Fotografía: Lucía Chovancova
Este texto no pretende ser verdadero en el sentido estricto del término.
Muchas de las cosas que se dicen en él, especialmente en el punto cuatro del
apartado primero, han sido expuestas con demasiada ligereza, con demasiado poco
fundamento. Además, la escritura del texto me plantea algunas preguntas que
serían más interesantes de tratar que todo lo dicho aquí. Así, sería
interesante ocuparse de cuál puede ser el peligro de la presencia de la
imbecilidad en las redes sociales, por ejemplo. Sin embargo, dejo estos
defectos a la vista para que el texto pueda servir como incitación a la
reflexión y al debate (de hecho, no creo que pueda servir para nada más).
Detrás de las ideas que se expresan aquí están Popper, Mosterín, Unamuno, Spinoza y hasta Fernando Savater, mal que me pese. Sin embargo, he evitado hacer
referencias concretas a ninguna fuente para no complicar la lectura. Por lo
mismo, he intentado hacer uso de un lenguaje sencillo, lo que ha llevado a que
a veces el estilo pueda ser excesivamente plano y hasta repetitivo en su
vocabulario. Sé que poquísima gente lo leerá, pero, por poca que sea, sigue
mereciendo estas aclaraciones, más todavía cuando sé que lo harán sobre todo
quienes se sienten obligad@s por su amistad conmigo. Por
tanto, colegas, ya me contaréis.
LA IMBECILIDAD
1) La idea según la cual Internet y las redes
sociales nos vuelven más tont@s es, mientras no se demuestre lo contrario, un
prejuicio sin fundamento. De hecho, es posible que sea necesariamente falsa (es
decir, falsa por imperativo lógico). Internet
no genera discursos y, por tanto, no produce estupidez ni lo contrario. Internet y las redes sociales no son
sino plataformas de expresión de los seres humanos, estos sí, productores de
toda clase de brillanteces y necedades.
1.1.) Tanto en la red en general como en las redes
sociales existen páginas de divulgación científica, espacios para compartir
fuentes de conocimiento de todo tipo (incluyendo libros, películas, artículos,
etc.), herramientas para el aprendizaje de idiomas, así como recursos
pragmáticos de carácter no cognitivo ni cultural, como son las páginas de
búsqueda de empleo, etc. Por otro lado, por supuesto, la red está llena de
estupidez, ignorancia y arrogancia bárbara. Lejos de que podamos achacarles sin
más la responsabilidad de estas fallas, las redes sociales y la mayoría de los
blogs y espacios webs permiten responder los atrevimientos de la estupidez.
Incluso la gente inteligente cae de vez en cuando en ella, pero el formato que
habilita espacios de respuesta abre la posibilidad a repensarse y avanzar. Una
persona normal, y todavía más una inteligente, asumirá la necesidad de revisar
su pensamiento o expresiones cuando se le haga patente un posible fallo.
1.1.1) Existe hoy día lo que podríamos llamar prejuicio del formato: a menudo se
considera que una idea es necesariamente mejor si aparece en un libro; también
hay quien piensa que necesariamente es menos (o nada) fiable si se la encuentra
en internet. Este modo de pensar es erróneo. Por ejemplo: a pesar de que la enciclopedia
Wikipedia
sea siempre tan denostada por algunos sectores de la intelectualidad, muchos de
sus artículos cuentan con un página paralela a la entrada de la que estemos
haciendo uso en la que se justifican las ideas publicadas y se las discute, criticando
a veces su falsedad, inexactitud, etc. En estos debates se hace referencia a
fuentes en las que poder comprobar aquello de que se nos intenta convencer; se
nos ayuda a informarnos mejor y por nosotros mismos. Sin embargo, un libro no
siempre permite tal cosa. Por ejemplo, en la Suma teológica mínima que
Kreeft créo con fragmentos de Tomás de Aquino, aquel hace un esfuerzo
continuo por dar la razón a Tomás. Tomás dice que “lo espiritual contiene
aquello en lo que está el alma, como el alma contiene al cuerpo”. Según Kreeft, pensar que el alma se halla en
el cuerpo es como pensar que un programador informático se halla en su
hardware. Es evidente que Kreeft
rompe aquí con la lógica más elemental: pensar que el cuerpo contienen al alma
sería, si aplicamos su símil, como creer que el software está en el hardware,
que es lo de hecho pasa. De haber dicho tal cosa en Wikipedia, habría
recibido respuesta casi con total seguridad; en el libro, los editores deciden
qué se publica y qué no, pudiendo seleccionar las ideas que deseen infundir en
el lector y a sabiendas de su falsedad, por ejemplo, porque la edición esté
económicamente sustentada por una institución que intenta expandir su
ideología.
