Nos preguntábamos en la entrada anterior si la verdadera
Tradición europea es la que nos quieren imponer los partidos de extrema derecha
con sus gestos xenófobos y su reducida y excluyente idea de Patria.
Muy al contrario, los rasgos que forjaron durante dos siglos
la identidad de Europa, y por los que este continente adquirió su singularidad,
son las ideas nacidas en el pensamiento de la Ilustración, de las sucesivas revoluciones burguesas y más tarde
obreras, de la construcción histórica de estados de derecho, donde la
separación de poderes y el Pacto Social
garantizaron la creciente tendencia a la igualdad entre las clases sociales, o la
asunción del llamado Estado de Bienestar,
donde las sucesivas regulaciones estatales tendieran a impedir el abuso de los
más fuertes sobre los débiles y el dominio de la codicia del Capital sobre el Estado Social.
Esos genotipos, y no otros, aunque desarrollados de manera
desigual, son los que caracterizan la tradición de la vieja Europa. Así pues,
el propio concepto de Estado garante de las libertades y de la igualdad entre
ciudadanos es la verdadera tradición europea que hoy está en serio peligro,
porque es precisamente esa la
tradición que los partidos de derecha y de extrema derecha han decidido
desmontar, mientras que los socialdemócratas miran hacia otro lado.
Llegados a este término, conviene recordar la frase de Bernard-Henri Lévy, que insinúa que las
revoluciones provienen de sueños bárbaros. Esa frase, elevada a cotas
demenciales, es la que está detrás de la consideración por parte de la derecha de
que movimientos sociales pacíficos son ejemplos de comportamientos radicales. A
estas alturas parece oportuna una reformulación de la frase, que diría algo
así:
“…y si el
neoliberalismo capitalista fuera, en el fondo, un sueño bárbaro…”
En efecto, todas aquellas libertades, derechos, garantías,
que han permitido, aunque sólo sea de forma precaria, disfrutar al hombre común
de un poco de libertad y dignidad, de igualdad entre sus semejantes, todas esas
conquistas que han costado durante décadas
a tantas personas humildes sangrientos sacrificios, son precisamente las
que el capitalismo financiero actual quiere descomponer. Ese edificio que,
aunque precario, tanto esfuerzo costó levantar a nuestros antepasados, está
siendo demolido de una forma acelerada e implacable por las élites surgidas de
los círculos neo-conservadores de los
años ochenta, a los que la caída del
Muro de Berlín brindó la excusa perfecta para hacerse con todas las ramas
del poder. En España, el gobierno actual, amplificando las acciones de la
anterior legislatura, ha adoptado de forma radical ese catecismo sostenido por
la llamada Troika, que sólo busca la defensa de los escandalosos privilegios
del poder financiero. El resultado, como ya ha denunciado Intermon Oxfam, nos acerca sin duda a la barbarie,
porque barbarie y sinsentido es que las 20 personas más ricas del país sean
poseedores de la misma riqueza que el 20 % de la población; barbarie es que la
ratio de desigualdad s80/20 se sitúe
en el 7’2, dos y hasta tres puntos por encima de nuestros países vecinos; esa barbarie
en la que se sume un país donde la separación de poderes y el Pacto Social, prácticamente han
desaparecido; barbarie, en fin, es desmontar metódica y cínicamente los
servicios sociales públicos, la educación y la sanidad en trozos y dárselos
como carnaza a la especulación privada.
El modelo es copiado con aplicación en todas las capas de
las instituciones, incluidas las administraciones locales gobernadas por el PP,
que sostienen, desoyendo todas las evidencias en contra, que los servicios
externalizados son más restables o eficaces.
La paulatina erosión a la que se han sometido durante años
las instituciones ha provocado su vaciamiento, su pérdida de sentido, y la
consecuente sospecha por parte del ciudadano. Ante esta decadencia, el espacio
es ocupado por los bárbaros, esto es, los corruptos y los especuladores, porque
no olvidemos que el bárbaro no puede ocupar un lugar pleno de sentido. El
bárbaro, por definición, ocupa el sitio que la decadencia institucional le ha
dejado libre.
Lo más inaudito que ha acontecido a lo largo de este último
año es que cuando los movimientos sociales han intentando salvar algunas de las
maltratadas garantías que estas instituciones avejentadas abandonaron (derechos
sociales mancillados, protección contra los abusos financieros, etc.) han sido
tratados de radicales, de tendencias de extrema izquierda. En general, lo que son
en realidad es conservadores: no piden nada nuevo, sólo quieren para sí las
garantías que les fueron, muy a regañadientes, concedidas. Los movimientos
contra los desahucios, por ejemplo, no son progresistas en realidad, y mucho
menos radicales: tan sólo reivindican el derecho a la propiedad privada. Por eso
no es probable que estos movimientos triunfen de forma aislada, a no ser que se
articulen dentro de un lenguaje verdaderamente social, que recupere, por
ejemplo, los movimientos vecinales de hace unas pocas décadas. La llamada “neo-lengua
capitalista” ha hecho que confundamos movimientos meramente conservadores o
simples manifestaciones de asociacionismo con progresistas de izquierdas; esto
da idea de a qué grado de deterioro ha conducido a nuestra frágil democracia
liberal la barbarie financiera
capitalista.
Ante este estado de cosas, hoy que avanzamos ya vacilantes
en el 2014, no queda más que acudir a discursos estructurados, programas
racionales dentro de verdaderas corrientes humanistas de izquierda -en la línea
de formaciones como IU- articuladas
con los distintos movimientos sociales, propuestas
donde no nos quedemos tan sólo en intentar recuperar el frágil andamiaje de una
democracia vacilante, sino que apostemos de forma clara por la renovación completa
de las instituciones, por una regeneración seria y profunda del Pacto Social,
por una regulación firme que impida al capitalismo financiero extender esa
barbarie de la codicia que es, aunque intente vestirse con el traje de Armani
de los pensadores mediocres y los periodistas sobornados, la simple apelación
al egoísmo humano más descarnado.
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