jueves, 8 de marzo de 2012

LA PERCEPCIÓN DEVALUADA


Son muchas las metáforas que se han usado para intentar definir una sociedad tan poliédrica como la nuestra. Pocas, sin embargo, logran definir con precisión un marco en el que quepan estas múltiples facetas. Zygmunt Bauman parece haberlo conseguido en gran parte con su noción de “modernidad líquida”. La liquidez alude al carácter fluctuante de nuestra sociedad, su transitoriedad y a la vez su uniformidad, ejemplificadas en la movilidad laboral, la fluidez de los mercados, la relajación de las estructuras sociales y políticas o la desregulación legislativa. Bauman se dirige a aquellos formados en el espíritu de la Ilustración, sumidos hoy en un horizonte anónimo y limitado donde impera el “tiempo cero”, cuya imagen más cercana a nuestra experiencia puede ser una balsa de aceite caliente. El paso del tiempo queda reducido a una sucesión de pequeños instantes sin trascendencia, por lo que Bauman llama a ese modelo “puntillista”. Jordi Llovet, en su esclarecedor libro “Adiós a la Universidad”, cita a Bauman, pero también a Thomas Hylland Eriksen, para explicar la desaparición de la eternidad, o del futuro como esperanza e incluso como simple horizonte, una desactivación provocada por ese “tiempo cero” que logra engullir la propia eternidad, de modo que ésta “ya no es un valor y un objeto de deseo”. Es cierto que la “tiranía del momento” ha desplazado a la “tiranía de la eternidad”, pero se ha llevado por delante definitivamente, ya los postmodernos avisaron de ello, toda idea efectiva de progreso, todo saber inmanente o científico. El carácter tecno-científico de nuestra sociedad todavía mantiene esa idea siempre y cuando sirva a los intereses macroeconómicos. En el momento en que la ciencia se escapa de estos intereses sus hallazgos son ignorados o calificados como catastrofistas. De este efecto perverso hablaremos en otra ocasión, porque hoy nos ocupa sólo una faceta de esta poliédrica modernidad líquida. Hemos cambiado el horizonte por la fluidez circundante, y a mi juicio este entorno ha afectado radicalmente a nuestra percepción de la realidad. Como cualquiera que se haya formado en la tradición fenomenológica, estoy convencido de la importancia de la percepción como ventana de la conciencia, y me preocupa lo abandonada que está a estrechos modelos biológicos o caducas teorías psicologistas. No somos conscientes de nuestra propia percepción, nunca lo hemos sido. Recuerdo la frase de Husserl: “La mayoría de los hombres pasan por la vida como medio dormidos”. Pero hoy, bañados en esta caldo oleoso que describe Bauman, en esta selva donde el límite queda establecido, limitado, por el cañamazo del beneficio en la actividad macroeconómica, la devaluación de la percepción es mayor. No alcanzamos a percibir otra realidad que el entorno simplista de una existencia inmediata, mediocre, simplista, tremendamente estrecha, temporalmente reducida al instante contiguo, al momento siguiente. La percepción devaluada, a mi entender, es la consecuencia inevitable de la modernidad líquida y su principal sustento, porque contribuye a la ausencia de cambios, y si los hay, resultan imperceptibles y mueren en sí mismos. Abundaremos sobre esta idea en próximos artículos.

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