2) Hay muchas formas de faltar a la inteligencia. Los latinos lo sabían, y por
ello crearon diferentes términos que las diferenciaban y hacían patentes. Hoy
el uso general del lenguaje iguala, erróneamente, la tontería, la imbecilidad,
la gilipollez... Aquí mantendremos la visión
diferencial de los latinos.
2.1) En las redes sociales, en concreto, quizás sea la
imbecilidad la que impere. La imbecilidad es una concreción diferenciada de la
necedad, con sus propias características. Para conocer lo que es la
imbecilidad, su especificidad, uno de los recursos más fecundos a nuestra
disposición es la genealogía lingüística, la etimología; el latín en este caso.
Imbecilitas es debilidad.
El concepto ha sido
modelado con el tiempo. Si bien en su origen designaba una debilidad general,
propongo aceptar (aunque reconozco no aportar fundamento suficiente para ello)
que, en el imaginario actual, la debilidad es vagancia mental; el imbécil no
tiene ningún problema, simplemente es vago, no está dispuesto a hacer el
esfuerzo de pensar. Por tanto, y mientras aceptemos estos presupuestos, el
imbécil es responsable de su imbecilidad (mientras que el necio -también del
latín- o el idiota -del griego- no lo son necesariamente).
3) El imbécil no se informa, no cuestiona, no razona.
Según algunas propuestas de la filosofía de la ciencia, el rasgo distintivo del
científico es la actitud: lo que hace de un proceso de producción cognitiva un
hecho científico no es qué se defiende, sino el que se asuma que para ser
racional hay que admitir, creer y apoyar aquello que podamos justificar
racionalmente (y empíricamente, en muchos casos), y que, consecuentemente,
tendríamos que estar dispuest@s a renunciar a aquello que la razón (en su
contacto con la realidad) demuestre no ser cierto. La imbecilidad, por tanto,
es más una actitud que una condición natural que predetermine el potencial
intelectual del sujeto; una actitud que está en las antípodas de la actitud
científica.
Añadido: ante lo expresado en este último párrafo puede
argumentarse que defender que toda demostración tenga que hacerse desde la razón
es un presupuesto injustificado. Téngase en cuenta, por un lado, que estamos
hablando de defender o probar ideas y opiniones, productos racionales. Además,
hasta hoy no conozco otro instrumento para demostrarlas que no sea por medio
del desarrollo argumental de la razón (incluso la intuición empírica puede
presentar problemas al respecto), pero estoy abierto a aceptar que pueda
haberlas, si se prueba adecuadamente.
3.1) Siendo así, la imbecilidad es un modo de ejercer
el pensamiento y, en principio, no tiene ninguna relación, ni para bien ni para
mal, con el contenido de lo que se piensa. No son las ideas concretas que
alguien tenga lo que nos hace imbéciles. Se puede ser imbécil de izquierdas o
derechas, ateo, agnóstico o creyente, y hasta feminista o ecologista.
4) La actitud
crítica propia de la ciencia a la que acabamos de hacer referencia exige, a su
vez, una humildad que suele ser síntoma de un estado personal de madurez. La
renuncia a la invulnerabilidad de la propia imagen o la aceptación de las propias
limitaciones son experiencias que el/la imbécil desconoce. La necesidad de la
propia reafirmación anula la posibilidad de buscar la verdad con honestidad.
4.1) El imbécil no quiere saber, quiere tener
razón. La dinámica identitaria por la cual se pretende defender ante
todo la integridad ideológica, el equilibrio psicológico y metafísico propio
suelen tener a la base el egoísmo como valor: las ideas que se defienden se
consideran valiosas ante todo por ser de un@ mism@. Este modo de proceder, a
menudo inconsciente, comporta un alto grado de infantilismo (muy relacionado,
me atrevería a decir, con el egoísmo ya citado): uno de los síntomas propios de
la madurez es el llegar a ser capaz de distinguir entre el propio deseo y la
realidad y aceptar las consecuencias de esa separación. Por el contrario, el
niño no quiere que se haga lo que es racional hacer o lo que la realidad
impone, sino lo que satisfaga su deseo o beneficie su imagen o reconocimiento.
