domingo, 24 de noviembre de 2013

AMAZON Y LA ESTRUCTURA DE EMPLAZAMIENTO


En una entrada anterior analizamos cómo el camino seguido por la metafísica occidental podía ser interpretado como “olvido del ser”, paulatino alejamiento de la realidad física que a partir del siglo XIX se ha identificado con la técnica positivista y el sistema de mercado, en tanto promesa de eternidad, de entidad ahistórica incuestionable por encima incluso del individuo como Dasein, como ente humano sujeto a su propio tiempo.

Este predominio de la técnica ha caminado de la mano de la idea de la calculabilidad de las cosas, de su cuantificación y de su posicionamiento según la Ge-stell –en palabras de Heidegger-, una palabra compuesta, utilizada de forma común para representar una especie de estantería, de muestrario de objetos, colocados para que la mano se sirva fácilmente de ellos, imagen que conservaremos a partir de ahora. Decir Ge-stell es decir “estructura de emplazamiento” o “interpelación que provoca”, que coloca a la naturaleza fuera de sus casillas, que la acosa continuamente para conseguir que entregue su energía, sus secretos más profundos al servicio exclusivo del aparato de la tecnología. En su conferencia “La pregunta por la técnica”, publicada en España en el volumen Conferencias y artículos, Ed. del Serbal, Barcelona 1994, es donde el maestro alemán bucea en este concepto radical.
Esta especie de tinglado es también “estructura de separación”, es decir, desvinculación de las cosas de su realización existencial, un concepto similar a los utilizados por Marx o Foucault, como bien analiza Ignacio Castro Rey en Duermevela del Maestro. La deuda de Occidente con Heidegger, publicado en http://www.fronterad.com/?q=duermevela-maestro-deudas-occidente-con-heidegger. Escribe Castro Rey que Heidegger es uno de los primeros en analizar <<la movilidad, el estrés, el reemplazo perpetuo: “(…) los objetos calculados. Éstos son producidos para su desgaste. Cuanto antes se gastan, antes es necesario volver a reemplazarlos por otros con mayor rapidez y facilidad aún. Lo que permanece en la presencia de las cosas objetivas, no es su reposar en ellas mismas dentro del mundo que le es propio. Lo permanente de las cosas producidas, en cuanto meros objetos para el uso, es la reposición o sustitución”.>>. De esta forma, la “producción técnica es la organización de la separación”. No sólo esto, sino que también se advierte que la esencia de la técnica, como acaecimiento de verdad emparentado con el arte, ha dejado de estar en la propia técnica, y se ha identificado con la estructura de emplazamiento.

Éste es el verdadero peligro, y no la técnica en sí. A estas alturas, yo respondo de forma más prosaica que la esencia de la técnica se halla secuestrada por una noción de la economía sustentada en esa provocación constante –Ge-stell- no sólo a las cosas como objetos, sino al propio hombre perteneciente a la naturaleza misma. Como rasgo elocuente de una etapa avanzada de la metafísica, la revolución digital, la globalización, el capitalismo financiero, la distancia cada vez más insalvable del valor de cambio, del dinero, respecto a los valores de uso, a los objetos reales, nos hacen ver que la Ge-stell como provocación de la naturaleza está muy próxima a la idea marxista de mercancía. Y que una de las mercancías más solicitadas en la Ge-stell es precisamente el propio ser humano, el Dasein, el ser-ahí. En el artículo citado, Castro Rey encuentra que <<todo estriba en la eficacia mundial de la negación de la proximidad: “La provocación total a la tierra para asegurarse su dominio tan sólo puede conseguirse ocupando una última posición fuera de la tierra desde la cual ejercer el control sobre ella”>>, citando De camino al habla, otra obra de Heidegger.

No se me ocurre un ejemplo más claro de la realidad física de esta estructura de dominio que la empresa de ventas por internet Amazon. En un artículo de Jean-Baptiste Mallet titulado Amazon, el reverso de la pantalla, Le Monde Diplomatique, nº 217, el reportero francés escarba en las tripas del monstruo actuando él mismo como trabajador de la empresa. Amazon basa su negocio en la cesión por parte de las tiendas físicas de un tanto por ciento de su volumen de ventas a marquetplace, de forma que la página web “compite de forma directa con su propia mercancía”, así que Amazon “recluta a los libreros en la promoción del gigante, quien absorbe sus clientes y destruye su actividad" (p. 22). Mallet calcula que una librería de barrio genera dieciocho empleos más que la “venta en línea”. Los empleos destruidos en USA por Amazon se cuentan en decenas de miles. Pero esto no es lo más llamativo ni lo más preocupante. La empresa sigue un estricta política de opacidad que hace que los empleados, “considerados potenciales ladronzuelos”, firmen contratos de confidencialidad absoluta; por otra parte, las naves siempre se instalan no sólo en sitios muy bien comunicados sino también arrasados por recientes crisis de empleo, y siempre a resguardo de miradas indeseables. Los trabajadores encuentran dentro de las naves condiciones de empleo que hacen palidecer las atmósferas sombrías de las novelas de Dickens. Los empleados enferman de frío porque las calefacciones jamás se conectan, las secretarias trabajan “en una gran sala vacía, sin muebles”, con los contratos amontonados en el suelo. Mallet desvela que en las épocas de más trabajo llegan a la planta de Alemania autocares repletos de ”españoles, griegos, polacos, ucranianos, portugueses” (p. 22); sólo entre los españoles “había un historiador, sociólogos, dentistas, abocados, médicos”, hacinados en barracones gélidos y durmiendo por turnos en camas para niños. Como en esa gran “estructura de emplazamiento” que es una granja industrial de pollos encontramos condiciones intensivas de producción, sólo que aplicadas a los trabajadores, que son impelidos a rendir a más velocidad conectando a un volumen desmesurado música hard rock. Los accidentes graves, los desmayos y las caídas se suceden sin control. Podría seguir, pero es preferible que lean el testimonio de Mallet: En los dominios de Amazon. Relato de un infiltrado, publicado por Trama Editorial, Madrid, 2013.

Amazon, como vemos, es la apoteosis perfecta de la Ge-stell de Heidegger. Sus estanterías recorren kilómetros de laberínticos pasillos atestados de productos que son recogidos por exhaustos trabajadores que recorren decenas de kilómetros diarios y que pronto serán sustituidos por robots. Las naves y lo que ocurre dentro permanecen opacas, ocultas detrás de la feliz transparencia de la pantalla de la web. La obsesión por la velocidad, la rapidez de servicio, de emplazamiento, es  el orgulloso lema de la empresa, protegida por esa “negación de la proximidad” a la que alude Castro Rey, una lejanía calculada, de forma que el contacto único del cliente se efectúa a través de las “metafísicas” redes digitales. Por último, el emplazamiento y la provocación del propio ser humano radicalizada hasta términos inimaginables en beneficio de la idea suprema, incuestionable, inmanente, del beneficio económico por encima de cualquier cosa.


La empresa se convierte en un Saturno que devora sin parar a sus propios hijos sin que estos ni siquiera se enteren, acabando con productores, comerciantes, trabajadores, y al final, con sus propios clientes, devastando todo a su paso, en una ciega estrategia de tierra quemada.

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