domingo, 13 de noviembre de 2016

CASTOR Y POLLUX EN BATACLAN




Hace un año, la noche del 13 de noviembre, los asistentes a un concierto de la banda Eagles de Death Metal en la sala Bataclan de París fueron víctimas de una masacre perpetrada por una célula  afin al llamado EI (Estado Islámico). Fueron cerca de 80 fallecidos y numerosos heridos -algunos de los cuales todavía hoy permanecen en un hospital-, a los que hay que sumar otras víctimas de acciones perpetradas en cinco restaurantes de la capital. La noticia se extendió rápidamente por las redes y medios de comunicación.

               En ese mismo instante yo me hallaba en mi domicilio visionando una ópera a través del conocido canal Mezzo de música clásica cuando mi esposa me avisó que en twitter empezaban a extenderse confusas noticias sobre un atentado. En pocos minutos los canales generalistas de televisión se llenaron con la confirmación de las masacres.

               La casualidad quiso que la ópera que yo visionaba en ese momento fuera precisamente una versión de Castor y Pollux, del francés J. P. Rameau, grabada en 2014 en el parisino Théâtre del Champs Elyseés bajo la dirección de Hervé Niquet. De inmediato, el sistema de analogías comenzó a conmoverse en mi mente y a evolucionar por sí mismo. De inmediato supe que la conexión entre la obra de Rameau y las causas y consecuencias del atentado de Bataclan era profunda. Dudé de publicar estas impresiones en su momento y he esperado un año, más calmado, a ponerlas por escrito.

               J. P. Rameau fue un compositor del siglo XVIII francés, muy prolífico a pesar de haberse dedicado a la ópera ya mayor. Su estilo es más calmado, menos barroco, que el de su predecesor Lully, con lo que se le enmarca en el llamado Clasicismo; aunque es una obra muy personal, alejada de la corriente italiana de moda en aquel tiempo. Pero no es esto lo más llamativo para mí, porque resulta que Rameau es el verdadero compositor de la Ilustración; un teórico reconocido que publicó obras influyentes antes de su etapa lírica; un hombre culto que frecuentó a autores como Voltaire y Rousseau, o a los padres de la Enciclopèdie, Diderot, D'Alembert o Grimm, y se empapó bien de sus revolucionarias ideas a pesar de que polemizó agriamente más tarde con ellos desde uno de los bandos de la "Querelle des Bouffons".
          
    
            En 1737 compuso una de sus mejores obras, la historia de los gemelos Castor y Pollux, la obra que yo visionaba el 13 de noviembre y que desarrolla un argumento que me hizo pensar. Ambos son hijos de Zeus, sin embargo, uno es inmortal (Pollux) y el otro mortal (Castor). Aman a la misma mujer, Telaira, pero ella sólo ama a Castor. El conflicto de la obra comienza precisamente cuando éste muere en batalla. Ante la muerte de su hermano, Pollux pide en matrimonio a Telaira, pero ella, en lugar de aceptar, le ruega que interceda ante Zeus para que devuelva a la vida al malogrado Castor, su amor verdadero. Y Pollux, que ama a Castor tanto como a Telaira lleva a cabo el ruego, a pesar de que eso implica decir adios al matrimonio.  Zeus replica que nada puede hacer, que el destino está por encima y que la única solución (ese rígido sentido del equilibrio de los mitos griegos) es que cambie su suerte por la de su hermano. Pollux se decide por amor a Castor. Febe, diosa de la juventud, y los soldados espartanos intentan impedirsin éxito que Pollux cumpla su propósito y penetre en el Hades. Encuentra a Castor precisamente en los Campos Elíseos, la parte bienaventurada del Hades. Castor se niega al cambio pero acepta ver a su amada en vida por un sólo día. Aquí llega el momento de los equívocos, porque Febe, que amaba a Pollux, al ver a Castor se suicida (es decir, penetra en el Hades), mientras que Telaira, al conocer que Castor sólo estará un día con ella, piensa que no la ama. Finalmente, como justo premio a la lealtad entre Castor y Pollux, Zeus desciende y proclama la inmortalidad de los hermanos.
    