4.2) Imbecilidad y autocrítica son términos
perfectamente antagónicos. Aunque la imbecilidad, el infantilismo y el egoísmo
son fenómenos diferentes, el imbécil suele buscar que le repitan lo que ya
piensa, como al niño le gusta que le digan que hace muy bien cualquier cosa que
haga. Es común en política, por ejemplo, que una persona solo se interese por
escuchar a quienes vayan a repetir lo que la persona ya cree. De hecho, el
imbécil se tiene a sí mismo como criterio de verdad: correcto es lo que
coincida con sus ideas o le agrade.
4.3) Es común encontrar en la exposición y defensa de
un discurso una incapacidad de hacer distinción del valor de la propia persona
y de sus ideas y expresiones concretas. Incluso entre la gente racional es
común confundir la crítica a las ideas o expresiones de una persona con un
ataque personal. Pero calificar una idea como tontería, por ejemplo, no es
llamar tonta a la persona que la mantiene. Como dijo el filósofo aquel, las
ideas son criticables; respetables son las personas.
5) El establecimiento del criterio del egoísmo (casi de la egolatría) como
principio desde el cual se analiza el mundo pone en suspenso la razón. La
imbecilidad no necesita la razón. Ni darla ni recibirla. Es impermeable a los
argumentos, a los razonamientos y, por tanto, es inútil fundamentar una
revisión o refutación de sus ideas con información o argumentación; demostrar,
tener o no tener razón. Sin embargo, existen criterios que permiten determinar
el valor de verdad de una idea, teoría, etc. La verdad se da en el espacio de
la objetividad. La imbecilidad se encierra en la
subjetividad.
5.1) Yo puedo
pensar lo que quiera, dice el/la imbécil. Cierto, cualquiera puede pensar
lo que quiera. Esta creencia está en la base del derecho a la libertad de
pensamiento, pero no aporta ni la más mínima base de certeza a idea alguna: lo
que sea verdad no depende de lo que tú pienses. Ni tú, ni nadie.
Escolio: el imbécil se cree libre allí donde rigen leyes (naturales, sociales o de
otro tipo -como las leyes matemáticas, por ejemplo) que son absolutamente
necesarias y están fuera del poder humano. Por eso para el imbécil cualquier
expresión o idea queda fundamentada con sólo añadir es mi opinión, así se esté negando la ley de la gravedad.
6) El imbécil no atiende a dobles sentidos ni a
contextos. De lo contrario, no sería imbécil. Es más, le es conveniente la
interpretación parcial e interesada, así como la descontextualización, ya que
se permite tergiversar cualquier manifestación cultural y convertirla en un
instrumento para, supuestamente, justificar y defender su idea (realmente, solo
para reforzarlas, para enrocarlas).
LAS REDES.
1) Internet no crea estupidez, pero algunos de sus formatos
establecen condiciones que podrían favorecerla o potenciarla. Me centraré en el
caso de Facebook, que es el que
mejor conozco.
2) Facebook
utiliza una serie de algoritmos
(cada vez en mayor número y más complejos - el antiguo Edge Rank ha sido complementado con nuevos criterios) para
determinar la visibilidad de la publicaciones de los usuarios. Estos algoritmos
desarrollan un modo de operar que encierra cada vez más al usuario en sus
propios gustos. La personalización del funcionamiento de la red hace que a cada
usuario se le hagan más visibles aquellos formatos con los que más interactúa,
es decir: alguien que a menudo marque “me gusta” en fotos pero nunca interactúe
con enlaces desde su espacio de Facebook
verá cada vez más fotos y menos enlaces. Pero, en este caso, el formato sí
condiciona de forma sustancial el contenido: hay ideas o problemas que no caben
en un meme. Quien se informa a través de micro-mensajes engastados en imágenes
no puede tener fundamento para aceptar lo que acepta (aunque sí para rechazar
lo que rechaza, el algunos casos y siempre que usen bien la lógica), independientemente
de que la idea sea acertada o no. Encontramos así en difusión un tipo de imbecilidad
abstracta que consiste, fundamentalmente, en la identificación con
ideas anónimas no razonadas.
