Era algo que hacía años que no
veía, un bolígrafo aprovechado al máximo y sin rastro alguno de tinta.
Normalmente, estos pequeños artefactos de cotidiana alta tecnología no suelen
acabar su vida útil: se extravían, se deterioran prematuramente por el mal uso
o, lo que es más común, terminan sus días olvidados en algún rincón del
escritorio, en la ranura de un sofá, tras un mueble de poco uso, o lo más
hiriente, metidos en un bote junto a un grupo de congéneres marginados.
Un bolígrafo constituye un logro
de diseño de producto poco común. El perfecto ensamblaje entre la bola rodante
de metal y el cono que permite que la tinta llegue a ella y se expanda alrededor
de su esfera es un raro caso de intimidad máxima de los materiales. Su
facilidad de construcción y su bajo precio hacen que no reparemos en su
perfección.
Vivimos tiempos extraños, la
despreocupación generalizada por las cosas, los objetos que nos rodean, contrasta
con la cercana -y ya agobiante- carestía que nos espera. Algunas personas,
generalmente los adolescentes -tan denostados por muchos “nostálgicos
intelectuales” de medio pelo-, ya han entendido que nos aguarda un futuro de
austeridad radical, similar a la postguerra europea en el siglo XX. La epidemia
de Covid ha enseñado muchas estrategias en este sentido, y son las generaciones
más jóvenes las que han interiorizado la grave advertencia que un minúsculo
virus nos hizo llegar.
Se me figura que este bolígrafo
cristalino, limpio y esencial como un pensamiento tautológico y el gesto no
menos limpio y elocuente de Diana Nicole, son un símbolo de esperanza, un
vector de posibilidad ante la dura prueba que se nos avecina, y creo que estos
gestos minúsculos, estas presencias casi intangibles deben ser evidenciados,
presentados, como lo que son: indicios que pueden indicar caminos de salida
ante nuestro atolladero.
Se dice que el diseño de un
bolígrafo barato no puede ser mejorado, pero es posible que este gesto
responsable de cuidar su materialidad hasta el extremo proponga también la
posibilidad, a pesar de su bajo costo, de la reutilización mediante una recarga
de tinta, sin duda testimonial, pero es posible que los pequeños avances, las
soluciones sencillas salidas de la más humilde cotidianeidad, puedan romper la
deriva que gobiernos y grandes corporaciones no parecen saber detener.