En las últimas semanas se ha endurecido el debate en torno a
la extracción de hidrocarburos en distintos puntos de España. Grandes proyectos vinculados a Repsol pretenden explotar petróleo
frente a las costas de Canarias y Baleares, con la oposición frontal de
todos los estamentos sociales, incluidos los gobiernos de ambas comunidades
autónomas. Sobre la mesa están también los más de 400 seísmos provocados por el
almacén Castor en el Golfo de Valencia.
Más sorda, pero más inquietante, es la amenaza que se cierne sobre amplias
áreas del interior de la Península Ibérica a raíz de la licitación de
explotaciones de gas natural mediante la técnica
de fractura hidráulica o Fracking.
Gobiernos enteros, como los de Cantabria,
Navarra o La Rioja se han declarado unilateralmente libres de Fracking, así como decenas de ciudades
y pueblos, mientras que iniciativas similares parecen prosperar en otros puntos
calientes del mapa de la extracción de gas natural, como Baleares. Las plataformas
contra el Fracking proliferan en todos
los puntos del país. En la Región de
Murcia, una de las zonas con concesiones más antiguas, pues de 2009 datan lasa
concesiones Aries I y II, en el Altiplano, el Gobierno Regional ha desoído las distintas mociones en contra
propuestas por la oposición. La Plataforma
Cuenca del Segura libre de Fracking lucha contra una amenaza que puede
convertir a Murcia definitivamente
en un desierto sin remisión.
Porque, no lo
demoremos más, la fractura hidráulica supone la muerte de la agricultura y del
paisaje allí donde las explotaciones se instalan.
Es fácil entender la razón
El proceso
consiste en extraer gas metano mediante pozos que excavan profundidades de
varios miles de metros en vertical. Estos pozos atraviesan acuíferos y zonas de
areniscas y calizas para llegar a materiales más duros, como micaesquistos o granito. Atrapado entre
los duros estratos se encuentra el gas, en pequeñas burbujas que la
perforación, una vez cambiado el sentido de la búsqueda, pretende conectar
horizontalmente. Una vez conectadas las burbujas se procede a romper la dura
roca mediante explosiones, que liberan el gas, lo que permite conducirlo a la
superficie. Parte de este gas se evapora irremediablemente, contribuyendo
también a agudizar el llamado “efecto invernadero”. Las cantidades de agua a
utilizar por cada pozo son impresionantes; en torno a 150.000 metros cúbicos; eso
en una comarca seriamente deficitaria en el preciado elemento supone la primera
de las muchas salvajadas que el Fracking
impone al paisaje.
Por otra parte, al
fragmentar la roca madre que sostiene materiales más blandos situados encima ,
activa las múltiples fallas “dormidas” que atraviesan los estratos superiores, precisamente
en una zona potencialmente sísmica como el Altiplano de Jumilla y Yecla, con la consecuente
aparición de terremotos, algo entendible en una técnica que, en palabras de Ángel Francisco Cutillas, literalmente,
“masacra el material”.
Los potentes brazos de la perforación atraviesan los
acuíferos, vitales para la supervivencia de la zona, por lo que han de ser
encapsulados, lo que no impide en muchas ocasiones, que los mortales componentes
de la mezcla de arena y agua utilizada, contaminen sin remedio el agua que
durante siglos ha hecho posible la vida vegetal y animal. La perforación a
profundidades tan extremas necesita que numerosos componentes se sumen a la
mezcla, la mayoría de ellos altamente nocivos, como el benceno y los metales
pesados, entre otros que pertenecen al enfangado territorio del secreto
industrial. Por si esto fuera poco, el agua contaminada utilizada en la
perforación (sólo podemos imaginar que será obtenida de los propios acuíferos)
se deja evaporar en la superficie en balsas que suponen otra amenaza letal. La exploración, antes incluso de que la explotación se considere rentable, ya
es nociva, porque implica el acceso a las recónditas zonas donde anida el gas,
con todas las consecuencias de la consecuente perforación.
Incomprensiblemente,
esta terrible amenaza no ha perturbado al principal municipio afectado de la Región de Murcia: Jumilla. Mientras otras localidades cuyo territorio se encuentra
incluido de soslayo, como en Castilla-La
Mancha las vecinas Hellín, Ontur, Albatana o ya en Murcia,
Yecla y Cieza, se articulan plataformas que enlazan a distintas
asociaciones, que echan a la calle manifestaciones y protestas, en Jumilla
apenas se ha hecho nada. Una moción presentada por IU fue aprobada en marzo de 2013 por el Ayuntamiento con el voto a favor de todos los partidos, de forma
que el consistorio se declaraba Libre de
Fracking, pero sin eco mediático ni
social alguno. La Asociación de Naturalistas
Stipa ha organizado conferencias de expertos, proyectado videos y lanzado
campañas en la red sin obtener el apoyo esperado entre la población. La Asociación de Amigos de Jumilla ha organizado
a su vez una conferencia a cargo de su presidente, el arquitecto Ángel Francisco, con escasa asistencia
de público.
Y nada más.
Resulta inaudito
que en una población que depende directamente del medio natural, con Denominación de Origen en vinos, quesos
y cultivos de frutales, con una ganadería extensiva, vastas plantaciones de viñedo,
olivar y almendro, con un turismo basado en la belleza, en las peculiares
formaciones geológicas, en la riqueza de la fauna, que hacen de su territorio
un atractivo para los senderistas, haga caso omiso de forma tan flagrante a la
principal amenaza que se cierne sobre su medio ambiente, por encima incluso de
la peor sequía en muchas décadas.
¿Dónde están los
sindicatos agrícolas, las comunidades de regantes, las grandes fincas o los pequeños
productores, donde las bodegas y el sector hostelero? La magnitud de la desinformación,
propiciada por el oscurantismo de las empresas concesionarias, Invexta Recursos SL y Oil & Gas Capital SL, con la
connivencia del Gobierno Regional no es excusa para la apatía culpable de todo un
pueblo. Nadie puede engañarse con el Fracking
ni argumentar que la amenaza es falsa: está demasiado presente, desde hace
años, en los medios de masas.
¿Qué representa el Fracking?
Significa la etapa final de un descenso a los infiernos de
la era de los hidrocarburos, la última hora de una forma de obtención de
energía totalmente agotada. A pesar de ello, el gobierno español ha apostado
por esta vía agotada y ha dejado caer en ominoso olvido las energías renovables.
Significa una
agresión brutal al territorio, al entorno natural, al paisaje, al medio humano,
a la ciudadanía. Una falta de respeto a siglos de coexistencia, una forma de asesinato
del frágil equilibrio entre hombre y naturaleza que representa el mundo rural.
Para Jumilla y los
pueblos de alrededor representa el final de su medio de vida, puesto que la explotación
por Fracking tiene una vida media
menor de una década, tras la cual queda un paisaje lunar, muerto, que ya hemos
visto en amplias zonas del este y centro de EE.UU. Se acabaron las vides, el ganado y los productos de calidad,
se acabó la restauración y el turismo de interior. Queda la emigración.
Acciones como una Declaración de Paisaje Cultural -que
proteja un entorno singular del cual parece que nos hemos olvidado-, las
movilizaciones masivas de los distintos sectores para la prohibición de las
explotaciones, la información constante e intensiva, la recogida de firmas, o
tantas otras alternativas que en otros lugares se han puesto en marcha, pueden
parar esta amenaza, pero para ello se necesita un pueblo unido, informado y
responsable, algo que en Jumilla no se ha dado hasta el momento.