Corolario: se me aparece como un tema interesantísimo la
medida y los modos de impacto del formato sobre el receptor. Es decir,
¿convence más una frase por estar presentada con un buen diseño? ¿No convencen
a muchas personas publicaciones que no habrían aceptado como parte de una
conversación en un bar? ¿Qué tiene que ver con eso el hecho de que esa
información aparezca por escrito y -en ocasiones- respetando las reglas de la
gramática y el orden discursivo? Dado que el tema es demasiado complejo, no
entraré en él.
Corolario segundo: este modo de operar recuerda al de la publicidad:
primero se estudia cuáles son los gustos de los clientes, con lo que se crea un
mensaje que se sabe, con más o menos margen de error, que funcionará. A su vez,
tal mensaje crea (o re-crea) esos gustos, en ocasiones haciéndolos moverse en
alguna medida, con lo que el círculo casi se cierra (casi, porque los pequeños
cambios obligan a la publicidad a renovarse, debido a y como consecuencia de
los cambios de preferencias de los consumidores). Si no hay propiamente un
círculo, al menos podemos pensar en un avance en espiral.
2.1) Por tanto, quien no suele leer periódicos, blogs
o revistas de información tendrá menos posibilidad todavía de hacerlo.
Consecuentemente, sus propias ideas en torno a temas que conozca a través de
las publicaciones de Facebook quedarán
al menos tan poco fundamentadas como lo estaban antes. Es posible que surja
incluso otro efecto: cuando el sujeto encuentra ideas que ya tenía asumidas,
puede generarse una sensación de convicción y afinidad que haga que ya no solo
la publicación concreta, sino el tipo de publicación ganen su confianza. Eso
podría facilitar que ideas que el sujeto no se había planteado sean aceptadas
al ser transmitidas por medio de ese formato. El perjuicio que Facebook añade no está en la creación
de imbecilidad, sino en su enorme capacidad de difusión.
2.2 ) Sin haberlo pretendido, Facebook funciona en este caso como un cortafuegos entre el usuario
y la información. Repitamos que se trata de cierto tipo de usuario, es decir,
que Facebook no ha generado ese
carácter supino de la ignorancia, pero sí le permite que se refuerce. Yendo a
un ejemplo sencillo, existen páginas de Facebook
con frases preparadas expresando todo tipo de ideas. La mayoría de los
textos que presenta suele ser tan simple que solo podrá considerarse digna de
valor por quien ve allí lo que ya cree o tiene un modo de pensar o de sentir
muy similar. Estas frases son al pensamiento lo que la comida precocinada a la
alimentación. Es cierto que los refranes no necesariamente eran más verdaderos.
De hecho, suele ser sencillo encontrar, para cada refrán, otro que lo
contradice. Sin embargo, los refranes suelen expresar ideas tan generales que
obligan a un mínimo de interpretación en relación a un contexto para poder ser
aplicados. En ese proceso de interpretación pueden también encontrarse falsos o
inexactos. Por otro lado, muchos de ellos son joyas del uso popular del
lenguaje. Estas frases, sin embargo, suelen transmitir ideas específicas que no
dan lugar a nada más que pensar. Además, su valor creativo es a menudo (casi)
nulo.
2.2.1.1) Veamos el siguiente ejemplo. A un sabio le preguntaron por qué se pierden los amigos. Él respondió:
“si se pierden no era amigos, porque los amigos son para siempre”. Este
caso no es especialmente [cutre] por su formato si se lo compara con otros. Sin
embargo, tiene el defecto de decirnos cómo tenemos que interpretar la amistad
y, lo que es peor, transmitiéndonos una idea de lo que es la amistad que, si
nos atenemos a los hechos, es absolutamente falsa y, si nos limitamos al campo
de la reflexión teórica, está absolutamente injustificada (como no podía ser de
otra forma, ya que cualquier justificación exige de un mínimo de extensión
imposible en este formato). Para que se vea a qué me refiero cuando hablo de
frases poco afortunadas en el formato, véase la siguiente: Por un
momento, pensé que en serio significaba algo para ti. Da qué pensar
descubrir que esta publicación tiene 3.200 me
gustas y se ha compartido 944 veces. Cierto que no hay nada de peligrosa en
ella, pero es difícil imaginar qué puede llevar a alguien a recurrir a ella,
como no sea la presentación de la misma. Por no citar lo
siguiente: “¡GRÁBATELO!
