domingo, 12 de febrero de 2012

LA EDAD DE LOS PATRIARCAS


In memoriam Ernesto Sábato.

La expresión fue acuñada por Ernst Jünger, que a la sazón alcanzó los 103 años de edad. Comentaba el polígrafo alemán que él ya no pertenecía a la llamada tercera edad, sino que había ingresado en la Edad de los Patriarcas. Pienso que esta afirmación podría ser trasladada a una serie de pensadores que, nacidos con el siglo XX, han sido testigos de los acontecimientos más terribles de nuestra historia y sin embargo, no sólo han sobrevivido, sino que han sacado fuerzas para liderar la renovación social y cultural necesaria en sus países. Quizá el caso paradigmático lo represente Hans-Georg Gadamer, algo más joven que Jünger, pues nació en 1900. Gadamer es el padre de la hermenéutica moderna, la ciencia de la interpretación de los textos. Su primer libro importante fue publicado en 1960, cuando el autor contaba una edad apreciable, pero su mente se mantuvo activa otros cuarenta años, llegando a la Edad de los Venerables en plenas facultades. Alcanzó los 102 años y sobrevivió a sus discípulos de la generación siguiente: Jacques Derrida, Michel Foucault, Gilles Deleuze... que murieron relativamente jóvenes. Si algo tiene en común los pertenecientes a esta generación es la capacidad para alcanzar la longevidad, metal y física, no a través del deporte intensivo o las dietas milagrosas, sino gracias al ejercicio del pensamiento y el compromiso ético. Un ejemplo clarificador lo constituye Ernesto Sábato, que murió el pasado mes de mayo a la apreciable edad de 99 años, después de haber publicado unos pocos libros que lo colocaron en el olimpo de la literatura mundial, y de haber redactado un rigoroso informe sobre las víctimas de la dictadura de este país del Cono Sur. Sábato fue el último superviviente de la Edad de Oro de la literatura argentina, como Francisco Ayala lo fue de la Generación del 27 española. Ayala, que murió en 2009 a la edad de 103 años, mantuvo la simpatía y reciedumbre moral de los sabios, la impecable coherencia de los clásicos, la mirada crítica de los que no se rinden y el respeto de sus semejantes. ¿Fue eso lo que los hizo vivir? Represaliados por dictaduras, desplazados por conflictos internacionales (Jünger combatió en las dos guerra mundiales), supieron sacar de sí mismos el milagroso entusiasmo que los hizo reconstituirse y adoptar, a edades avanzadas, posiciones éticas dignas de admiración en medio mundo. Eduardo Galeano comentaba hace unos días, a propósito de los acampados de Plaza Catalunya, que veía en ellos precisamente el entusiasmo, perdido en este mundo de desencantos, ese entusiasmo que en su origen griego vendría a significar “tener a los dioses adentro”. Aquellos patriarcas que vinieron con los dioses, cuya medicina fue la resistencia a los opresores, la reflexión por encima de todo, los largos paseos, la vida sosegada, parecen tener hoy un reflejo en los “vintuagenarios”, así llamados por Albert Pla, viejos prematuros devorados por el sistema que parecen resucitar en nuestras plazas. Resulta llamativo que los indignados tomen el relevo de la antorcha de manos de Stephane Hessel, viejo resistente de 94 años, firmante de la Carta de Derechos Humanos de 1948, o de José Luís Sampedro, nuestro intachable economista y escritor de la misma edad. Si estos jóvenes, criados en una sociedad inmisericorde que desprecia a sus ancianos, ven en los patriarcas sus modelos, quizá después de todo este mundo de locos tenga todavía solución.

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