lunes, 4 de agosto de 2014

POR EL RECUERDO


Ya hace más de dos meses que esta columna no recibe una entrada de su creador. El exceso de ocupaciones y la enfermedad han demorado el reinicio que hoy abordamos. Tras tanta demora, hoy hablaremos de justicia, de  fechas, de la memoria.
Hace cien años y una semana comenzó la Primera Guerra Mundial, de la que pocos han querido hacerse eco, aunque el dolor que transpira es todavía palpable. Aquel  28 de julio de 1914 significó la radical destrucción de toda una generación europea, la desaparición de varias decenas de millones de almas. Tan sólo unos meses antes, nadie podía imaginar siquiera semejante dislate; lo narra muy bien Stephan Zweig en “El mundo del ayer”. La era de la seguridad, pacientemente labrada a lo largo del siglo XIX, fue borrada de un plumazo.
Hace exactamente tres semanas despedimos a Mar con tan solo veintidós años. Mar era una joven vitalista, seria, trabajadora, comprometida con su sociedad, con claras ideas políticas, un modelo para sus iguales y también para muchos de sus mayores. Acorralada por una dura enfermedad, lucho contra ella durante toda su vida, y nadie de los que la conocimos escuchó de su boca una queja; su fragilidad se transformaba siempre en fortaleza sin que la mayoría se diera cuenta. Yo la conocí como alumna en el instituto, no tendría ella ni quince años, cuando junto con unas amigas me propuso una exposición titulada Otaku Express, que englobaba los fondos de comics Manga de su propiedad y de varias compañeras. Colocaron en la biblioteca, desinteresadamente, todo ese material para que el resto de alumnos pudiera acceder a él y hojearlo. Tras ese momento seguí sus pasos y tuve ocasión de impartirle clases en 2º de bachillerato. Cursaba la opción bio-sanitaria y aún tenía tiempo para demostrar su profunda sensibilidad y su madurez y entereza en unos guiones para cortometrajes que todavía atesoro. Era tenaz, ordenada, recta, tiraba de sus compañeros, y silenciaba sus propios problemas. A través de la familia, esa familia ejemplar hasta lo indecible, sé que mantuvo sus virtudes, sus ganas de vivir, su perseverancia, hasta el final.
Siempre serán pocas las palabras que recuerden su nombre, pero aunque concisas, se hacen necesarias, porque Mar aparece como un modelo, un espejo en el que fijarnos, pero también es ejemplo de una juventud que la generación de sus mayores parece querer ocultar, olvidar, y lo que es peor, en muchos casos maltratar y humillar con ideas tan tendenciosas como falsas. Esa juventud a la que pertenecía Mar es la habita la España de hoy, país que ha renunciado a sus obligaciones con ella. El pacto social está roto, porque el estado es incapaz de ofrecer un futuro a los jóvenes que forman parte de él. A esos jóvenes, que son la sangre de la sociedad,  se les ha dejado caer sin contemplaciones: la educación se ha devaluado en las etapas iniciales y encarecido hasta el insulto en el mundo universitario; la falta de empleo ha condenado a miles de titulados que apenas acaban de dejar la adolescencia a una prematura emigración sin horizontes, sin tarjeta sanitaria y sin esperanza de rescate. Los jóvenes se forman y se forman indefinidamente mientras ven ninguneadas sus capacidades por políticos domesticados por las grandes corporaciones, por funcionarios adocenados, por empresarios viciados por el fraude, por obreros desclasados y asociales, por un gobierno que ha asesinado la innovación científica e industrial, por una generación de cínicos que se dio en su día a la desidia o al dinero fácil, o a ambos; incluso hay algunos profesores que entran a engrosar estas filas y pretenden aleccionar a sus alumnos desde la mediocridad de una plaza conseguida en tiempos de bonanza.  Y cuando estos jóvenes se agrupan en formaciones sociales o políticas y hacen valer su madurez democrática por cauces novedosos, son criticados primero e insultados después por periodistas caducos engordados con la sopa boba del poder.
Hace cien años, tanto  la codicia desorbitada de los grandes industriales, que empujaron a los estados a una lucha tan estúpida como inútil, como los métodos arcaicos del poder militar, de generales como Joffre o Ludendorff, que enviaron a cientos de miles de soldados a una muerte segura en operaciones inútiles, barrieron del mapa la juventud de Europa, una juventud educada en unos principios que se creían los propios de una sociedad avanzada y resultaron ser billetes de lotería sin premio lanzados al viento gris ceniza. Hoy, una juventud, la juventud de Mar, perfectamente formada, educada en una democracia que se ha demostrado falsa, es despreciada y condenada por un sistema capitalista que ha pasado por encima de los estados, de las leyes, de la decencia, de las personas y descarrila sin remisión.
Es necesario ahora citar la sentencia más antigua del pensamiento occidental, escrita hace más de dos mil quinientos años por Anaximandro, y que reza: De donde las cosas tiene su origen, hacia allí deben sucumbir, según la necesidad; pues tiene que expiar y ser juzgadas por su injusticia, de acuerdo al orden del tiempo. En ella se habla ya de la justicia como equilibrio entre las cosas, y es el equilibrio racional lo que pedimos para los jóvenes, pero pedimos también memoria, porque hoy más que nunca la memoria es sinónimo de justicia.

Según la sentencia de Anaximandro, hemos de rendir tributo a Mar, por haber sido ejemplo de excelencia en su vida, así podremos combatir el desequilibrio absurdo de su temprana muerte, y, por su parte, deben los jóvenes exigir justicia y reparación a esta sociedad, jóvenes como Mar, más numerosos de lo que se quiere hacer creer, por encima de la leyenda interesada del narcisismo y la superficialidad, menos común de lo que interesa a los poderosos.