sábado, 18 de febrero de 2012

LA SATURACIÓN



El fenómeno no es nuevo. Ya desde los años setenta del pasado siglo, venía describiéndose una patología que unificaba de manera extrañamente fluida síntomas mentales y físicos. Nos referimos al fenómeno conocido como Elephant Men. Estos Hombres Elefante no tienen nada que ver con John Merrick, el personaje histórico descrito de forma tan memorable en la película de David Lynch. Son elefantes por propia decisión, o por incapacidad para no serlo; en cualquier caso, no nacieron sino como bebés completamente normales. Su principal característica es la acumulación de datos, pero en un sentido muy amplio de la palabra. Los datos que se acumulan en el cuerpo y la mente de estos hombres son de naturalezas muy variadas, pero tienen siempre un rasgo común: el exceso; son excesivos de forma inmanente, es decir, el principal rasgo que los define y que les es exclusivo es la saturación, su calidad de sobras, de excedentes. Esos son los datos que consumen los Elephant Men. Cuando uno de estos ciudadanos devora sin tino varias hamburguesas, perritos calientes y cualquier otro tipo de comida basura, está acumulando datos. Cuando pasa sentado ante la televisión la mitad de la jornada, ingiriendo un Reality Show, un concurso casposo, una telenovela o cualquier producto asimilable desde la absoluta pasividad, acumula datos. Cuando navega por la red a altas horas de la madrugada entrando en páginas perfectamente prescindibles, nacidas de un hastío cancerígeno, acumula datos. Esa es su función. El cuerpo de un Elephant Man es mastodóntico, pero no por una enfermedad no elegida, sino por el volumen de grasas que ha llegado a almacenar. Su mente registra el mismo grado de acumulación, por lo que mente y cuerpo viven en una armonía extraña y fatal, tan perfecta, tan íntima, que no hay regreso posible para el síndrome. La enfermedad, como otras tantas, no es asumida por el sistema público. Tampoco es tratada por los seguros privados.
Existe un antídoto en estadios tempranos, se llama educación, pero los Elephant Men han tardado muchos años en desarrollar su status, y es difícil que lo pierdan a fuerza de consejos y lecciones de personas ajenas a su círculo. La situación se agrava por la circunstancia de que es un síndrome familiar, con lo que el entorno cierra el círculo de la saturación.
En un libro breve y aleccionador titulado “El otro por sí mismo”, el sociólogo de la postmodernidad, Jean Baudrillard, desarrolló un concepto que se basa en parte en el conocimiento de esta patología. En la sociedad actual, los ciudadanos somos pantallas receptoras de datos, pero el exceso de información, la rapidez en la recepción, la saturación general que impregna al sistema, impiden que los datos que se obtienen sean sometidos al correspondiente procesado, del que debe surgir un output, una respuesta, algo nuevo, una emisión por parte del receptor. Pero no surge nada. Las pantallas receptoras lo guardan todo, los Elephant Men lo acumulan, todo se almacena, ¿a la espera de qué?; demasiado pronto, antes de lo previsto, de forma súbita, sobreviene la muerte, precisamente a causa de la propia saturación. Después de décadas de atesorar datos inútiles, como un coleccionista demente, el individuo desaparece y los datos se pierden en la tierra y el éter. La muerte sin creación, sin respuestas, sin ofrenda alguna al entorno que acogió la vida, es una obscenidad y un lujo desmesurado.
Combatir este orden de cosas es objetivo de una educación sana y responsable, porque no hay otra salida posible a este círculo cerrado de apelaciones sin respuesta. Por desgracia, todos los indicios que sobrevienen en estos momentos, a un ritmo tan acelerado que no podemos procesarlos, son desalentadores, así que cabe la sospecha de que dentro de veinte años todos seremos Elephant Men y que las pantallas receptoras llenarán unas ciudades desiertas y silenciosas.

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