            Las analogías simbólicas se amontonan ante estos referentes. Como ya escribí en otra ocasión, los atentados en Francia por parte del EI tienen como objetivo destruir los referentes europeos de la Ilustración ( ver http://jumilla-amalgama.blogspot.com.es/2015/01/la-derrota-de-la-ilustracion.html ), como bien lo demostrarían meses antes en la sede de Charlie Hebdo. La sala Bataclan es otro ejemplo de tolerancia y libertad creativa, en este caso musical. Casi trescientos años antes Rameau, el compositor ilustrado, junto al libretista Gentil-Bernard y bajo consejo del filósofo Voltaire dejaban claras pistas en la fábula de los gemelos divinos. Ambos representan dos destinos contrapuestos, dos clases de hombres cuyo papel choca. Uno podemos asimilarlo el pueblo llano mortal o a un hombre caído en desgracia, otro a la nobleza, o bien, al hombre de éxito, triunfante. Lo curioso es que por el amor que se procesan buscan la concordia y la renuncia a sus destinos trazados. Ciertamente Zeus (el Orden, el Rey o el Estado, pero también la Razón o los ideales ilustrados) es quien redime al caído y lanza a ambos a la inmortalidad.

            Para terminar, los gemelos, llamados Dióscuros, son los encargados clásicos de guiar a las almas al Hades, así que de alguna forma también estuvieron presentes aquella fatídica noche en la sala de fiestas parisiana.
         
  
             La versión de la ópera que yo escuché durante el atentado se había representado en el Théâtre del Champs-Elyseés al tiempo que los ataques franceses en Siria, excusa del EI para los atentados. Dos años después, los terroristas convirtieron la sala Bataclan en un verdadero Hades, un infierno aterrador. Con el paso de las horas se supo que los terroristas eran en realidad franceses crecidos en el extraradio de París y captados posteriormente por el EI. Descubrí entonces que la fábula de Castor y Pollux era perfectamente trasladable a la actualidad francesa tras el cambio de las políticas de asimilación en favor de las de integración. El asimilacionismo implicaba jurar lealtad a Francia  y a los ideales de la República, que son los heredados de la Ilustración, pero con el tiempo se abandonó esta idea en favor de una política de integración mal entendido que ha creado un cinturón de guetos de ciudadanos oriundos del Magreb que no sienten como suyos esos antiguos ideales. Cortázar, Kundera y Kristeva, por poner ejemplos elocuentes, se sentían plenamente franceses tras su jura a la República; los magrebíes del extrarradio se sienten extranjeros en su tierra.

               El objetivo inicial de aquel asimilacionismo no fue otro que elevar al mortal Castor a la altura de inmortal Pollux. Convertir a los inmigrantes en ciudadanos nobles, completos merecedores de todos los derechos y orgullosos de sus deberes. La integración puede pretender respetar las culturas de origen, pero lo que en realidad hace es apartar literalmente a sus componentes del centro de la República. Esto se acentúa porque los propios valores ilustrados del estado (la Libertad, Igualdad y Fraternidad) se han vuelto laxos y caducos. Una buena parte de los ciudadanos finge respetarlos pero no cree en ellos. Francia se ha convertido, en palabras de españoles que la conocen bien, en un animal bicéfalo, -¿Castor y Pollux?- que siente orgullo por sus Valores pero al tiempo reniega de ellos, los ve como una pesada carga. El origen de la ultraderecha crece en esa contradicción y termina por convertir al país en el bifronte Jano. La contradicción se ha extendido al otro hijo de la Ilustración del mundo civilizado: Estados Unidos. No es casualidad que un xenófobo confeso como Donald Trump, que pretende expulsar a musulmanes y mexicanos del país, haya ganado unas elecciones. No es casualidad que la ultraderechista Marine Le Pen se postule como seria candidata a ocupar el Palacio del Elíseo. Ambas victorias representarían la derrota de los dos únicos grandes sistemas donde la vieja Ilustración todavía es respetada y tenida en cuenta, los dos únicos estados donde la democracia es tenida (al menos sobre el papel) por algo sagrado.

