domingo, 12 de febrero de 2012

EL FINAL DE UNA ERA



Siempre es en los detalles donde se captan mejor los cambios importantes. Pequeños acontecimientos, sucesos anecdóticos. Nuestra época esta llena de esos pequeños jalones que, como la letra pequeñas de los contratos perversos, aclaran los perfiles de la verdad. Uno de estos hitos desconocidos se produjo el pasado lunes en la sala de proyección del Aula de Cultura de la CAM en Jumilla. El último rollo de la magnífica cinta de Iciar Bollain, “También la lluvia”, llegó a su final y el público, una mezcla heterodoxa de alumnos, profesores y amantes del cine, abandonó el local. Subí arriba a saludar a Isidoro Tomás y al nuevo responsable del Aula de Cultura tras la jubilación del anterior. Nada más entrar en la sala cuyo centro ocupa el magnífico proyector de cine que atesora con esmero la institución en manos de Isidoro, éste me enseñó una etiqueta. Mientras nosotros dos atendíamos, el maestro colocaba con su habitual cuidado la etiqueta sobre el flanco metálico de la máquina. Aplaudimos. Con tristeza, con admiración, con amor profundo por el viejo cine. Me hubiera gustado que Ana Ortiz, convaleciente en casa o cualquier otro socio del Cine Club Interiores estuviera presente en ese acto simbólico.
Se trataba de una jubilación. Forzosa, como en realidad lo son todas, porque en realidad nadie se jubila por el gusto, sino por el remedio. La etiqueta, como una medalla, rezaba: “14/10/1994: Los amigos de Peter // 20/6/2011. También la lluvia”. Diecisiete años de servicio. Recuerdo la primera proyección de esta máquina amable, aquellos amigos que se reúnen pasados los años alegres y descubren que, aunque el tiempo no ha pasado en balde, siguen siendo los mismos. Por desgracia, nosotros ya no somos los mismos. Mientras el nuevo responsable del aula decía como para sí mismo: “Ha cumplido bien su trabajo”, Isidoro observaba el proyector como quien se mira en un espejo. Hemos cambiado. A nadie escapa que la razón última de la jubilación del noble proyector debe ser buscada muy lejos, en las sedes de las grandes entidades bancarias que han decidido desprenderse de la competencia supuestamente desleal de las cajas de ahorros, vendidas, con la excusa de su insolvencia, por un mísero precio, a los sabuesos. El aula de cultura ha marcado una época en Jumilla, largos años de quehacer cultural que hicieron mucho bien a Jumilla, y ningún mal a los grandes bancos. Pero al igual que asistimos al enterramiento de las cenizas de la transición y al advenimiento de una nueva etapa del desencanto, de ese desencanto ya experimentado tras la Revolución Francesa y que tantas veces nos ha invadido como figura histórica, somos testigos también de una nueva etapa del final del cine como hecho social, del cine como lugar de encuentro, como celebración cultural. El Cine Club Interiores tendrá que reinventarse ahora, pero también muchas asociaciones que fiaban parte de su trabajo en la labor de las aulas de cultura de las cajas de ahorros. Y todo para que unas cuantas entidades se enriquezcan y crezcan más todavía, en una espiral sin solución, en la deriva ilógica del capitalismo final. ¿Y todo para qué?
Decía Paul Klee que él se sentía más cerca de los no nacidos que de los nacidos. Klee vivió una época de utopías, la nuestra es una etapa distópica, donde ningún futuro esperanzador parece posible. Cuando les contemos a nuestros hijos y nuestros nietos no nacidos, las películas y las exposiciones que vimos, los conciertos que escuchamos, los libros que leímos en esta ya vetusta Aula de Cultura, ellos no nos creerán, pensarán que son leyendas inventadas. Será entonces cuando lloremos recordando nuestra actual impotencia.

1 comentario: