlusconi, ocuparan la indiferencia y el desencanto generalizado
He
llegado a la convicción de que la única salvación para la seria crisis
institucional que atraviesa nuestro país es seguir el camino de Italia en 1992
hasta sus últimas consecuencias, es decir, la proclamación de una nueva Constitución
totalmente reformada y la liquidación del Régimen de 1978.
Ese
camino no se culminó en el país hermano. Italia ha conseguido, a pesar de todo,
seguir subsistiendo, renqueando, con una Constitución de hace setenta años con
leves retoques; España no puede permitirse ese lujo con el cadáver de 1978. Me
temo también que, cojeando y sufriendo mucho más que Italia, seguiremos
arrastrando el régimen caduco, porque la decadencia es tan larga como la
digestión de los buitres y las anacondas. Los dos países, al parecer, siguen
sendas comunes, como sugiere Stefano Gatto en su Libro España e italia ¿destinos paralelos? (puede consultarse la versión
e-book aquí),
para lo bueno y para lo malo, porque es cierto que nuestros mejores logros en
el siglo XV y XVI se hicieron mirando de reojo el humanismo y el arte desarrollados
entonces en la península hermana.
No puedo evitar en este punto relacionar los distintos
procesos judiciales de nuestro país con los clásicos históricos de los
italianos, aquellas redadas enormes con Falcone y Borsellino, los jueces estrella,
los héroes masacrados. Ni puedo dejar de comparar la faz regordeta de Craxi con
los mofletes hinchados de Felipe González, o los rasgos impasibles, hieráticos,
del cínico congelado que fue Andreotti con los labios inmóviles de José María
Aznar o los melifluos y flotantes de Mariano Rajoy. Todos surgen de un mismo
tronco y buscan el mismo fin.
Italia luchó por su dignidad hasta donde pudo, creyeron en
la importancia del momento, tres partidos enteros cayeron fulminados por los
procesos judiciales (menos numerosos, hay que decirlo, que los que actualmente
se siguen en España), pero en nuestro país el pueblo sigue votando y
sosteniendo incomprensiblemente a los mismos capos. Como ejemplo, apenas
conozco una poesía, proclama, canción o declaración intelectual tan
desgarradora como este tema del italiano Franco Battiato, Povera Patria (aquí
en una versión en castellano), un canto a un país sumido en el fango. Es cierto
que aquí no ha salpicado la sangre de la Mafia, pero a cambio nos queda la
pobreza, el asco y la vergüenza.
Acabo
volviendo, con este ensayo de paralelismos -en estos días de bufones y sainetes
de feria en el que nuestros políticos asumen el papel de vendedores ambulantes,
pensando ya en las fiestas del pueblo de al lado-, a un final de cine que nos
lleva a otro tiempo (hace casi dos mil años) pero al mismo espacio, de nuevo
Italia. Se trata de un ambicioso y muy copiado peplum de 1964, La caída del
Imperio Romano, de Anthony Mann, ambientado en el desastroso reinado del
emperador Comodo.
Hacia el
final de la película, un héroe inventado, Cayo Metelo Livio, tras matar en
duelo a Comodo, rehúsa ocupar el trono ofrecido por los patricios y se aleja. Los
soldados proceden entonces, en una especie de ring levantado justo en medio del
foro, para deleite de masas, a la subasta del trono, y la suma empieza a
aumentar: 200.000 sextercios, no; 500.000 sextercios, no; 1.000.000 de
sextercios, no...
¡Povera Espagna!
Pues como me decías en tu comentario el paralelismo con nuestra situación te hiela la sangre.
ResponderEliminarHace tiempo que pienso eso, pero en nuestro país tenemos la riqueza cultural de los nacionalismos pero que ahora esta viciado y ya no es tanto riqueza, ahora es un grave problema. En el fondo los ciudadanos de los dos países tenemos la erosingracia latina, la picardia, tanto la libertad como la corrupción emanan del pueblo, cuantas veces he oído comentar, si no vas a cojer nada para que entras en política?
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