Nada vuelve ha [sic] ser igual dos veces”.
2.2.2) Todo lo que tiene que hacer una persona para
difundir una idea como la anterior es pulsar el botón de “compartir”. Con ello,
la frase llega en formato de imagen a otro conjunto de imbéciles que repetirá
la operación y hará que la velocidad y el alcance de la difusión de la idea (y
el efecto inhibidor del pensamiento) se multipliquen. No es necesario añadir
nada ni justificar lo difundido. Tampoco servirá de mucho intentar hacer
circular una explicación que fundamente dicha idea o que revele sus posibles
errores, porque su formato hará que no llegue a quienes están preferentemente
usando estas frases. Esto es especialmente grave cuando los posts
tratan temas de importancia y repercusión social. Por ejemplo, existen
muchos posts circulando por la red que ridiculizan el feminismo desde
una comprensión totalmente viciada del mismo. Si tú, lector, usas Facebook, es tan probable que hayas
topado con uno de esos posts que dicen que la muerte de
hombres a manos de mujeres debería considerarse también violencia de género,
que no es necesario que traiga uno aquí para demostrarlo. Otro ejemplo con el
que ocurre lo mismo es el de las plantas y remedios naturales y/o milagrosos
para curar el cáncer (a menudo, se nos dice, ocultados por gobiernos y
farmacéuticas, pero sin que nunca se demuestre nada).
3) Hemos reflejado uno de los tipos de imbecilidad
más comunes en las redes sociales (la aceptación no razonadas de ideas anónimas
en circulación). Otro de los tipos más comunes es un modo de imbecilidad
específica que consiste en convertir en referentes informativos o intelectuales
a otros imbéciles. No entraremos aquí en el tratamiento del mero argumento de
autoridad (el hecho de creer que algo es cierto por venir de una determinada
persona o fuente), ya que esta falacia no es en absoluto propia de Facebook (existe desde tiempos
inmemoriales y funciona hoy día por doquier).
3.1.) Uno de los formatos más empleados por este tipo
de autoridades imbéciles es el vídeo blog. Este soporte suele difundirse con
gran facilidad y favorece que se consigan miles de seguidores. La persona
encargada a menudo expone, critica, explica, etc., hablando directamente a
cámara. Las publicaciones suelen ser periódicas y tratan temas de actualidad.
Los que dominan entre los imbéciles no emplean ningún tipo de lenguaje técnico
ni suelen fundamentar sus discursos en ningún tipo de fuente. Su comprensión no
presupone ningún esfuerzo de investigación por parte de quien ve el vídeo y,
dado que suele expresar ideas vagas, sin fundamentar e incluso sin argumentar,
no lo espera tampoco después. Un ejemplo claro de este tipo de personaje es Álvaro Ojeda. Este periodista de Ok diario (el periódico del ínclito Eduardo Inda) apoya su fundamentación
en el tono y la familiaridad del lenguaje y la cultura, es decir, habla
gritando y repite los tópicos más tradicionales del imaginario español. Si
vemos por ejemplo este vídeo, encontraremos a dicho personaje defendiendo que “el cáncer es un negocio.
Y punto, y punto, y punto”. De los cinco minutos que dura el vídeo, casi tres
se dedican a repetir lo mismo. De hecho, la leyenda del vídeo dice: ...A
LOS HIJOS DE PUTA, A LOS DEMAGOGOS....Y A LA FAMILIA BOSÉ QUE LUCHÓ
HERÓICAMENTE CONTRA EL CANCER...ESE PUTO NEGOCIO QUE NO ENFERMEDAD. Llega
a afirmar incluso, sin justificarlo en ningún momento, que tienen (según parece, las farmacéuticas y los gobiernos) el remedio
para curarlo. En los comentarios una oncóloga le recuerda que, si va a decir
tales cosas, debería al menos aportar algún dato. Pero hay otro imbécil
dispuesto a rescatar a su ídolo, y responde diciendo: J. C.: Como
"dato", el sida en menos de 10 años ha sido
controlado, el cancer [sic] en 30 no... qué raro que una
enfermedad contagiosa si [sic] se controle y el cancer [sic] no... plantea
serias dudas. Otro comentario
todavía más hilarante si cabe es el siguiente: S. Q.: Puedes ser
oncolola [sic] pero si no te dan las herramientas nececesarias q las hay y os
tienen en un laboratorio perdiento tiempony dinero . Y la culpa no es vuestra
pero como digo....no os dan las herramientas. Por qué esta persona sabe más que una oncóloga sobre los recursos disponibles para la lucha contra
el cáncer es algo que no podemos llegar a saber leyendo el
comentario. Viendo tales comentarios, no es de extrañar que este vídeo cuente con 5.000likes a día 28 de marzo de 2017 y se haya compartido 2.408 veces, en
algunos casos añadiendo comentarios como totalmente
de acuerdo.
