domingo, 12 de febrero de 2012

BIN LADEN Y LOS ESCENARIOS



Si algo caracteriza los llamados “tiempos hipermodernos” es la paradoja, figura que de alguna manera absorbe una serie de tensiones, de contradicciones no resueltas, que determinan nuestra época. Una de ellas es la constante superposición y sustitución entre lo visible y lo que no debe ser visto en un mundo donde lo invisible se supone prohibido. La reciente muerte de Bin Laden escenifica claramente esta tensión paradójica. Resultan tan llamativas las presencias como las ausencias. La imagen de la cúpula del gobierno norteamericano, viendo a través de unas pantallas lo que a nosotros nos está vedado, y además con aparente estupor, como el gesto de Hillary Clinton pone de manifiesto, delimita, saturado de “hiperrealidad”, el espacio del simulacro. Cualquier televidente, cualquier lector, quisiera traspasar el límite de la pantalla y colocarse a las espaldas de los estadistas, sólo para descubrir qué ven en los rectángulos fosforescentes. Si eso fuera posible, los eventuales invitados a la fiesta mediática descubrirían, como en un espejo, su propia imagen reflejada. Para abundar más, se ofrecen a los televidentes trasuntos de realidad en modelos digitales que narran la acción armada con no disimulada artificialidad, buscando más el alejamiento de la realidad que su imitación. No es casual. En el centro de la contradicción, el cadáver de Bin Laden sumergiéndose en las aguas. Ocultado, escondido a la visión, velado. La negativa a enseñar el rostro destrozado es la pieza menos débil, porque la adoración de la sociedad actual (en la religión y en la mercancía) al icono valida el ocultamiento.
Asistimos al último acto de un drama cuyas reglas se establecieron hace ahora exactamente veinte años, en la Primera Guerra del Golfo, el primer conflicto orquestado en formato de Video-Game. En la no-guerra, que no es fría ni un conflicto tradicional, los rehenes sustituyen a los guerreros, de hecho, siguiendo a Baudrillard, estos desaparecen del escenario literalmente enterrados en la arena por legiones de tractores, de la misma forma que el no-guerrero Bin Laden, tras ocultarse bajo tierra en cuevas inaccesibles, es arrojado al océano, ¡vaya sorpresa!, desde la borda de un buque militar. El rehén es el protagonista, hasta tal punto que todos acabamos convertidos en rehenes de los mass-media. Forma parte del mismo atrezzo el hecho de que los tanques y cañones antiaéreos de cartón-piedra engañaran a los servicios secretos, como lo es el majestuoso decorado de cretona y folio con membrete que defendió la presencia de armamento nuclear iraquí en la Segunda Guerra del Golfo. La tensión entre lo visible y lo oculto transgrede las reglas clásicas de la percepción, de forma que lo invisible u oculto se convierte en obsceno, mientras que la presencia de lo visual se vuelve misteriosa, intangible. Nuevamente, el orden de lo virtual no imita, sino que sustituye a la realidad: ha venido para quedarse.
Tras un muro muy visible, en Via Cupa dell’Arco, en Secondigliano, al norte de Nápoles, se encuentra la suntuosa mansión, hoy deshabitada, de Cosimo di Lauro, capo de la Camorra. Nadie sabía donde se escondía, desconocían la existencia de la villa, aunque todos los días cientos de personas pasaban por delante del muro. Los “carabinieri” dieron con la dacha por casualidad. No lejos, en Via Limitone di Arzano, se levantan las famosas Casas Celestes, el mayor núcleo de distribución de droga de Europa. Un lugar tristemente mítico. Dí con él, y con la villa de Di lauro, tras un sencillo rastreo a través de las imágenes de satélite de Google Maps, siguiendo los datos dejados por Roberto Saviano en su libro Gomorra. Lo que todos tenían a unos pasos e ignoraban, el satélite ya lo había localizado tiempo atrás, perfecto, luminoso, absolutamente visible. Variaciones de la extrañeza de lo revelado tras lo oculto. Invito al lector a sobrevolar con el satélite de Google el norte de Islamabad, quizá se sorprenda al encontrar la destartalada villa donde muriera acribillado, oculto e invisible, el último enemigo público del siglo.

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