domingo, 3 de junio de 2012

HIJOS DE GOLDMAN SACHS



Resulta curioso cómo, ante situaciones disparatadas, donde todo atisbo de sentido se desvanece, un pequeño detalle nos introduce de lleno en una sensación de coherencia que resulta todavía más alarmante. Hace apenas dos semanas, a la escritura de estas líneas, aunque la aceleración disparatada de los acontecimientos (el “éxtasis de las cosas”, que diría Baudrillard), se nos presenta ya muy lejano, el banco de inversiones norteamericano Goldman Sachs fue contratado por Luis de Guindos para tasar las cuentas de Bankia, con la esperanza de aportar la luz de la certeza en un entramado de sospechas y mentiras. No era la primera vez. Ya había sido llamado en los casos de Catalunya Bank y NovaGalicia, entidades que gozaron de sus nada baratos servicios, como lo hace el Tesoro con frecuencia.
Medidas coherentes, sin duda, con esa coherencia arrebatada, desesperada, que dan estos tiempos en los que ya nadie puede creer en nada, y cada nuevo salto en el vacío supera en audacia, estupidez o desvergüenza al anterior. Absolutamente coherente resulta, pues, que una entidad que se ha erigido a nivel mundial como uno de los principales causantes de las distintas crisis financieras de los últimos años, uno de los artífices indudables de las sucesivas burbujas arropadas por Wall Street (la tecnológica, la inmobiliaria, ahora la naciente del mercado de las materias primas…) se convierta en el tasador del mayor agujero de nuestra historia financiera.
Goldman Sachs nació de la nada en 1882 de manos de un inmigrante judío alemán. Antes de 1929 se embarcó en la creación de fondos de inversión llamados Goldman Sachs Trading Corporation, Shenandoah Corporation y Blue Ridge Corporation. Estas entidades no eran sino alias independientes de la madre principal que sólo tuvieron un cometido, actuar en las sombras para especular con los fondos creados por Goldman y que terminaron con unas pérdidas de 485 000 millones de dólares. A pesar de todo. Goldman Sachs fue uno de los pocos causantes del  crac de 1929 que sobrevivieron para contarlo. En años posteriores, durante los que el susto de 1929 imprimió cordura a las entidades financieras, Goldman Sachs hizo famoso el lema de “codicia a largo plazo”, con la voluntad del respeto hacia las empresas serias. Tras el proceso de desregulación neoliberal de la era Reagan todo eso se acabó, y Goldman Sachs fue el primero en lanzarse a una serie de prácticas que en cualquier sistema cabal hubieran sido fraudulentas y penadas por la ley. Técnicas que permitían en pocas semanas un incremento del beneficio  del 281 % en los fondos a ellos confiados por empresas que, a la postre, nada valían, técnicas basadas en el engaño y el soborno como el “escalonamiento” o “laddering”, el “hilado” o “spinning”, o las vergonzosas “comisiones intangibles” o “soft dollar commissions”. Con tales tretas, tras el pinchazo de varias burbujas, Goldman Sachs y otros hermanos menores provocaron la evaporación del 40 % de la riqueza financiera de Estados Unidos. Mientras Lehman Brothers y AIG cayeron, Goldman Sachs salió ileso para comenzar de nuevo el proceso. Sus antiguos consejeros se convirtieron con el tiempo en presidentes de los bancos centrales de Canadá e Italia, o director de la bolsa de Nueva York, o jefe del Gabinete del Tesoro, o presidente de la Reserva Federal, según la lista aportada por Matt Taibbi. Este autor, en su libro Cleptopía, utiliza una metáfora radical para explicar quién es Goldman Sachs: un calamar vampiro pegado a la faz del mundo. Y ahora, un ex-consejero de Lehman Brothers, una de sus víctimas, lo pone de maestro de ceremonias de la defunción del mayor monstruo financiero de nuestra historia. Eso es la coherencia.

1 comentario:

  1. Publicado originalmente el 31 de mayo de 2012 en el semanario Siete Días de Jumilla.

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