4) Quisiera destacar, como tercer caso, una concreción del modo anónimo de
difusión de la imbecilidad que merece una atención especial. Se trata de
aquellas publicaciones que son asumidas por los usuarios de Facebook como confirmación de sus
prejuicios y que, sin embargo, no son sino prejuicios también.
4.1) Hace unos días ha estado circulando por las redes
un vídeo que decía mostrar a un musulmán
golpeando a dos enfermeras españolas. El vídeo aparecía con la leyenda “Musulmán dando las gracias por su acogida en
Europa”. Según cazahoax.com, el vídeo fue puesto en circulación junto con esta
leyenda por la cuenta de Twitter @SoydeDERECHAS. En cualquier caso, lo
realmente alarmante es ver la rapidez con la que se propagó. Lo encontré en el
muro de un amigo, y ya tenía un comentario que decía: normal, es que son moros, es decir, gentuza. Dejemos de lado la
torpe confusión de musulmán y moro (marroquí). Lo realmente interesante es que,
en cuanto se entraba en el vídeo, era evidente que no había absolutamente
ningún elemento para poder creer que estuviera grabado en España. Lo poco que
podía oírse no sonaba ni a marroquí, ni a árabe, ni a español. Es más, de
hecho, apenas se oía nada, porque el sonido había sido previamente
distorsionado. Poco tiempo después de su primera publicación se supo que se
trataba de un sujeto ruso en un hospital de Rusia (ver enlace). Sin embargo, como decíamos, existe gente ávida
de motivos que justifiquen sus prejuicios racistas y xenófobos, por lo que
cualquier supuesta demostración les resulta convincente. Como decíamos más
arriba, el imbécil no atiende a razones: no le importa la solidez de la
demostración; para que sea válida, basta con que demuestre lo que él quiere ver demostrado. Esto supone una renuncia
de la razón en favor de la autoconfirmación.
4.2) Veamos otro caso. Una noticia de www.esdiario.com ponía
en alerta a sus lectores ante una posible estafa informativa por parte de los
medios. Según el artículo de esdiario,
los medios habían difundido que dos diputadas de Podemos y una de Compromís habían
viajado a la sede de la ONU, desde donde habrían vuelto expresamente y de forma
adelantada para votar contra la reforma del sector de la estiba. El título de
la noticia reza: “La vergonzosa historia de la foto de las tres diputadas que
fulmina a Podemos”. La cabecera del
texto en su publicación de Facebook
por la página Anti-podemos dice: Se ha
vendido que las parlamentarias podemitas adelantaban sus vuelos para poder
tumbar el decreto del Gobierno de los estibadores. Pero la realidad es
distinta: viaje de lujo, gratis total. La más mínima noción de lógica
evidencia que no existe ninguna relación entre lo que supuestamente se está
demostrando y lo que de hecho se expresa: se intenta demostrar que no es cierto
que las diputadas hayan vuelto expresamente para la votación exponiendo que su
viaje fue lujoso. En este caso, todavía más que en el anterior, el desarrollo
del argumento es tan arbitrario y ruin, que aceptarlo como prueba de algo exige
una firme voluntad de hacerlo. Para que se vea la torpeza con más claridad,
pensemos que nadie aceptaría un argumento de tal tipo en su vida cotidiana. Si
construimos un argumento paralelo, con la misma estructura lógica, podríamos
decir, por ejemplo: tu amigo dice que ha
venido para verte, pero en realidad viene en coche. A pesar de ello, la
publicación cuenta con 2.400 “me gusta” y se ha compartido 2.186 veces.
