sábado, 18 de febrero de 2012

LA APISONADORA




Atrás quedaron los tratamientos clásicos- y caros- que permitían simular una juventud ya perdida, tratamientos que, al estar unidos en muchas ocasiones a un agradable perfume, dotaban de un intenso glamour a quien los llevaba: el glamour del dinero. El Skin Caviar Luxe Cream se llevaba la palma, pero no menos apreciados eran el The Face Sérum La Mer, la refrescante Aqua di Parma o el Teint Compact Créme Universel, por supuesto de Chanel. Más populares, la Crema Ocho Horas, de Elizabeth Arden o L’eau D’ìssey, de Issey Miyake, hicieron albergar a millones de mujeres en el mundo la dulce ilusión. Pero esto se acabó; los antiguos productos rejuvenecedores se han quedado obsoletos, hasta las operaciones de lifting parecen ya cosa del pasado. Ahora está de moda atacar a las arrugas en su propio nacimiento y origen, eliminarlas como la mala yerba antes de que broten. Vichy y Lacôme se encuentran en la vanguardia de la eliminación de arrugas desde su más tierna infancia. Especialmente en Vichy son expertos en arrugas, su línea incluye artefactos como Lumiactiv, Liftactiv o Normaderm y Neovadiol, estos para las mujeres de más de sesenta años que, como misiles, atacan los centros neurálgicos de la arruga. Ninguna escapa a su control. La página web de la empresa así lo acredita: parece un documental monográfico de Nathional Geographic sobre la arruga, sus características, sus orígenes, su clasificación, sus preferencias, sus odios, sus equipos favoritos y sus programas favoritos. No olvidemos que para estos magnates de la cosmética, las pequeñas hendiduras de nuestra piel son seres vivos dotados de conciencia, usada en exclusiva para fastidiar al portador. Vichy y Lacôme han conseguido encontrar el modo de erradicar al enemigo de raíz. Atacan a la arruga allí donde se produce, allí donde comienza su aparición: en los gestos. La expresión del rostro produce tensiones en la piel que van dejando huellas, rastros de nuestros sentimientos, de nuestros modos de comunicar estados de ánimo a través del rostro. La risa, el llanto, el placer, el odio, los bombones y los préstamos modelan nuestras facciones desde muy niños, haciendo que, al final, unos nos diferenciemos nítidamente de otros con el paso del tiempo, nos diversifiquemos. Pues ahí es donde han decidido atacar, porque, claro, los gestos y las expresiones, una buena carcajada, apretar los labios para dar un beso, el grito de júbilo, todo eso está muy bien pero, ¡ay!, produce arrugas.
La huella del tiempo, de los gestos, es la escritura de nuestra vida, la historia de nuestras experiencias, y es lo que a primera vista nos diferencia de los demás, unido a la herencia genética, que también es historia, sólo que más remota. Estas huellas lo son también del pensamiento, pero como hoy por hoy no está de moda, a no ser el pensamiento único del capitalismo neopositivista, lo mejor será que no aparezcan, que se tapen. La estrategia de las empresas de cosmética no es aislada, aparte del blanqueo de cerebros de los medios de masas, tenemos los cuerpos Danone y el imperio de las tallas pequeñas. Todo hace pensar que, al final, seremos depurados, aunque falta un detalle; la extraña configuración de nuestro cerebro hace que tenga caballones, surcos, grietas y, a la postre, arrugas. El cerebro es rebelde, y no hay tratamiento capilar contra él. Me atrevo a sugerir una solución contra esta rebeldía molesta; si queremos cerebros lisos, tersos, sin arrugas, sumisos... subámonos a la apisonadora.

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