    Personificadas en la suerte de los Dióscuros, de Castor y de Pollux vi yo aquella triste noche de hace un año todas estas contradicciones y comprendí que la única salvación posible es seguir la enseñanza de esta vieja fábula, donde los Universales, las nacientes ideas ilustradas, son capaces de salvar a los hombres de la miseria o la desgracia y llevarlos al destino más digno y noble. Por desgracia, nos precipitamos con alegría a arrojar a ambos gemelos, a Castor y también a Pollux, a lo más profundo del Tártaro.
              

domingo, 18 de septiembre de 2016

ADIOS A LAS BARRICADAS




  Este verano han proliferado de manera especial las barricadas. Ya sea por el calor excesivo, que hace salir a las gentes de sus casas, como caracoles sedientos, ya sea por la carestía económica, que tiende a vaciar los restaurantes y los bares, lo cierto es que las aceras se han llenado de astrosas sillas de comedor, viejas mecedoras de rafia y mesas plegables de plástico blanco.
El vagabundo deambula por las calles de los barrios y ve como a la caída de la tarde, las barricadas se extienden, a ratos inertes, como lentas manchas de aceite. En una esquina, han invadido casi por completo la calzada, un coche intenta girar, pero la barricada es más fuerte y hace que retroceda. En medio del tramo de otra calle los vecinos han ocupado la cochera adyacente sin vado, lo que impide a los automovilistas aparcar, todo por dejar abierta de par en par la propia con objeto de servir bebidas y viandas a la familia. En ocasiones, cuando la acera lo permite, las hamacas se extienden por completo dejando al humano ocupante exánime como pescado ahumado. La charla animada va derivando paulatinamente en un murmullo moribundo, una queja sinuosa o un suspiro resignado, es ese momento clave en el que la barricada se hace impenetrable y recuerda más que nunca a aquella de Sant Pau Centdeu que glosara la conocida canción de Albert Pla. "No passa res, descansem / son jovent pero estem vells", ronroneaba el cantautor con su peculiar estilo criticando la inercia cómoda e irresponsable del catalán y del español, que al mal tiempo , a la crisis, al paro, responde con la inactividad y la pereza.

El vagabundo sigue su camino mientras tararea el viejo tema, "...no votem ni resem / no estudiem ni traballen...", dobla la esquina y observa la clásica distribución, los de la acera mirando a la calzada, los de la calzada a la acera, en perfecta simetría; avanza un poco más y pasa por varias puertas con persiana de varilla de madera, tras una de ellas cree escuchar algo y presta atención:  del interior se escapa un callado llanto de mujer, casi avergonzado, con esa cadencia de radio de galena, de canción cansada, de siesta pesada en una tarde sofocante, un poco como el gesto estreñido de Albert Pla. El vagabundo se sorprende y mira a sus espaldas, donde las matronas prosiguen sus charla de barrio, y el vagabundo piensa, porque no es roñoso en inteligencia, que en esta calle está representada una versión de las Dos Españas de Machado, una que llora y otra que bosteza, y que el bostezo no es de hambre, sino de aburrimiento e incuria; una España que oculta sus miserias y sufre en la oscuridad y otra que presenta un cínico simulacro, como si todos dieran por sentado que estar tirado en una silla de tijera al dudoso fresco de la tarde (como mojamas al viento frio y seco de la meseta, que dijera Martín Santos), fuera el grado sumo de la felicidad.

Pero llega septiembre, y los últimos chubascos del verano, disfrazados de otoño, borran de un escobazo todas las barricadas. Lo que no han podido hacer los automóviles, los vecinos malhumorados o los consejos médicos para llevar una vida saludable lo consiguen cuatro gotas en un día y un poquito más de fresco en el rostro al anochecer.

Cobijadas al calor del televisor, las barricadas invernarán una vez más, cada cual irá a lo suyo, la crisis seguirá avanzando pero nos parecerá menos crisis -ya se sabe, la mancha de aceite-, los ciudadanos seguirán dejando de votar, o votando a lo que toca, la corrupción y el éxodo de los jóvenes seguirán siendo culpa de algún vecino que caía mal, las fiestas patronales se convertirán en el gran tema de conversación, tanto si se gasta demasiado como si se gasta muy poco. Siempre que se tenga a mano una mecedora y un poco de fresco en el rostro volverá la barricada, esa que protegerá de cualquier cambio o movimiento al sufrido pueblo español, ejemplo mundial del sentimiento reaccionario.