CONSIDERACIONES FINALES
- He de reconocer que, en un primer momento, pensé que el rasgo que
permitía que los imbéciles imperasen en Facebook
era cuantitativo. Sin embargo, ni siquiera en un escrito tan poco serio como
este podemos pasar por alto el hecho de que saber si el uso de Facebook se atiene en más casos al modo
de proceder de la imbecilidad o al crítico requiere de un sondeo serio, lo cual
sobrepasa la implicación a la que estoy dispuesto aquí. Además, habría que
prefijar unos criterios de análisis que no son evidentes: ¿habría que atender a
los perfiles en que mayoritariamente se actúa desde la imbecilidad, a los casos
concretos de un perfil dado, seguir el periplo de difusión de una
materialización concreta de la imbecilidad (como las que hemos visto arriba?
Podemos afirmar, sin embargo, que es un aspecto cualitativo el que se lo pone
fácil a los imbéciles: el modo en que se difunden las ideas en Facebook; las herramientas por las que
se difunden y las dinámicas habituales de uso.
- No creo que haya fundamentación suficiente para decir que Facebook es, de hecho, el imperio de
los imbéciles. Lo único que podemos afirmar es que el modo en que funciona Facebook favorece a quien asume esos
modos poco razonados de pensar, argumentar y difundir ideas. Es su imperio
porque no se puede vencer a un imbécil en Facebook
desde la crítica racional. Se puede demostrar que, sin lugar a dudas, una
idea que se difunde en un post es falsa sin que eso impida que mucha gente siga
compartiendo el post e identificándose con él. Es su imperio porque las leyes
del mismo están hechas a su medida.
- En ningún momento he pretendido defender que Facebook es un lugar de imbéciles. No me explayaré trayendo aquí
los muchos halagos que creo que le debo por sus múltiples virtudes.
Simplemente, añadiré que la situación de Facebook
es, a mi parecer, bastante satisfactoria: si se selecciona bien a los amigos, se
puede aprender y estar informado sobre cuestiones a las que una persona por sí
misma es difícil que llegue (tanto en profundidad como en variedad), y tener
debates y coloquios profundos, interesantes y respetuosos.
- ¿Qué se puede hacer para combatir la
imbecilidad en un sitio como Facebook?
A mi parecer, aunque la batalla está perdida, sí cabe a posibilidad de crear
prácticas y hábitos paralelos, haciendo al menos tres cosas:
1) Intentar
responder cada estupidez que se publique sin más. Es importante no perder de
vista que no hablamos de combatir ideas equivocadas, sino una actitud. Tod@s
nos equivocamos. Lo que intentamos conseguir luchando contra la imbecilidad es
que convirtamos en hábito la necesidad de pensar antes de aceptar o criticar
una idea y de difundirla, y de tomarse en serio el intento de pensar con rigor.
Sin duda es un trabajo que cansa, pero merece la pena: el prurito de
islamofobia que recorrió Francia tras los atentados de Charlie Hebdo demuestra que la imbecilidad esconde actitudes y pensamientos
que pueden activarse en cualquier momento.
2) Procurar
cuidar el formato de las ideas fundamentadas e intentar hacer contra-campañas
contra las campañas de imbecilidades que funcionan a menudo. Asimismo, creo que
es importante hacer partícipes a nuestros contactos de las aberraciones contra
la razón que encontramos a menudo en redes, en periódicos, en televisión...
Toda persona ve de vez cuando con claridad aspectos que al resto (o a much@s)
se les escapan. Si compartimos esas ideas, estaremos contribuyendo a
visibilizar un uso sano y agudo de la razón.
3) Probablemente, lo más importante: no actuar como imbéciles. Es deber de
toda persona el verter razón en el mundo (y en Facebook) para, al menos, compensar la imbecilidad. Esto es
especialmente importante en debates y diálogos. A nadie le gusta perder un
debate, es cierto. Sin embargo, no hay mayor contribución a la actitud crítica
y racional que acostumbrarse, por un lado, a intentar fundamentar todo aquello
que defendamos, así como reconocer nuestra ignorancia en aquellos temas que no
dominemos; por otro, a aceptar que podemos equivocarnos y asumir sin problemas
ante la otra persona que tiene razón. Si lo aceptamos, nos hemos repensado, nos
hemos corregido y hemos mejorado, así que, l@s verdader@s ganadores/as somos
nosotr@s.
Juan José Gómez falcón
Filósofo y Antropólogo