Se cumplen ahora 50 años de la publicación, en 1962, de
“Tiempo de Silencio”, la novela de Luis Martín-Santos que rompe con el realismo
social de la época e introduce claramente la renovación literaria iniciada por James Joyce. La obra
apareció mutilada, y hasta después del franquismo no se pudo leer entera, pero
Martin-Santos murió sin terminar otra obra más oscura y pesimista, “Tiempo de
destrucción”. En ambas, el autor nos ofrece una visión existencialista de un
género humano sumergido en la miseria de su condición como “estado de yecto”,
como dejado caer en un mundo que lo subyuga. Fue una versión muy hispánica de
los conceptos acuñados por Martin Heidegger.
Mientras
reflexionaba sobre la vigencia actual de Martín-Santos, en un mundo a todas
luces dominado por la “caída del hombre”, cayó en mis manos un libro que no
esperaba, “Delito de Silencio”. Se trata de un pequeño manifiesto escrito por
Federico Mayor Zaragoza. Me sorprendió gratamente encontrar en este autor las
mismas ideas, sólo que todavía más firmes, más claras y radicales, que en
pequeños textos anteriores aunque prácticamente contemporáneos de Stephane
Hessel o José luís Sampedro. Los autores anteriores han sido vilipendiados con
frecuencia por la “inteligencia” oficial, esa nube de comentaristas políticos
sin ninguna idea original, con una nula claridad de criterios que no coincidan
con los intereses económicos de las plataformas mediáticas que los alimentan.
Ese rebaño de mediocres que menudea por los platos televisivos aparta de su
lado como algo incómodo textos firmados por un compromisario de la Declaración Universal
de los derechos Humanos, diplomático de larga carrera, como Hessel, o
declaraciones de un Catedrático en Economía por varias universidades europeas,
galardonado con los más importantes premios españoles del mundo de las letras,
como Sampedro, que ha publicado numerosos libros, y últimamente
en torno a la idea de “economía humanista”, peligroso pecado que le ha llevado
a ser denostado por los convencidos de la excelencia del actual modelo
neoliberal. A esos convencidos se refiere Mayor Zaragoza en 2011 cuando dice
que
“Ha llegado el momento de impedir y sancionar el acoso que el <mercado>, a través de conspicuas agencias de <calificación>, ejerce entre los políticos, <rescatadores> empobrecidos que deben aplicarse, a riesgo de hundimiento financiero, en recortar sus presupuestos. Los que preconizaban <menos estado y más mercado>, asegurando que éste se autorregularía y que se eliminarían los paraísos fiscales, deben rectificar públicamente y corregir los graves desperfectos ocasionados.”
Más adelante
aboga Mayor Zaragoza por la supresión de las plutocracias nacidas en la era
Reagan y una regeneración completa de organismos como las Naciones Unidas. No
he oído a nadie todavía criticar a Mayor Zaragoza de izquierdista radical, de ingenuo
utopista o de vaya usted a saber qué otras cosas que la “inteligencia”
neoliberal se inventa para desacreditar voces coherentes y serias. Recuerdo
haberlo escuchado en 1998 en El Escorial junto a José Antonio Marina; allí
defendía ya, frente a cientos de estudiantes de Bachillerato, la enseñanza
pública contra los ataques que se cernían sobre ella. El tiempo parece darle
tristemente la razón. Pero Mayor Zaragoza fue Diputado en el primer parlamento
de nuestra transición, Ministro de
Educación entre 1981 y 1982, Diputado en el Parlamento Europeo y Director General de la UNESCO entre 1987 y 1991. Es conocido que Mayor Zaragoza es
miembro del Opus Dei. Quizá por todas esas razones no lo quieran demonizar los
rebaños mediáticos, quién sabe. Lo que sí debemos tener claro es que el Delito
de Silencio nos lleva directamente al Tiempo de Destrucción; lean pues a Mayor
Zaragoza.