martes, 9 de agosto de 2016

LA REALIDAD Y POKÉMON GO





I

Estamos en la Puerta del Sol madrileña, los turistas deambulan sin rumbo fijo buscando cualquier estímulo sensorial que consiga detenerlos. Se quedan prendidos de los más mínimos gadchets visuales con la esperanza de llevar a casa algún resto de memoria fijada en un soporte digital. Pasan delante del Jesucristo plateado bajo el que sobrevive inmóvil Santiago Rivera, o del Hombre de la Maleta metálico que encarna José Manso. Giran a su alrededor o admiran su quietud. El periodista Ramón Lobo entrevistó a estos artistas en La vida móvil de las estatuas humanas (Infolibre nº 5 julio-agosto 2013), que se cuentan por decenas en la capital y en la mayoría de las ciudades. Esa especie de realidad petrificada, disminuida, de vida interiorizada, esa paradoja de que lo inerte esconde lo vivo, parece hacerlos pasar de lo contingente a lo necesario.
            De pronto, la prisa lenta de los turistas se interrumpe de súbito, una masa de cientos de jóvenes empieza a concentrarse en el centro de la plaza. No son turistas, no miran a su alrededor. Tampoco son manifestantes, pues no gritan consignas ni alzan los ojos al lejano cielo de las esperanzas. Forman parte de la quedada del pasado 28 de julio en la pokeparada de la Puerta del Sol. Ante la irrupción súbita de cientos de jugadores de Pokémon GO, una buena parte de los de los turistas se desentiende en ese momento de las tiendas y los estímulos urbanos y sacan sus móviles sin dilación: forman parte ahora de otra realidad; están cazando Pokémons.
II
            El juego de Realidad Aumentada Pókemon GO, creado por Nintendo a través de Niantic, se ha convertido en un par de meses en el más popular en su especie. Se basa en los principios de la RA (realidad aumentada), definida en los años noventa como una forma de interacción entre el mundo físico y el virtual mediante dispositivos electrónicos que insertan objetos, informaciones o itinerarios visuales. No es en modo alguno el primero, ha habido otros, algunos ya obsoletos, como AR booth. Pokémon GO se basa en el juego Ingress, también de Niantic, que desde luego era mucho más original en su planteamiento de búsqueda de una misteriosa energía. Porque, admitámoslo, la nueva propuesta de Nintendo es muy simple: cazar y coleccionar los populares animalitos recién llegados del mundo del videojuego y del anime japonés de los noventa, además de conseguir otros objetos extra y plantear combates como entrenador en los llamados gimnasios. La nostalgia de jugadores de mediana edad contribuye a que los más pequeños se enganchen también a esta especie de actividad retro convenientemente actualizada, sin embargo, Pokémon GO no pasaría de ser un juego más si no fuera porque su enorme popularidad, que intriga a los sociólogos, plantea problemas de logística hasta hoy desconocidos. Los jugadores, que mientras juegan viven a caballo (como aplicación de RA que es) entre dos mundos, se introducen en los sitios más peculiares -iglesias, comisarías, cementerios, autovías- sin ser conscientes de las consecuencias de esas interacciones. Y es aquí donde comienzan a surgir las dudas sobre si este es en realidad un juego de RA.
            A mi juicio, la mejor aplicación de Realidad Aumentada que se ha creado es Geocaching, en la que los jugadores buscan con el dispositivo móvil pequeños tesoros físicos que otros jugadores han dejado escondidos en sitios relativamente poco accesibles. Lo es por su equilibrio, porque mientras el mundo virtual aporta coordenadas, rutas y localizadores, el tesoro escondido en sí es físico -es decir, perteneciente a un entorno real no virtual-, tangible, manipulable y al alcance de todos los sentidos. Además, los jugadores pueden entablar relación dentro del mundo físico depositando pequeños objetos en los espacios elegidos: muñecos, regalos, textos manuscritos, etc. En resumen, se establece un equilibrio entre realidad física y virtual.
III
            Ese equilibrio se ha roto en Pokémon GO a favor del entramado digital, por lo que no deberíamos hablar de Realidad Aumentada en este entorno, sino más bien de Realidad Superpuesta. Me explico. Desde el punto de vista fenomenológico, lo que se experimenta jugando con la aplicación de Nintendo es una disminución perceptiva del mundo real, en tanto las capacidades se concentran en la captura del ser virtual olvidando por completo el fondo base del entorno en el que el jugador se encuentra. El entorno virtual creado por el dispositivo móvil (mediante un plano o mediante la imagen de la cámara) se convierte en una barrera perceptiva, en lugar de ser un interfaz con el entorno físico por el que camina el jugador. En realidad, el jugador no quiere nada del mundo real, está de alguna forma determinado por él mismo, porque se ve obligado a caminar sobre él. Su atención se centra exclusivamente en la captura del Pokémon. Esto nos sitúa en un escenario similar al que describía Baudrillard para desarrollar la idea de "simulacro": lo falso revestido de toda la energía de lo verdadero.
            Es por esto por lo que los jugadores se internan en espacios físicos comprometidos sin reparar en ello: deambulan por cementerios o templos sin atender al carácter comprometido del lugar que pisan, o ponen en peligro sus vidas cometiendo negligencias en carreteras o en autovías. Para ellos, esa realidad del entorno carece de importancia, porque en ese momento se encuentran en otra realidad, la del juego. No estamos ante una experiencia de Realidad Aumentada, todo lo contrario: Pokémon Go es una aplicación tramposa en este sentido; se sirve de un punto de partida equilibrado para seguidamente despreciar uno de los bloques que dan sentido al entorno. No hay dialéctica aquí.
            Por supuesto, damos por sentado que este desequilibrio se produce en una situación de adicción al juego, pero es que Pokémon GO es altamente adictivo, como bien supieron calcular sus creadores antes del lanzamiento. La lista de aplicaciones virtuales adictivas es demasiado larga y no es mi intención polemizar sobre ello. Lo que me preocupa como fenomenólogo es que esa reducción perceptiva del entorno se produzca de forma consciente y tramposa y afecte además a las capas más vulnerables de nuestra sociedad. Decía Edmund Husserl que "la mayoría de las personas pasan por el mundo como medio dormidos" y ahora se me figura que bien podría estar hablando de Pokémon GO.
CODA
            Volvemos a la Puerta del Sol. Los turistas se han integrado entre los integrantes de la quedado Pokémon y conversan animadamente sobre las excelencias del juego. Es cierto, Nintendo favorece que las distintas culturas intercambien impresiones. Al otro lado de la plaza, Jesucristo y el Hombre de la Maleta se han quedado solos, inmóviles como siempre, aparcados como los santos de palo de una iglesia vieja, y pesar de sus estudios de Arte Dramático, tienen la desagradable sensación de que hoy no comerán caliente.

