martes, 7 de mayo de 2013

FIGURAS DEL NUEVO SIGLO: EL EMIGRANTE




Se ha dicho que nos corresponde una época en la que los héroes han dejado de tener su lugar, han desaparecido. Todo hombre aparentemente perfecto es tarde o temprano señalado por los amos de la prensa y condenado al ostracismo; los últimos casos referidos a los deportistas, ejemplo de héroes con pies de barro, son bien conocidos. En el otro extremo, cualquier personaje anónimo, sin ninguna cualidad especial,  es elevado a los altares por los engranajes mediáticos, como parodia exquisitamente Woody Allen en Desde Roma con amor. En una época sin héroes nos queda el concepto de figura. El gran creador de figuras del siglo XX es Ernst Jünger, y son suyas las tres grandes figuras que caracterizaron este siglo: el Trabajador, el Soldado Desconocido y El Emboscado. Son conceptos que engloban a muchos hombres individuales, con cualidades especiales, con una fuerza peculiar, bajo un mismo epígrafe, pero que no dejan de ser seres sin nombre, abandonados a sí mismos. Nos toca pensar cuales son las grandes figuras del nuevo siglo, y empezaremos por una de ellas: el Emigrante.
    Por algún extraño azar del destino, el pasado 1 de mayo, la 2 de TVE emitía un documental ya programado en otras ocasiones sobre la primera oleada de emigrantes españoles a Alemania, que comenzara a principio de los años sesenta. En este documental se echaba mano de testimonios verídicos de emigrantes y de hijos naturalizados, en contraste con la versión oficial deformada y frívola que las películas y el No-Do transmitían de un fenómeno tan importante. En la voz de los viejos trabajadores y trabajadoras volvían a aparecer las casetas para animales adaptadas a hombres, los horarios imposibles, la segregación de sexos que impedía toda relación normal, la exclusión de grupos enteros fuera de las ciudades y de todo contacto social, las condiciones de trabajo casi esclavistas, la infinita ignorancia, la alienación, la culpa. Estos primeros pioneros, movidos por la desesperación, salían de un país que no podía asumirlos con nada más en la maleta que la impotencia de sus propios padres, que no tenían otra opción que vivir del dinero que se les enviaba de fuera. El régimen nunca disimuló que aquellos hombres y mujeres eran un problema que su marcha había resuelto, así que no se preocuparon de ellos hasta la década siguiente, cuando, ante el hecho de que los emigrados comenzaban a tomar conciencia a través de las JOC (Juventudes Obreras Cristianas) y del Partido Comunista, la ya balbuceante dictadura creó las Casas de España donde, según los propios emigrantes, eran captados aquellos que todavía no pensaban. Hacia el año setenta y cinco comenzó el regreso de muchos, en parte porque la crisis mundial del petróleo trajo consigo menor demanda de mano de obra, en parte porque en los programas de los partidos políticos alemanes nació el eslogan populista que hemos visto surgir en España en los últimos años de las bocas de los ignorantes y del precariado: los extranjeros nos roban los puestos de trabajo. En Alemania, además, parece que robaban a las mujeres y a la orgullosa identidad local, tal era el peligroso embrujo de los españoles.
    Las posteriores oleadas, más reducidas y con condiciones de trabajo infinitamente mejores, han sido sondeadas con excelencia por el programa Salvados en La inmigración española a Alemania, entre ellas podemos inscribir el fenómeno de la “fuga de cerebros”. Hasta ahora ha sido otra la emigración española que hemos conocido. Pero todo ha cambiado: las condiciones de trabajo, tras el giro neo-liberal completo de nuestro tiempo, vuelven a ser precarias y abusivas, la demanda de mano de obra no responde ya a un boom económico, sino a un recambio de obreros, donde el mercado busca a los más débiles, a los que tienen poco que perder porque ya lo han perdido todo. No es este el perfil de los emigrantes de la dictadura, que lucharon por algo desde la nada, que se quitaron el pan de la boca para alimentar a sus propios padres, que supieron agruparse y salvar la desidia moral y cultural en que habían caído. Esa es la Figura del Emigrante que aquí glosamos. Pero la nueva diáspora de la juventud española no es igual. Para nada. Han crecido en un mundo aparentemente perfecto, donde su familia les ha dado todo, donde han conocido, si bien cada vez más precarias, libertades que ninguna generación anterior soñó. Ellos buscan, no ya la mejora, sino la vida que han vivido, y van a encontrar un mundo similar al que sufrieron sus abuelos en los sesenta: precariedad, rechazo, explotación, alienación (entonces física, hoy digital). Es muy posible que se encuentren con la ignorancia y el rechazo del estado que los vio nacer, ese mismo estado que tanto está haciendo para que salgan y no vuelvan, porque, al igual que en el final de la dictadura, su presencia dentro del país es el problema. Programas como Españoles por el Mundo, proclaman una visión de la emigración tan deforme como la de las películas del destape, pero mucho más eficaz; la educación estatal, a través de la perversa ley LOMCE, no es sino una espoleta para soltar lastre; las ayudas del estado español para emigrantes, simplemente no van a existir. Estos nuevos grupos tienen el reto de ascender a la categoría de Emigrante, con la dignidad que la acompaña, o convertirse en ratas del laboratorio del capitalismo terminal. Hay algo seguro; en ese camino van a estar solos.

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