Para aclarar la larga serie de despropósitos y atentados
contra las libertades que se han producido en este país a lo largo del pasado
año 2013, es preciso hacer un poco de historia de las ideas. Empecemos por el principio.
A mediados de los años setenta del pasado siglo, un grupo de
pensadores de corte conservador comenzó a ocupar las páginas de las revistas
francesas con la etiqueta de “jóvenes filósofos”. El más popular de todos
ellos, Bernard-Henri Lévy, se alzó
en azote de pensadores de la generación anterior que habían demostrado su
afinidad con regímenes comunistas o filo-marxistas. Parte de sus dardos cayó
sobre J.P. Sartre, Raymond Aron, Gilles Deleuze o Michel
Foucault, entre tantos otros. Por muy tibios que parecieran en sus
posturas, pocos pensadores de izquierdas parecían salvarse de sus críticas.
Hacia 1991, ya definitivamente consagrado, BHL
(que así se hacía llmar Lévy en sus tiempos de gloria) publicaría Las
aventuras de la libertad
(Edición española en Anagrama, Barcelona, 1992). Entre la serie de
entrevistas que contiene este glosario de la intelectualidad francesa del siglo
XX, recuerdo la concedida por Michel Foucault, el gran historiador del poder y
la sexualidad en occidente. Una frase inquietante encabeza las páginas
dedicadas al filósofo francés: “…Y si el
sueño revolucionario fuera, en el fondo, un sueño bárbaro…”, parece ser
ésta, en realidad, la frase que da sentido a todo el libro.
BHL, junto a Alain
Finkielkraut o André Glucksmann
se posicionarán poco a poco en lugares cada vez más a la derecha, desde su
inicial apoyo al liberalismo. Protegidos por Nicolás Sarkozy, que los colma de honores, constituyen sin duda el
aparato teórico más visible que acompaña al triunfo, en los últimos veinte
años, del neo-conservadurismo nacido en la era
Reagan-Thatcher.
En un campo todavía más radical, pero con menor influencia
en Europa, nos encontramos a Ayn Rand,
la creadora de aquel intento de justificar por cualquier medio el puro egoísmo
llamado “objetivismo”, que fue la biblia de los asesores de Ronald Reagan y el
origen del “No existe la sociedad”
del thatcherismo.
Con el tiempo, Lévy, cuyo éxito se basó en gran medida en
eficaces campañas de publicidad, fue siendo desmontado como figura sobrevalorada,
falso filósofo mediático, de poca calidad teórica, falto de seriedad. Las
críticas arreciaron cuando se descubrió, por ejemplo, que citaba a autores
falsos. De forma similar, Finkielkraut y Glucksmann, que comenzaran su carrera
en la izquierda, se dedican después al panfleto para intentar pertrechar las
insostenibles ideas de Sarkozy y otros popes de la derecha, contribuyendo de
lleno a la llamada derechización del
mundo ( ver La derechización del mundo,
José Vidal-Beneyto, El País, 24 de
marzo de 2007). Tras aquellos fuegos de artificio, hoy, en cambio, se toman
en serio otros compañeros generacionales de aquellos “jóvenes filósofos”, cuya
tendencia de izquierdas los apartó del éxito y la fama. Badiou, Vattimo o Zizeck no son millonarios, es cierto,
pero, como dice José Luis Pardo, http://elpais.com/diario/2011/11/18/opinion/1321570813_850215.html; su peso teórico y su profundidad son muy superiores a sus contemporáneos de
la derecha.
Sin embargo hoy, entrado ya 2014, aquella frase de
Bernard-Henri Lévy me sigue rondando en la cabeza, por que sí es cierto que la
proximidad de un sueño bárbaro ronda
por la vieja Europa, un sueño bárbaro que amenaza con destruir todo lo que con
paciencia se fuera obteniendo a lo largo de dos siglos. Los elementos de
extrema derecha se han ido posicionando entre los votantes europeos sin ocultar
ya sus vergonzosos idearios. Le Pen
en Francia, Fini en Italia o amplios
sectores del PP español se han decidido de una vez a enseñar sus ominosos
programas ocultos sin temor a un descalabro electoral. El origen de esta nueva
actitud de la derecha hay que buscarlo en el desastre de las propuestas de la
socialdemocracia, estrangulada por una contradicción que Hobsbawm analizó hace años (ver
Eric Hobsbawm, Guerra y paz en
el siglo XXI, Crítica, Barcelona, 2007),
es decir, los términos liberalismo y democracia son antitéticos, por
tanto, las democracias liberales,
supuesta tabla de salvación de socialdemócratas descafeinados son, muy al
contrario, su pira funeraria. En el binomio de contrarios siempre ganará la
partida el capital, y esa es la posición que conviene a las opciones de
derechas. Sin embargo, y paulatinamente, la demolición de los principios
democráticos nos va acercando sin pausa a la pura barbarie.
El gran pastel de estos años oscuros, donde la pérdida de
sentido ha agotado por fin los difusos planteamientos del centro político,
basados en eufemismos tibios, pertenece ya a la extrema derecha, que ha hecho
carne en la nueva clase social ascendente, el precariado, alimentada
por la desesperación y el odio focalizado y conducido por los mass-media
neo-conservadores. Los yacimientos de votos para partidos populistas de extrema
derecha (en España, la nueva incorporación de VOX, con los guiños descarados del PP, y las miradas de reojo de UPyD
y Ciutadans), exigen conceptos
ambiguos donde cabe casi cualquier cosa, y donde las verdades del programa
electoral, a veces inaceptables, sólo se pueden decir con la boca pequeña.
Conceptos muy generales como Patria, Familia o Tradición sirven a los captores de insatisfechos
para llenar sus insípidas urnas en un juego demasiado peligroso. Porque cuando
hablamos de Patria o Familia, hemos de hablar más bien de patrias y familias, puesto que las formas de entender esos
conceptos son múltiples. Pero esa pluralidad, por supuesto, no es el objetivo
de estos partidos, que intentan imponer al resto de los ciudadanos una visión
muy particular (y desde luego muy restrictiva) de unos conceptos tan amplios
que son fácilmente convertibles en símbolos. Muy revelador es el caso del
término Tradición, o los fundamentos tradicionales de una sociedad
determinada. ¿Cuáles son los fundamentos que han hecho de Europa un modelo a
seguir?
En una muy próxima entrada responderemos a esta y otras
preguntas