martes, 12 de julio de 2016

LA RUPTURA GENERACIONAL




Han pasado quince días desde que se celebraran las segundas elecciones generales tras la legislatura de Mariano Rajoy y los análisis de resultados siguen apareciendo en los medios mientras la situación se estanca, se encasquilla en una especie de calma ecuatorial. Leemos interpretaciones para todos los gustos, algunas de las cuales incluso se atreven a criticar duramente a ciertos sectores del electorado (tabú generalizado hasta hace poco), pero en general tengo la sensación de que los análisis están por encima de la propia realidad, de forma que esta se muestra tozudamente en su forma más ramplona y bizarra.
               Lejos de querer ser aburrido, ofreceré mi propio análisis sobre un aspecto sobre el que pienso que no se ha profundizado lo suficiente: la sorprendente brecha en la intención de voto por edades hacia partidos absolutamente alejados entre sí.
               Creo que una de las opiniones más certeras sobre el tema la ofreció  el prestigioso magistrado emérito José Antonio Martín Pallín en un artículo titulado Cuidado con lo que votas aparecido en eldiario.es. En el citado texto se requería la contundencia de los números para explicar la polarización del voto del PP en toda España. Se recordaba un dato sorprendente y sonrojante: el 33 % de los votantes del país son mayores de 65 años, es decir, unos 11.500.000 millones de personas. También se recordaba un dato machacón y reincidente en las últimas elecciones -también en el 26J-: el 66 % de la citada franja electoral vota por sistema al PP. esto nos da, según Martín Pallín, unos 7.000.000 de votos, es decir, casi un 90 % de los  votos emitidos a favor del Partido Popular que lidera nuestro presidente en funciones. El dato asusta. Podemos dulcificarlo como queramos, pensando en la fluctuación de la abstención, en que se basa en encuestas (los datos de Martín Pallín provienen del CIS) o en tantas variables anecdóticas como queramos, aún así la realidad es que al menos el 80 % de los votos del PP proviene de jubilados.
               En el otro polo de una pirámide de población preocupante se encuentran los jóvenes; la franja de edad de 18/25 consta exactamente de 2.984.122 electores, un exiguo 8 % del total, las encuestas nos dicen que esta franja ha votado en su mayoría a Unidos-Podemos, un pequeño porcentaje (identificado con una ideología más a la derecha) a Cs, mientras que su tanto por ciento al PP es insignificante. Interesa abundar en estos datos leyendo el correspondiente análisis artículo de El Confidencial.
               A esto unimos otro dato bastante reiterado: la abstención de los mayores de 65 años suele ser mucho menor que la de los jóvenes, un factor que he podido seguir directamente gracias a mi propia experiencia como componente voluntario de mesas electorales. Así, en las últimas elecciones, la participación de los jubilados en la mesa donde me encontraba subió asombrosamente hasta cifras de más de un 80 %, mientras los jóvenes que acudieron a votar no fueron más de un exiguo 40 %. No puedo ofrecer estadísticas exactas sobre este término por ser una observación empírica, pero coincide con las medias de datos de muchas mesas electorales españolas. Se cuenta a este respecto que miles de jubilados abandonaron por una tarde sus merecidas vacaciones en la playa o su retiro en el campo para acudir a las urnas, mientras otros tantos jóvenes prefirieron seguir a orillas del mar de junio porque "el agua estaba muy buena". La comparativa del nivel de compromiso entre ambas franjas abruma, como abrumaban las filas interminables de septuagenarios frente a la urna de mi mesa electoral.
