martes, 12 de febrero de 2013

RAJOY, FORMATOS Y SIMULACROS.




Hace ya diez días que el actual presidente del gobierno español habló desde el interior de una sala sellada a una concurrencia de periodistas ubicados en otra sala sin comunicación con la primera. Dicho así, las posiciones relativas de compareciente y medios resultan como mínimo extrañas. Cabe pensar en un micrófono en la sala que recoja las posibles preguntas. No es el caso. La comparecencia no admite preguntas, su formato es la declaración ¿Declaración tras una puerta sellada? ¿Cómo es posible? La pregunta sería obvia sin el dato que convierte esta puesta en escena en un auténtico juego de espejos barroco; una imagen del presidente emitida por la pantalla plana de una televisión HD de al menos 40 pulgadas, domina la sala de prensa. La imagen no es el presidente, claro está; la lección número uno de los estudios de semiótica aplicados al icono es que una imagen no es la realidad. La imagen del presidente habla, emite sonidos. ¿Es la voz del presidente? ¿Es un sonido virtual? Realmente no podemos saberlo. El notario, aquel que autentifica los mensajes, no puede darnos la razón. Dicho de otra forma, en una sociedad donde los propios ciudadanos son cada vez más los dueños de sus propias noticias, el papel del periodista es certificar que los mensajes que los distintos canales envían son auténticos o tienen alguna relación con la realidad. Puesto que los medios convocados en la sala de prensa no pueden acceder a la presencia del presidente (nótese el juego de palabras), no tenemos forma segura de saber si esta imagen que nos habla corresponde a la realidad de ese presidente.
Se hace urgente en este punto recordar de nuevo a Jean Baudrillard y su ya clásica teoría de los simulacros, porque si, como dice el sociólogo francés, un simulacro es “más real que lo real”, y a su vez es completamente falso; si coincidimos en que un simulacro es “lo falso revestido de toda la energía de lo verdadero”, la supuesta comparecencia del presidente Rajoy se puede nombrar como el simulacro perfecto. De hecho, parece un ejemplo de libro no sólo de la absoluta incultura semiótica y audiovisual de los asesores de Mariano Rajoy, sino también de cómo un simulacro puede alcanzar mayores dosis de coherencia, de presencia, de solidez, que la propia realidad. Una prueba de esta coherencia: el adjetivo “falso” es el más usado en esta “falsa comparecencia”; otra prueba, la frase que se cuela entre los reporteros es: “Hoy el formato es la noticia”, por tanto, la elección de la pantalla plana no es casual, porque lo que caracteriza al simulacro es su cercanía obscena, su hiperrealidad, que oculta un vacío absoluto. La frase es una clara referencia a aquella otra de Marshall McLuhan: “El medio es el mensaje”. El propio motivo de la comparecencia de Rajoy, los llamados “papeles de Bárcenas”, deviene en un largo conflicto entre certeza y falsedad.
Así pues, como comunicadores, los asesores de Rajoy quizá son unos ineptos, sin embargo, como generadores de simulacros son magistrales, porque, ¿acaso no querían otra cosa que conseguir un simulacro perfecto? ¿Acaso importaba algo el contenido de la noticia? La declaración carecía de importancia, todo el mundo sabía que se no podía decir otra cosa que “falso, falso, falso”.
La escena parece una reedición perversa de Las Meninas de Velázquez. En el óleo, los reyes aparecen reflejados en un espejo al final de la sala, se supone que porque están posando para el pintor, pero están fuera del espacio del cuadro, no pertenecen al mismo, se sitúan, digamos, a las espaldas del propio  espectador. Comparando, diríamos que Rajoy es el Rey reflejado, Velázquez encarna a los periodistas y los espectadores del cuadro son los ciudadanos. En cuanto a las propias Meninas, ¿porqué no la plana mayor del Partido Popular? Sólo una diferencia elocuente: Velázquez podría dialogar con el Rey mientras lo pinta, los periodistas tan sólo pueden grabar el espejo-pantalla.
Y es en este punto donde la semiótica de este juego de espejos alcanza su mayor grado de monstruosa y obscena coherencia. Hasta ahora hemos visto la escena como parapeto, simulacro vacío que emite vacías fórmulas, que nos hipnotiza e impide ver más allá. Pero pensemos por un momento que no es así, que lo que consideramos simulacro no es sino un mero biombo transparente o bien un cristal donde se refleja a su vez otra imagen simulada. Si es así, lo que deviene en simulacro no es esa pantalla hiperpresente, sino lo que está detrás de ella. La pantalla tan sólo es otro espejo más, el espejo de una simulación. Porque el verdadero y terrible simulacro es ese presidente tapado, oculto, encerrado tras una pared e incapaz de dirigirse a alguien que no sea su propia escena (como todos los simulacros que conocemos), incapaz de emitir mensajes reales, sino sólo frases hechas que quieren ocultar que él mismo es “lo falso”, que él mismo no es sino una mentira, como la democracia de la que ha nacido; un simulacro, una falsedad más fuerte que la realidad, que la triste y simple realidad escondida de este país…