Una casual coincidencia ha hecho que, en español, las
palabras Ilustración, que define el movimiento cultural, político y
social iniciado en Europa en el
siglo XVIII e ilustración, dibujo destinado a la publicación en libro o en
revista, sean homónimas. Si rastreamos el resto de idiomas de los países donde
esta suerte de revolución llamada también Siglo
de las Luces, nos damos cuenta de que tal coincidencia no se repite (así Lumières,
en Francia, Aufklärung en Alemania, Enlightement en Gran Bretaña e Illuminismo
en Italia). Resulta paradójico, porque, como dice Josep Fontana, en España
realmente no hubo Ilustración, y ese
es precisamente uno de los grandes obstáculos que este país ha tenido hasta el
día de hoy a la hora de un desarrollo paralelo al de otros estados europeos.
Salvo las casi milagrosas generaciones del 98, del 14 y del 27, (fenómeno
cultural, no lo olvidemos, único en la Europa
de su tiempo por su extensión), segadas las tres brutalmente tras la Guerra Civil, ningún otro evento mayor
en materia cultural se ha desarrollado en nuestro suelo. Ni siquiera en los
últimos tiempos, los de una supuesta madurez de la democracia española. Muy al
contrario, lo que debería ser de forma natural un hormiguero de poetas,
ensayistas, polígrafos, investigadores, filósofos, científicos e intelectuales
comprometidos, se ha convertido en un erial donde, salvo unos pocos incombustibles
en sectores de las facultades de Ciencias
Políticas y de Económicas, el
resto de los rescoldos de nuestra cultura calla, cobra la magra paga de la
Universidad o directamente se marcha aburrido. Es muy triste, por ejemplo, que
las únicas manifestaciones organizadas de rechazo de este homicidio de la
cultura que se está dando en los últimos años vengan exclusivamente del cine,
como si ningún otro sector permaneciera vivo mediáticamente.
No así la ilustración. Los grandes dibujantes humorísticos y
los de una ilustración más reflexiva parecen llevar el pulso de la reacción
cultural o este amasijo de cadáveres intelectuales en que se convierte por
momentos nuestro país. Sólo con citar El
Roto o Forges ya sabrán a qué me
refiero, pero son tantos y tan variados que renuncio a nombrarlos. A un
servidor le gusta especialmente Miguel
Brieva. Cada lector que escoja el suyo. Creo que ilustración es el término adecuado para estos viñetistas, dibujantes,
humoristas, o tantas otras palabras con que se les define.
Así pues, haciendo el juego malabar, en España, donde la Ilustración fracasó, nos salva la
ilustración.
Los salvajes atentados perpetrados en París en la sede de la
revista satírica Charlie Hebdo han demostrado una vez más que el humor y la
sátira, como la ironía, son formas privilegiadas de conocimiento; que el ataque
venga precisamente de uno de los integrismos más acerados del mundo, el llamado
Yihadista, refuerza esta idea. Porque cualquier
integrismo –oscurantismo- tiene como enemigo la crítica, la iluminación, el
conocimiento. En Francia, no sólo la revista satírica mantiene una de las
antorchas de la Ilustración, que es la agitación de las ideas, también existen
programas estrella en televisión conducidos por filósofos de fama como Bernard Henri-Levy, al igual que ocurre
en Alemania con Rüdiger Safranski o Peter Stoderlijk. La figura del maître à penser francés no ha cuajado en
nuestro país más allá de raras excepciones. Nada de eso existe en España. Y no
ocurre en gran parte por culpa de otro de los grandes integrismos, el de cierto
catolicismo español que, liderado por una jerarquía monolítica, abortó con mano
dura las ideas revolucionarias surgidas en Francia
y que incluso siglo y medio después apoyó decididamente un régimen oscuro,
pacato, cruel, despiadado y letal que a partir de 1936 desarboló las pocas
posibilidades que entonces tenía España
de convertirse en un país civilizado.
La Ilustración
está en crisis, y no es una casualidad, porque en las últimas décadas ha venido
a unirse al grupo otro de los integrismos más nocivos: el integrismo
neoliberal, que pone por encima de todo, incluida la vida humana, el puro
beneficio económico, y más que el económico productivo, el económico
especulativo financiero. Las grandes palabras escritas en la Carta de los Derechos Humanos son tinta
corrida e inútil ante los mandatos del FMI
o de las grandes corporaciones. Los yihadistas que actuaron en París
centraron sus ataques en uno de los pocos bastiones visibles que quedan de la
vieja Ilustración, un grupo de viñetistas,
pero también, sin quizá saberlo, buscaban atentar contra ese nuevo integrismo
neoliberal, enemigo a su vez de las Ideas de las Luces, que propugna y defiende descaradamente un mundo de
desigualdades abismales en la falacia de que no es necesaria regulación alguna
ante la avaricia de los que lo tienen ya todo.
Pero la verdadera derrota de la Ilustración estriba precisamente en que los países occidentales han
reaccionado a los atentados con medidas represoras que acrecientan la
separación entre los dos mundos enfrentados. Aunque gestada desde meses antes, el
gobierno español ha intentado colocar como una medida justificada el
endurecimiento, innecesario a todas luces, del código penal con la introducción
de la cadena perpetua, entre otras medidas represoras que sólo buscan la
perpetuación en el poder. Otros países planean medidas que atentan directamente
contra las libertades del individuo utilizando como excusa el miedo a la
pérdida de seguridad. Ya en 2004, en el foro de diálogo Globalidad, identidad, diversidad, Josep Fontana recordaba que la mejor arma contra los integrismos es
la Ilustración. Y vuelve a estar de
moda el Tratado sobre la Tolerancia
de Voltaire, que nos recuerda: “…si
la Ilustración no vence a los fanatismos, los fanatismos harán imposible la
convivencia humana”.
No creo que yihadistas y gobiernos hagan caso a Fontana o a Voltaire, así pues: sólo los ilustradores podrán salvar a la Ilustración.