               Llegados a este punto hay que concluir que los jubilados de España cumplieron con su tradición y obtuvieron el resultado que esperaban, mientras que los jóvenes (y en gran parte la franja de mediana edad) pecó de inconsistencia o exceso de confianza y ahora lamentan amargamente su error. He de cambiar ahora de registro y recordar las palabras del venerable octogenario Georges Steiner, que en una entrevista aparecida en Babelia con el titular Estamos matando los sueños de nuestros niños, donde se oscilaba entre los estragos de la vejez y las ilusiones de la juventud, aconsejaba sobre la necesidad de dejar que los jóvenes se equivoquen; "...si uno no pude cometer errores cuando es joven, nunca llegará a ser un humano completo y puro". Hablaba también Steiner con una expresión afortunada de "la dictadura de la certidumbre", y en este sentido los mayores no parecen haber tenido miedo a equivocarse, parecen haber votado con mano firme, respecto a los errores de los jóvenes.
               Estoy absolutamente en contra de esa apariencia.
  Los jubilados de España, los ancianos, no han votado a favor de un partido, sino en contra del partido de los jóvenes de su país. El mensaje del miedo esgrimido por el PP ha hecho mella en sus imaginarios caducos, en sus recuerdos de guerras pasadas, y han votado no con criterio firme, sino con mano temblorosa. Y se han equivocado. No solo eso; han sido terriblemente egoístas e ingenuos, ruines y cortos de miras, porque han permitido que el criterio de una generación que ya ha agotado su tiempo, que se va, que hizo su vida en el pasado, pero no permanecerá en el inmediato futuro, condene a la penuria al único tesoro cierto que le queda a este país: su juventud. Con un 50 % de paro entre los menores de 35 años, con unas políticas miopes y cainitas que han condenado al exilio a cientos de miles de jóvenes sobradamente preparados, con una ley de educación que sólo persigue como futurible la inserción precaria de mano de obra barata, el Partido Popular ha convencido al 80 % de su electorado: los ancianos y jubilados de España.
               Votando a un partido esencialmente corrupto que ha devastado España, estos jubilados han creado una ruptura generacional inédita que permanecerá irresoluble durante largo tiempo.
                              Los jóvenes se quedaron en casa esta vez, unos por inercia, otros porque no terminaban de decidir su voto a la izquierda, otros por rebeldía adolescente, otros, en fin, porque estaban en plena etapa final de exámenes o comenzaban unas agotadoras oposiciones y no valoraron el tiempo del voto. Se equivocaron y lo saben, pero, como Steiner, pienso que hay que perdonar sus errores y darles al menos una oportunidad; los jubilados de este país, en una vergonzosa mayoría, no lo han hecho; han votado, sin duda, con la mano derecha, pensando solo en ellos mismos, en sus míseras pensiones que además ahora van a ser recortadas, pensando únicamente en sueños caducos, en fantasmas del pasado, en monigotes de trapo diestramente agitados por ilusionistas. Vaya por delante mi admiración a ese otro 33 % que no se dejó engñar por una dantesca campaña del miedo.
               Lo peor de estos mayores adictos al PP no es que hayan votado estúpidamente, lo peor es que no han estado en su lugar, no han ejercido de abuelos, lo peor es que al votar a la contra, reaccionariamente, han condenado a toda una  generación de nietos, y eso sí que no se puede perdonar.